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Vuelta | 15/05/2019

Los pozos

Hernán Terrazas E.
Hernán Terrazas E.
El pozo, uno de los cuentos más recordados del escritor paceño Augusto Céspedes, narra la historia de la lucha entre soldados paraguayos y bolivianos por un pozo estéril durante la Guerra del Chaco. Lo absurdo de la guerra queda en evidencia en esa encarnizada e improductiva batalla reflejada en esas páginas.

La referencia al relato de Céspedes tiene que ver con un episodio obviamente menos dramático, pero con seguridad intenso, que los bolivianos vivimos en torno a las noticias sobre los resultados de la perforación del pozo Boyuy X2, ubicado precisamente en la localidad de Caraparí, provincia Gran Chaco del departamento de Tarija, posiblemente una zona de características geográficas similares a aquella en la que está ambientado el relato de Céspedes.

En algún sentido, la similitud entre ambos pozos es grande. Durante la guerra, la infatigable y desgarradora búsqueda de agua era una cuestión de vida o muerte, particularmente para los agobiados soldados bolivianos. Casi 84 años después de concluido el conflicto bélico, con obsesión parecida, el gobierno del presidente Evo Morales instruyó la perforación de un pozo con la esperanza de encontrar en las profundidades de la tierra una reserva de gas suficiente como para saciar la sed de la exportación de hidrocarburos.

Boyuy X2, por obra y gracia de las expectativas alimentadas desde la propaganda, se había convertido en la ilusión de superar la caída en las reservas de gas, algo que abre un enorme interrogante sobre el futuro del negocio para Bolivia.

Los trabajos de perforación duraron meses y aunque no en pocas oportunidades los expertos advirtieron que las posibilidades de un hallazgo comercial eran escasas, la profundidad de la perforación llegó hasta los ocho kilómetros –un verdadero récord en América Latina–, sólo para constatar que no había había un “mar de gas’, como anticiparon algunos funcionarios de Yacimientos Petroliferos Fiscales Bolivianos (YPFB).

La historia, aparentemente, no ha concluido, porque el gobierno todavía busca la mejor manera de terminar un cuento que ya se ha hecho bastante largo.

Pero las secuelas que siguen podrían ser más complejas para la economía boliviana. Con reservas de gas insuficientes, Bolivia dejaría de ser un abastecedor confiable para Brasil y Argentina e incluso podrían frustrarse pequeños proyectos con empresas privadas de ambos países que buscan amortiguar el impacto de un desenlace que a estas alturas parece desgraciadamente inevitable.

Sin el impulso del gas y ante la inexistencia de alternativas productivas equivalentes desde el punto de vista de los ingresos, la situación económica podría tornarse insostenible. 

En un contexto donde los gastos siguen y los ingresos merman, la solución pasa, como se ha observado hasta ahora, por echar mano de las reservas internacionales, lo que a la larga puede obligar a modificar el tipo de cambio,  incrementar la inflación e incidir sobre una eventual salida de capitales.

La gravedad de los pronósticos no es un asunto que figure en la agenda de las campañas, tal vez porque desde la oposición no ven pertinente hablar de un final de "fiesta", cuando todavía no se extinguen los fuegos artificiales de la bonanza de casi una década de extraordinarias condiciones externas.

El tema, sin embargo, está ahí y representa una seria amenaza que, por ahora, el gobierno prefiere ignorar y los opositores  miran de reojo.

El Pozo de Augusto Céspedes queda como una referencia literaria imprescindible para aproximarse al drama e inutilidad de la guerra. El Pozo de Evo Morales podría transformarse en el símbolo que marque el principio del fin de los tiempos de un optimismo no del todo justificado.

Hernán Terrazas es periodista.



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