Brújula Digital se complace en contar,
desde este domingo, con las columnas de Gonzalo Chávez, economista, analista, docente
y, también, amigo de esta casa periodística.
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Este domingo, después de 13 años, no tendrán en sus manos el periódico Pagina Siete. Mi columna no se hará presente en la mañana paceña de azul brutal e invernal. Tuve el enorme privilegio de llegar a ustedes, queridos lectores, gracias a un tremendo equipo que decidió construir un sueño de papel, tinta y bites. Desde que comencé a escribir en el periódico siempre sentí un abrazo de libertad enorme de sus trabajadores, periodistas, directores y directivos. Gracias a raudales a todos por haberme brindado un nido intelectual desde donde aprendí el oficio más noble de la vida: comunicar ideas.
Los directores Raúl Peñaranda, Juan Carlos Salazar, Isabel Mercado y Mery Vaca lideraron este proyecto de periodismo independiente de manera titánica. Me consta. Doy fe de una enorme resiliencia, creatividad y profesionalismo frente a la canallocracia del poder que siempre acechó desde los callejones del odio ideológico. Tuve la enorme suerte de una relación fluida y afectuosa con Ivone Juárez y Baldwin Montero, los periodistas más cercanos al área de opinión. También tuve el privilegio de interactuar con muchos periodistas. A todo este equipo decirles: muy buen trabajo, hicieron historia.
A manera de despedida de Página Siete se me
ocurre hablar de dos temas: 1) abrir nuevamente el Diccionario de los vientos; 2) preguntarme, una vez más que hago aquí. Es
decir: ¿por qué escribo?
El Diccionario de los vientos. En la transición del viejo y nuevo milenio, allá
por el año 2000, se realizó un certamen mundial de ensayos de filosofía con una
doble pregunta: “¿Liberar al futuro del pasado o liberar al pasado del futuro?”.
Estas interrogantes me perseguían en mis
noches sin sueño hasta que descubrí el trabajo que ganó el evento mencionado:
El diccionario de los vientos de Yvetta Guerasimchuk. La autora sostiene que el
vaivén entre el futuro y el pasado es el resultado de la lucha entre los
militantes de los vientos (los que aman el cambio, los anemófilos) y aquellos
que odian los vientos (los anemofóbicos). Éstos también son conocidos como los
guerreros de la quietud, los conservadores de la sociedad, la política y las
costumbres.
Me identifiqué inmediatamente con la autora porque soy de Villazón y conozco de
soplos, aires, brisas, ventiscas y huracanes. Soy un amante y militante de las
nobles causas de los vientos.
Al abrir el Diccionario de los vientos, en la página 563 se encuentra la
entrada: “Página Siete: Una comarca intelectual de adoradores de los vientos,
de la innovación y del compromiso con los lectores”.
En efecto, cada mañana, cuando abría el periódico, sentía agradables brisas de diversidad, de nuevas ideas, de opiniones inteligentes, rachas de crónicas bien hechas y reportajes frescos, y también, de vez en cuando, algunas metidas de pata. Los dueños del poder siempre quisieron encarcelar a los vientos. Pero esto no es posible, porque el equipo de periodistas del periódico son y serán un fresco céfiro de democracia, independencia y primavera. Ciertamente seguirán militando en la causa de los vientos, con más fuerza, en otras latitudes.
¿Por qué escribo? Hace muchos años, el director del periódico en el que escribía me propuso que mi columna saliese cada 15 días. Acepté resignado, me consolé: menos trabajo. Cabe recordar que uno escribe por amor al arte, no es una actividad remunerada. Pasados unos meses comencé a sentirme medio “rarito”, que es la forma en que los paceños describimos nuestras angustias, desesperanzas, miedos y fantasmas. En un primer momento no sabía qué me ocurría, lo atribuí al cansancio. También tuve la idea de ir a un psicólogo, pero me desanimé cuando supe de sus tarifas. Finalmente, me di cuenta de que estaba con saudade (nostalgia) de mis lectores, me hacía mucha falta mi columna dominical, por lo que llamé al director y le dije a quemarropa: “O me pagas un psicólogo o me dejas volver a escribir cada semana”. Me devolvió mi trinchera dominical semanal. Un privilegio que siguió en Pagina Siete.
Escribir ofrece una trinchera única para difundir y defender valores y principios. Es una manera de ejercitar ciudadanía, de hacer política con las palabras. También es una terapia personal y espero, que también colectiva. Mentarle la madre a la nomenclatura del poder o evaluar la economía ayuda a bajar el colesterol, el estrés y mejora la piel.
Denunciar el autoritarismo mantiene viva la libertad de conciencia y permite buenos sueños. Diluir con ráfagas de humor los dogmas de la nueva hegemonía permite mostrar que el populismo chabacano que nos gobierna no es el fin de la historia y, de paso, previene la calvicie. Evitar el secuestro del imaginario colectivo, por parte de los circunstanciales dueños del poder, permite que la gente vuelva a imaginar el futuro y evita la gastritis del disgusto.
Escribir es un ensayo de la inmortalidad. En estos 13 años Pagina Siete me permitió avanzar en el camino a lo eterno. Seguramente los buceadores de la historia y los mineros de datos encontrarán mis columnas en la nubes de internet o las bibliotecas y con ellas se harán una idea de qué pasaba con el tipo de cambio, descubrirán de las cosas que nos reíamos, entenderán nuestras preocupaciones sociales y comprenderán el debate sobre la política económica que teníamos en el primer decenio del siglo XXI.
Es decir, uno escribe para los lectores de hoy, pero así mismo para los curiosos del futuro, para los que discreparán en el mañana e interpelarán nuestras tumbas y memorias por lo que hicimos mal, pero también por nuestros rosarios de aciertos, que con el añejado del tiempo esperemos que sean muchos.
Una columna está hecha de palabras, de noches mal dormidas, de hilos de indignación, de miradas extraviadas y mente en blanco, de bocanas de ilusiones, de fronteras del conocimiento y de una perseverancia a veces sacrificada.
Una columna es una ventana a la esperanza que Pagina Siete me permitió abrir de par en par, para lo cual tuve el apoyo de grandes profesionales, pero sobre todo de gente buena, es decir, de los amigos y amigas de ese diario. Gracias nuevamente. ¿Pararemos de escribir? Por supuesto que no.
Seguiremos diciendo lo nuestro desde otros medios valientes e independientes como este y por supuesto en las redes sociales. Seguiremos luchando la libertad de expresión, base de la democracia.
Gonzalo Chávez es economista.