Nosotros, los miserables, fuimos inmortalizados por el célebre escritor y dramaturgo francés Víctor Hugo como los protagonistas de la gran epopeya popular de la Revolución Francesa, cuando nosotros, los ciudadanos, la gente, o el pueblo, como les gusta llamarnos, derrocamos al soberano absolutista, el rey de Francia, para inaugurar la gran marcha hacia la democracia universal. Bajo la inspiración de esa epopeya de libertad, igualdad y fraternidad liberamos las colonias españolas y nació Bolivia.
Con la Revolución Americana de 1776, en Estados Unidos, y la Revolución Francesa en Europa se dio fin al concepto de la soberanía de un hombre a favor de la “soberanía popular”, la de la gente.
Pero las
cosas se trastocaron en Bolivia a partir del 2005, cuando elegimos un Presidente
que se convirtió en autócrata, con palacio, corte, museo y aviones, además de
impunidad, que se creyó eso de que “L'État, c'est moi” (El Estado soy yo) y
“Yo le meto nomás”, y mis caprichos son tus órdenes. Al menos hasta el 10 de
noviembre del año antepasado. Un año después, elegimos a un civil, más
civilizado, con la esperanza de que fugado el autócrata, la soberanía regresaba
“al pueblo”, a nosotros la gente y el presidente del gobierno, librado de la
tutela del “soberano” del Chapare, nos pudiera gobernar con justicia, capacidad
y transparencia.
¡Oh
sorpresa! En el primer acto importante de lucha contra la pandemia, en un acto
que nos huele a respiradores, el gobierno procede a adquirir, sin licitación pública
y con contratación directa, nada menos que ¡cinco millones, doscientos mil
vacunas rusas! que algunos medios reportaron con un precio de Bs 350 millones. ¿Fue
esta también una orden del soberano del Chapare?
En la teoría moderna del Estado, el soberano somos nosotros los que elegimos un Presidente que actúa como agente o custodio de nuestros bienes públicos y especialmente de los dineros de nuestros impuestos, donde no caben transacciones “confidenciales”, que no las conoce y menos autoriza por lo menos una comisión mixta del Senado.
La
situación se hace aún más sospechosa cuando se informa que la Organización
Mundial de la Salud (OMS), con sede en Ginebra, ha elegido a Bolivia junto con
otros 11 países para recibir las vacunas contra el Covid-19, en forma gratuita.
Me pregunto:
¿Qué producto ruso se vende en las tiendas del mundo? En Bolivia, ¿qué
compramos los bolivianos de procedencia, fabricación o tecnología rusa? Ni que
decir en el resto del mundo civilizado. ¿Ha visto usted algún producto ruso,
excepto quizás vodka, en algún shopping
center en Miami, París, Tokio, Buenos Aires o Santiago? Probablemente
ninguno.
Es porque
Rusia es un país productor de materias primas, como Bolivia, pero que tiene adosado
un ejército con capacidad bélica nuclear, que tiene secuestrado al mundo
occidental. Rusia es un “rough state”, un estado mafioso gobernado de por vida
por un gran oligarca que envenena y asesina a sus adversarios políticos, en
Rusia o en el exterior. Putin es el arquetipo al que aspira ser Donald Trump y
todos los autócratas modernos, incluido Evo Morales: poderosos sin límite,
oligarcas acaudalados y populistas con aspiración a populares.
Sorprende
de sobremanera que el actual portavoz presidencial, hombre refinado y culto, se
hubiera expresado, supuestamente interpretando al presidente Arce, como lo ha
hecho en días pasados en radio Fides, llamando “miserables”a quienes objetan u observan como
inconveniente, sino irregular, la compra de las vacunas rusas. Los miserables somos todos nosotros, en la
interpretación de Víctor Hugo, la gente común que tenemos el derecho de pedir
cuentas y exigir explicaciones a quienes nosotros colectivamente hemos elegido
como nuestros agentes fiduciarios en el manejo de la cosa pública.
Estos miserables
que vencieron en la Revolución Francesa y derrocaron al soberano autócrata
para instaurar la aspiración de libertad, igualdad ante la ley y solidaridad
son los mismos que echaron al autócrata del Chapare en 2019 y eligieron un
gobierno democrático que se deba y responda a la gente, a los que nos llaman
pueblo.
*Ronald MacLean Abaroa fue alcalde de La Paz y ministro de Estado