El reconocido economista Bryan Caplan, profesor de George Mason University, acaba de publicar un tremendo ensayo titulado “No seas feminista: Una carta a mi hija.” El ensayo es parte de un interesantísimo libro que se puede encontrar bajo el mismo título en Amazon.
En este ensayo/carta, Caplan expone las diferentes falencias del pensamiento feminista a las que muchos autores hemos apuntado en diferentes medios. El asiduo lector de esta columna recordará, por ejemplo, mis artículos “La (inexistente) brecha salarial entre hombres y mujeres” (27/9/2021) y “Paridad de género en las candidaturas: una mala idea” (8/11/2021), entre otros. El ensayo de Caplan no es novedoso, en este sentido, pero tiene la gran virtud de estructurar el argumento contra el feminismo desde la definición misma de feminismo.
La Real Academia Española define al feminismo como “el principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre.” Caplan observa, sin embargo, que esta definición no refleja lo que realmente se entiende por feminismo de forma coloquial. Por ejemplo, una encuesta del Washington Post del 2016 encuentra que un 33% de hombres en Estados Unidos dice ser feminista, pero un 94% de estos está de acuerdo con que “hombres y mujeres deberían ser iguales social, política y económicamente.” En otras palabras, casi todos están de acuerdo con el trato igualitario de hombres y mujeres (la definición misma de feminismo), pero solo un tercio se considera feminista. Claramente, la definición del diccionario no captura lo que comúnmente se entiende por feminismo en el día a día.
Caplan propone, entonces, una nueva definición: “el feminismo es la visión de que la sociedad generalmente trata a los hombres de forma más justa que a las mujeres.” Esta definición captura mucho mejor lo que todos entendemos por feminismo y separa eficientemente a feministas y no feministas. Pregúntese lo siguiente: ¿existen feministas que crean que hombres y mujeres son tratados igualitariamente en la sociedad? Probablemente, no. Y, si creemos que hombres y mujeres son tratados igualitariamente en la sociedad, ¿tiene sentido ser un ferviente feminista? Otra vez, probablemente, no.
Establecida una definición, uno puede tratar de juzgar si el feminismo es una buena idea evaluando la validez de su premisa. ¿Es cierto que la sociedad trata a los hombres de forma más justa que a las mujeres? Una pregunta difícil y de múltiples dimensiones. Una de ellas es la famosa y muy repetida “brecha salarial” entre los dos sexos. De acuerdo con las Naciones Unidas, a nivel global los hombres ganan, en promedio, 23% más que las mujeres. ¡Aha!, claman los feministas. He ahí la prueba de que los hombres son tratados de manera más justa que las mujeres. Pero la literatura económica ha echado por tierra ese argumento repetidamente. La brecha existe, sí, pero no necesariamente porque existe discriminación o tratamiento injusto contra ellas. De hecho, cuando se controla por tipo de trabajo la brecha desaparece. Como ejemplifico en mi artículo del 27/9/2021, “la consultora Korn Ferry de California condujo un estudio el 2018 con más de 12 millones de trabajadores en 53 países. El estudio encontró que la brecha salarial en la muestra era de 16% (menor incluso al clásico 23%), pero que una vez que se compara hombres y mujeres en el mismo trabajo, al mismo nivel y cumpliendo la misma función, la brecha se reduce a 0,5%.” La brecha salarial de 23% está simplemente reflejando, entonces, que los hombres buscan y aceptan trabajos que pagan más. También refleja que los hombres tienden a mantener su trabajo por mayor tiempo y a estudiar carreras como ingeniería, matemáticas e informática que son las que pagan más. No es cierto entonces que los hombres sean tratados de forma más justa que las mujeres. La brecha es, simplemente, el resultado de preferencias y elecciones. Como argumentaba Gary Becker, premio Nobel de economía, si las mujeres ganan 23% menos por el mismo trabajo que los hombres, ¿por qué las empresas se molestan en contratar hombres? Ahorrarían y ganarían mucho más contratando solo mujeres.
Otro supuesto tratamiento injusto hacia las mujeres es la observación de que los hombres están representados en mayor medida en los niveles altos de la sociedad en política, empresas, academia, etc. Y, otra vez, eso es cierto, pero no implica necesariamente un trato desigual para las mujeres. ¿No será que ese desbalance se debe, en gran medida, a las preferencias y elecciones de hombres y mujeres? Los hombres tienen mayor tendencia que las mujeres a escoger trabajos que involucren confrontación y conflicto, horarios impredecibles y riesgo. Como digo arriba, los hombres tienen también mayor predilección por áreas de ingeniería, matemáticas e informática que típicamente son las profesiones que acceden a mejores puestos en las empresas. Un estudio del US National Foundation revela que los hombres representan el 75% de los graduados con doctorados en esos campos.
Y ¿qué pasa en el otro extremo? ¿Qué pasa en los niveles bajos de la sociedad? ¿Quién está más representado en las cárceles, en las tasas de indigencia, en las tasas de suicidio o en la mortalidad por asesinatos? Los hombres, sí, los hombres, y por un amplio margen. ¿Deberemos concluir, entonces, que los hombres están siendo tratados de forma desigual? Los feministas responden que si los hombres están sobre-representados en los niveles bajos de la sociedad es porque cometen mayores crímenes, tienden a caer en la drogadicción más frecuentemente, son más impulsivos, etc. Es decir, por su comportamiento. Pero si aceptamos que el comportamiento de los hombres genera esta sobre-representación en los niveles bajos de la sociedad, ¿por qué no podemos aceptar que su comportamiento también explica su sobre-representación en los niveles altos de la sociedad? ¿Por qué automáticamente recurrir a una narrativa de discriminación contra la mujer cuando observamos más hombres en puestos de decisión?
Hombres y mujeres, jóvenes y viejos, gordos y flacos, todos recibimos un trato injusto en algún momento de nuestras vidas. La evidencia no muestra, sin embargo, que los hombres sean tratados más justamente que las mujeres de forma sistemática en países de occidente (este no es el caso, por supuesto, en países como Arabia Saudita o Irán). De acuerdo con la definición de Caplan, entonces, el feminismo en occidente es una mala idea. Y es una mala idea con consecuencias nefastas. Si asumimos que las mujeres son tratadas menos justamente que los hombres entonces pediremos (exigiremos) cupos para mujeres en las empresas, la política y la academia, pediremos compensaciones salariales, etc. Pero todo eso reduce la eficiencia y genera injusticia al poner el mérito en segundo plano. También enfurece a las mujeres capaces que no quieren ganarse el puesto por un cupo. El feminismo genera, además, agresividad (¿por qué no debería ser agresiva una mujer convencida de que se la trata desigualmente?), aunque, claro, hay excepciones. Es sorprendente ver, por ejemplo, que el gran movimiento feminista de Latinoamérica no muestra la rabia e indignación que se esperaría de él con lo que viene pasando en Irán. Finalmente, el feminismo produce victimización (si soy mujer y no logro lo que quiero es porque la sociedad me trata injustamente) y ese es un pensamiento perverso que destruye toda esperanza de desarrollo personal.
Recomiendo con entusiasmo el ensayo de Bryan Caplan y espero, como él, que mi hija no sea feminista.
Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia).