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Puente del Topater | 04/01/2022

Para nuestros hijos y nietos del mundo: La unidad en la distancia

Ronald MacLean-Abaroa
Ronald MacLean-Abaroa

Cuando escribo este texto, en el último día del año 2021, me tiento a reflexionar sobre lo bueno y hasta lo maravilloso que está aconteciendo en nuestras vidas y sus alrededores. Y lo hago aún a riesgo de decir lo obvio, verdades de Perogrullo.

Leí recientemente una columna de un amigo que calificaba al 2021 como un “annus horribilis” (año terrible),fundamentalmente por la muerte, a veces prematura o inesperada, de amigos o conocidos, frecuentemente causada por la pandemia del Covid-19. Pero a estas alturas de la vida, quienes hemos superado la barrera de los 70 años de edad no debiéramos quejarnos mucho, pues la muerte es un hecho natural y es más bien una suerte de milagro que sigamos vivos. Y ello debiera ser gran motivo de alegría y agradecimiento.
Por lo menos estamos vivos para contarlo.

Por otro lado, somos testigos de cambios extraordinarios en nuestras vidas y el entorno. Desde la generación de mis padres, nacidos a principios del siglo XX, la velocidad y la diversidad de avances tecnológicos es alucinante. Ellos y nosotros hemos experimentado –no sufrido– mejoras cualitativas insospechadas.  

Pero lo más maravilloso, creo yo, es el colapso de la distancia. Primordialmente física, aunque han colapsado o disminuido otras distancias también. La distancia entre naciones, culturas e idiomas; o la distancia entre razas, etnias, religiones e ideologías. O sea, las distancias mentales. Igual, las distancias de gustos y preferencias físicas y sexuales. Hoy es más frecuente que se den uniones entre personas de diferentes culturas, orígenes étnicos, razas y género.

Todo ello implica que estemos más cerca entre todos. Y esa proximidad implica mayor contacto y posibilidad de unión. Y la unión ha sido y es una aspiración nacional, para los pueblos de todo el mundo. Está inscrita en nuestros símbolos patrios, himnos nacionales, aspiraciones colectivas, etc. Está implícita en la figura de la “Res publica”. De la república. La que resalta y cultiva lo que nos une: lengua, historia, o sea, el reconocimiento de un esfuerzo colectivo en la construcción de nuestro país, resaltando la riqueza que implica la unidad en la diversidad. Y también la unión alrededor de la república, entre razas, etnias y sus diferentes pisos ecológicos; y la complementariedad entre todo aquello y entre nosotros.

El colapso de la distancia física por efecto de la revolución en las comunicaciones, desde el teleférico hasta el internet, nos ha acercado enormemente. Mientras que la pandemia nos ha aislado en nuestros hogares.

Sin embargo, la pandemia nos ha permitido redescubrir el privilegio de la vida, el valor de la familia, la seguridad del hogar, el re-descubrimiento de la conversación y la empatía. Re-encontrarnos físicamente padres e hijos, y valorar en sí cada re-unión y re-encuentro entre seres humanos.

La pandemia ha puesto en evidencia también el peligro que ocasionan las aglomeraciones humanas, la insalubridad de la muchedumbre; el valor de la naturaleza, del aire limpio, la vegetación, la vida silvestre y el medio ambiente, en general. Hemos visto repoblarse los ríos de peces; y el bosque de pájaros, venados y otros animales silvestres. Nos está forzando a buscar un mejor equilibrio entre el hombre y la naturaleza; entre el hombre y su trabajo.

Creo que la humanidad saldrá fortalecida y mejor después de este año o años “horribilis”. De la política ya nos ocuparemos más adelante. Ahora brindemos por la vida y por el futuro de nuestros hijos y nietos. Por la herencia humana, no sólo material que les dejemos. Aún hay tiempo para vencer.

¡Salud a la vida 2022!

*Fue alcalde de La Paz y ministro de Desarrollo Sostenible



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