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03/09/2020

Por qué mi abuelo no era movimientista

Mi abuelo paterno, Carlos Castellanos Mealla fue compañero de curso del Dr. Víctor Paz Estenssoro en la escuela municipal, cuya enseñanza parvularia estaba a cargo de la prestigiosa educadora tarijeña Carmen Mealla, y luego en el colegio Nacional San Luis hasta el 1921, año en el que el futuro cuatro veces presidente de la República y su familia migraron a la ciudad de Oruro al haber sido su padre, Domingo Paz Rojas, nombrado administrador del Banco Nacional de Bolivia.

En Tarija y probablemente con mayor incidencia que en otros lares, en la infancia y en la escuela más propiamente, es donde se ligan para siempre amistades, apodos, aventuras y una serie de divertidas anécdotas, que los chapacos reeditamos en el día de El Reencuentro, donde promociones de los diferentes años se reúnen a recordar su época de escolinos y colegiales.

Víctor Paz tuvo una infancia feliz en su natal Tarija, como relató a viva voz al historiador Eduardo Trigo O’Connor d’Arlach, para dar vida a su obra “Conversaciones con Víctor Paz Estenssoro” publicada el 1999. Allí describe de un modo mágico y alegórico lo que significó el Valle Andaluz en su infancia y primera juventud, cuenta alguna de sus travesuras y cita a sus compañeros de curso, en los que está incluido su buen amigo Carlos Castellanos.

La vida siguió su curso, vino la cruenta Guerra del Chaco y ambos con firmeza se enrolaron para servir a la patria en diferentes frentes, el Dr. Paz se enlistó en la llamada “Batería Seleme”, mi abuelo combatió en la infantería y fue desmovilizado con el grado de capitán. 

En 1942 se fundó el MNR con un claro liderazgo de Paz Estenssoro, quien tras ganar las elecciones en 1951 y sufrir el exilio, asumiría por primera vez la presidencia de la República el año siguiente, tras la llamada Revolución Nacional del 9 de Abril, desde donde gestaría las grandes transformaciones como la reforma agraria, nacionalización de las minas, voto universal, entre otras.

El hecho ocurrió durante el segundo periodo del insigne mandatario (1960-64), cuando la portentosa fortaleza movimientista era un incontenible turbión que acompañaba al jefe e impulsor de la Revolución; en estas circunstancias el presidente Paz Estenssoro visitó el Chaco, y después de inspeccionar muy temprano la refinería de Sanandita se trasladó a Yacuiba, donde la población enfervorizada lo esperaba, toda embanderada de rosado, con desfile de jinetes, repique de campanas, estruendosas bombas y mozas con guirnaldas. 

En tan magno acontecimiento, Carlos Castellanos, ubicado cerca de la tarima desde donde esperaban el discurso lúcido y encendido del Presidente, destacaba entre la muchedumbre por su elevada estatura, su apodo por esa condición era de “largo”, cuando se le acercó alguien del entorno del mandatario, quien desde su posición lo había divisado, para entregarle una esquela invitándole a pasar la tarde con él. Le pedía venir con su familia al Regimiento de Caballería de Campo Pajoso, donde se había preparado un ágape en honor de la comitiva oficial.

El subprefecto en persona recogió a mi abuelo, que concurrió a la gentil cita con dos de sus hijas, mis tías Blanca y Edith, entonces muy jóvenes y a quienes les invadía una gran ansiedad por conocer y compartir con el hombre más importante y aclamado del país.

Cuenta mi tía Edith, a quien cedo el relato de esta historia:

“Yo esperaba un encuentro lleno de ceremonias, rodeado de gente importante y el infaltable cuerpo de seguridad que custodiaba al Dr. Paz, pero vaya sorpresa, nada de aquello sucedió, ingresamos al Regimiento por un costado, nos esperaba una señora que manejaba todo el protocolo, quien amablemente nos trasladó al pie de un frondoso algarrobo, bajo cuya sombra había puesta una elegante mesa, a una prudente distancia de la algarabía de los presentes, que degustaban carnes de monte a la parrilla y otros manjares propios del Chaco.

Cuando el Dr. Paz advirtió nuestra presencia, con su característica sobriedad se despidió de quienes lo rodeaban y se dirigió hacia nuestra mesa, que por los detalles advertimos que fue especialmente preparada para nosotros; mi padre se puso de pie para recibirlo y pronto se fundieron en un abrazo, que tuvo este singular intercambio de afectos:

–Largo qué haces por acá.

–Mono, que alegría verte.

Con mi hermana y un apuesto edecán, quedamos atónitas ante semejante lisonja, pues era bien sabido el rígido, circunspecto y hasta receloso comportamiento del mandatario en todas sus actuaciones.

El tiempo se consumió sin ninguna formalidad, hablando de Tarija, sus familias, amigos comunes y risas a mandíbula batiente; con Blanca nos mirábamos admirando el humor fino del Presidente hasta que el sol comenzó a declinar y éste debía retornar a la sede de gobierno; una tarde inolvidable llegaba a su fin, pero si el encuentro de estos viejos amigos fue inusual, la despedida lo fue aún mayor. El Dr. Paz con gesto adusto le inquirió a mi padre

–Largo, por qué no eres movimientista.

Carlos lo miró risueño:

–Tú tienes la culpa. Y levantó la mano derecha mostrándole la palma sin poder extender los dedos índice y mayor, que le impedían hacer la “V” de la victoria, el símbolo distintivo del MNR. Al unísono ambos lanzaron una sonora carcajada que puso en alerta hasta los centinelas del cuartel, fue el epílogo de un momento de genuina añoranza.

Mi papá tenía dañados algunos dedos de la mano, que no le permitía extenderlos plenamente, siempre se nos dijo que fue un accidente hasta que de retorno a casa después de aquel encuentro, nos contó cómo fue ese misterioso suceso.

Cuando mi viejo frisaba los 14 años, debió ser alrededor de 1920, un fin de semana se pusieron de acuerdo con sus amigos Víctor Paz y Humberto Lema (Ulupica) para salir de cacería e ir a la rivera oeste del río Guadalquivir, que en ese entonces estaba exclusivamente poblada por huertas frutales y tapiales.

En algún momento de la divertida aventura, la escopeta que llevaron sufrió un desperfecto que mi papá se propuso arreglar. Estando en ese empeño, Víctor Paz, adolescente aún, involuntariamente hizo un movimiento que originó que el arma se disparara y con el fogonazo, esquirlas del proyectil alcanzaron su mano, dañándole los tendones de su dedo mayor, que a partir de allí quedó encorvado para siempre, haciendo imposible por esta circunstancia que pudiera hacer la “V” de la victoria emenerrista.

Es justo destacar que mi abuelo Carlos tuvo un marcado desafecto por la política, pero no hubo elección en la que no votara por su amigo de siempre, Víctor Ángel Paz Estenssoro.

Juan Carlos Castellanos Zamora es abogado y escritor.



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