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Puente del Topater | 11/02/2021

Piñata municipal

Ronald MacLean-Abaroa
Ronald MacLean-Abaroa

Las campañas electorales tienen la peculiaridad de desnudar la mentalidad, las virtudes, los defectos y los prejuicios de nuestra sociedad. No deja de llamar la atención que muchos que denostan a la política y a los políticos no son sólo esencialmente antidemocráticos, sino que son los mismos que en gran número y con mucho entusiasmo se arrojan a ofrecerse como candidatos. Debiera llamarnos la atención que en nuestras principales ciudades con poblaciones de alrededor del millón de habitantes, presupuestos de centenares de millones de dólares y con complejos problemas de administración urbana, tengamos hasta 14 candidatos postulando a sus alcaldías.

Este síndrome afecta particularmente a muchos respetables comunicadores y activistas. Será que por la aparente familiaridad con los problemas que enfrenta el ciudadano cotidianamente, unos, su activismo gremial, otros, o por su visibilidad pública, ellos ya creen poseer las aptitudes necesarias y todas las soluciones. Yo me quedo asombrado al escuchar a candidatos, sin ninguna formación gerencial ni conocimientos previos en urbanismo o disciplinas afines, presentarse a los debates convertidos súbitamente en todólogos que con gran soltura de cuerpo y desfachatez tienen respuesta, solución y proyectos para cada problema urbano. Me pregunto cuántos de ellos tienen la formación profesional, experiencia previa o han sido concejales o funcionarios municipales para opinar con tanta certeza. El contar con un alto grado de reconocimiento de imagen, por lo propio de su profesión, no los hace necesariamente aptos para la política, que desprecian, ni para la gerencia pública, que desconocen.

Debido a que se anularon las elecciones de 1978, yo tuve la suerte de no acceder a la diputación a la que postulé por Santa Cruz cuando tenía sólo 29 años. Luego de un fugaz paso por el gabinete nacional quedé fuera de la política, lo que me dio la oportunidad de volver a la universidad para hacer estudios de posgrado en Gobierno y Políticas Públicas.

¡Cómo agradezco la oportunidad que tuve de prepararme previamente para cuando fui invitado a postular como alcalde de La Paz en 1985! En mi formación de posgrado profundicé en el análisis de modelos económicos, estadística, matemática, psicología social y otras disciplinas sociales. Actualmente la formación incluye también características de inteligencia artificial, mega-data, “block-chain” y, en general, la digitalización de la administración pública, que ha tenido grandes avances últimamente.

Sin embargo, las actuales campañas municipales (con honrosas excepciones como la de Enrique Bruno en Santa Cruz o Iván Arias en La Paz) se han convertido en una suerte de “Piñata municipal” o “Alasita en esteroide”, donde los candidatos, convertidos súbitamente en expertos, ofrecen SU visión y SU preferencia de lo que la ciudad debe ser y tener. Cada uno ofrece uno o más “regalos” para inflamar la imaginación del votante. En algunos casos con fantasías dignas de Disneylandia: trenes elevados, teleféricos en ciudades planas, playas de arena a orillas de lagos artificiales, plantas de industrialización de basura (donde la basura es tan pobre que no contiene suficiente valor en cantidades industriales que justifiquen su inversión). O peor, ofrecen empleo público, turismo oficial, préstamos municipales, empresas productivas, farmacias municipales con precios controlados o subsidiados, tablets de regalo, etc. Ninguna de las cuales es una función netamente municipal, lo que demuestra el desconocimiento de los candidatos y el peligro de dejar desatendidas las obligaciones ediles.

Proyectos de 1.000 millones de dólares cada uno, cuando sería mejor, por mi experiencia, hacer  1.000 proyectos de a un millón, que generen mano de obra y empleo local en necesidades básicas como agua y saneamiento. Los megaproyectos que cuestan cientos de millones de dólares dejan poco dinero en Bolivia y al ser de alta tecnología, como un tren ligero, el 90% del dinero termina fuera del país por pagos y “coimisiones”.

La digitalización de la administración pública ha resuelto el problema clásico de la planificación, al permitirle a ésta acceder a la información de las preferencias ciudadanas individuales, dispersa en la sociedad, hoy disponible en línea y en tiempo real. A diferencia de la planificación clásica, centralizada, vertical y caprichosa de “arriba hacia abajo”, hoy es posible mediante la digitalización incorporar al ciudadano en la identificación de problemas urbanos, su priorización, ejecución, y fiscalizacion en forma permanente y continua. Una suerte de “Participación Popular 2.0” de “abajo hacia arriba”.

La digitalización permite informar al ciudadano y solicitar su opinión y preferencia, en línea. Por otro lado, el colapso de la distancia y la globalización hace que ya no sea necesario licitar localmente la “solución” de los temas urbanos predefinida por el alcalde de acuerdo a su experiencia, conveniencia o conocimiento pasado. Ello limita la innovación en nuevas tecnologías. Se debe licitar “el problema” en forma global y abierta. Si existe, por ejemplo, un problema de tráfico en la ciudad, no habría que cerrarse en una solución preexistente y probablemente obsoleta, sino abrirse a licitarlo y exponerlo universalmente a la inventiva y visión de nuevas formas de solución, probablemente aún desconocidas por nosotros, pero existentes en algún lugar del mundo. De esta manera se abre el camino a la innovación y el progreso.

Finalmente, no se pueden esperar resultados diferentes si seguimos haciendo lo mismo. No podemos aspirar al cambio y la modernidad si seguimos eligiendo a las mismas autoridades que han perpetuado la pobreza y la corrupción, o a aquellos bisoños, cándidos y sin experiencia ni formación que, por defecto, seguirán haciendo más de lo mismo.

El progreso viene de la mano de la experiencia, la formación y la honestidad. No votemos por alguien porque nos lo pide, votemos por nosotros mismos, los ciudadanos, eligiendo bien.

*Ronald MacLean Abaroa fue alcalde de La Paz y ministro de Estado.



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