Los casos de narcotráfico, muchos de ellos verdaderos escándalos, han sido noticia permanente en estos dos años y casi nueve meses de gobierno. Uno tras otro, han desfilado por las pantallas de televisión y las agendas de los medios tradicionales y digitales del país. Dan cuenta de que la actividad está en apogeo y tiene acorralados a quienes deberían combatirla.
Mal de muchos es consuelo de tontos, dice el viejo refrán y sirve para recordar que el narco estuvo presente en todas las administraciones de la era democrática boliviana, que en octubre cumple 41 años, con casos como Huanchaca, narcovínculos, narcoavión, Marino Diodato, narcogenerales, narcoamauta, narcoasesor, Pedro Montenegro, clan Lima Lobo…
El actual gobierno ya puede hacer una colección con los aeródromos como Mundaka en Cotoca, el abortado operativo en Valle Sajta, el triple asesinato de policías a manos del grupo de Misael Nallar, la media tonelada de cocaína entre Viru Viru y Barajas, el informe de Europol sobre 17 toneladas traficadas desde el 2021, la narcoavioneta caída en Argentina con 324 kilos de drogas, los recurrentes ajustes de cuentas…
Desde el poder se ha ejecutado la detención del exjefe antidrogas Maximiliano Dávila, tras un operativo multinacional coordinado por la DEA estadounidense, la incautación 13,3 toneladas de pasta base y clorhidrato de cocaína en distintas operaciones en 2023 y la destrucción de 320 factorías y 60 laboratorios, la mayoría en el trópico de Cochabamba.
De los 2.048 detenidos en el último tiempo, el único de relevancia es el excoronel Dávila, el último jefe antidrogas del régimen de Evo Morales. Las enormes cantidades de cocaína traficadas, las múltiples marcas en los paquetes para saber a qué cartel pertenecen, los incesantes vuelos furtivos a países vecinos y el preocupante número de víctimas producto del sicariato no hallan culpables.
Los “patrones”, los verdaderos dueños del tráfico internacional de drogas, no han sufrido rasguño alguno y siguen al mando de la gigantesca maquinaria en tiempos en los que traficar ha abierto nuevos mercados en Europa, África y Asia, además de consolidar el de Estados Unidos. La actividad ilícita ha crecido exponencialmente.
Tantos operativos -5.794 este año, según datos oficiales-, tantas incautaciones -13,3 toneladas-, tanta droga circulando por nuestro territorio muestran que somos un paraíso para los narcos porque, además de contar con apoyo estatal, las policías extranjeras antinarcóticos hacen sus pesquisas por fuera de nuestras fronteras y sin avisarnos.
En Bolivia todo se reduce a cuantificar el supuesto daño económico que se ocasiona a las organizaciones delictivas y la puesta en escena de otros temas para distraer la atención de opinión pública como la incursión militar-policial a Riberalta que acabó con 57 mineros detenidos y 27 dragas voladas con explosivos en el río Madre de Dios por la extracción ilegal de oro.
Un censo realizado por la Gobernación de Pando estableció que 546 dragas montadas en barcazas rústicas, denominadas en Perú como “pequedragas”, están operando actualmente a lo largo del Madre de Dios, la mitad de ellas en la ilegalidad. Las 27 dragas explosionadas representan el 5% de las 546 descubiertas y el asunto de la minería ilegal vuelve a esconderse en las sombras.
El narcotráfico se desenvuelve a sus anchas en Bolivia. Quienes creen que están manejando los hilos y controlan la actividad desde el poder no consideran que en realidad son marionetas. Los carteles son los que definen las “áreas de trabajo”, usan la fuerza antidrogas y la justicia para torpedearse y entregan señuelos mediáticos cuando las cosas se ponen difíciles para las autoridades.
No debe ser grato para los personeros civiles y uniformados andar a salto de mata cada vez que en otros países se decomisan cargamentos de drogas que partieron o pasaron por el país, cuando se atrapan tripulaciones de origen boliviano, cuando se descubren narcoavionetas con matrícula nacional o se utilizan los principales aeropuertos para trasladar estupefacientes a Europa.
Habrá gente que compre el cuento de que el gobierno pone las reglas y las hace cumplir. Sin embargo, lo sucedido en estos cerca de tres años de gestión gubernamental en materia de narcotráfico está demostrando que las organizaciones de traficantes manejan los hilos y sus marionetas hacen lo que se ordena a través de hábiles movimientos de manos.
Edwin Cacho Herrera es periodista