Bolivia está viviendo un momento histórico de protesta y rebelión de una muy amplia base social. En efecto, llevada ésta a su consecuencia lógica, seremos testigos de una verdadera revolución popular en contra de la más reaccionaria, corrupta y abusiva dictadura de la que Bolivia tenga memoria.
Estas son buenas
noticias, más bien, noticias maravillosas.
Los bolivianos han decidido acabar con el gran engaño que representa el actual
gobierno masista encabezado por los tres “Barones del engaño”: Evo Morales, Álvaro
García Linera y Luis Arce Catacora, y secundados por una “nueva rosca” de los
corruptamente enriquecidos por el régimen. Esto a costa del más grande
endeudamiento público de la historia, luego de haber despilfarrado 15 mil
millones de dólares del periodo más próspero de nuestra historia moderna.
Arce Catacora fue elegido en base al engaño con el que se presentó a la elección del 2020 como el artífice de la prosperidad boliviana y el garante de la estabilidad. Él mismo creyó su mentira, haciendo el ridículo de presentarse como el “padre del modelo boliviano”. Prosperidad derivada de las políticas liberales de inversión y estabilidad de las dos décadas anteriores, y que el MAS cosechó a su llegada al gobierno en 2006.
Esa bonanza fue producto del auge de las materias primas en la economía internacional, como consecuencia de la demanda de la China capitalista. Ahora Arce está presidiendo el descalabro económico de las políticas que él mismo diseño y ejecutó aprovechando la bonanza ajena, y develando el engaño electoral con el cual se hizo de la Presidencia.
La incipiente revolución boliviana en curso se ha precipitado ante la evidencia de que el gobierno de Arce ha revelado su verdadera vocación e intención de exprimir y saquear a Bolivia, como lo hicieron con Cuba y Venezuela, a fin de consolidar su “monopolio de impunidad” para enriquecerse a costa del patrimonio nacional y financiar el imperialismo cubano en nuestro continente. Esto en complicidad encubierta con el narcotráfico, que requiere de regímenes permisivos y cómplices para proteger sus negocios.
Las “leyes malditas” promovidas por el rodillo parlamentario del MAS pretenden acelerar al máximo el control económico estatal de la propiedad de los bolivianos. Y así confiscarla y expropiarla encubiertamente. La confiscación encubierta la hacen criminalizando el supuestamente origen espurio de toda propiedad, particularmente de la de quienes disienten de ellos, pero reservándose el privilegio de la impunidad ellos y de su rosca partidaria de nuevos ricos.
La actual revuelta y sublevación boliviana contra la dictadura enmascarada –sublevación que avanza con inusitada fuerza y apoyo popular– es mucho más que una movilización política, es una sublevación económica de amplia base popular que puede transformar Bolivia en un Estado moderno. Un nuevo Estado, una república unitaria, como fue fundada en 1825, pero donde por primera vez la economía ordene a la política y no al revés, como hasta ahora.
Tradicionalmente, los políticos controlan la economía para perpetuar sus privilegios, distribuirse las rentas y retener el poder “a nombre del pueblo”. Mientras que las sociedades modernas privilegian la economía para ordenar la política, mediante el sistema de mercado y la competencia que fomenta el desarrollo y erradica la pobreza, promoviendo la prosperidad popular.
En este último caso, muere el clientelismo populista, que se sustenta tanto en la pobreza como en la ilegalidad para subsistir. Si no hay pobres y la ciudadanía no está criminalizada, como pretende el gobierno, florece la libertad individual y la armonía social que garantiza la democracia.
Bienvenida entonces la revolución del capitalismo popular de 2021 a la Bolivia postsocialista, donde el derecho al trabajo y la propiedad privada sean sagrados y la justicia independiente. Donde la equidad nazca de la igualdad de oportunidades, desde la educación a la salud popular. Donde se premie con la prosperidad el trabajo honesto, la innovación, el riesgo y la solidaridad. Donde prosperar sea un derecho popular y donde los privilegios de los que gozan las “roscas” gentiles o cholas se conviertan en derechos legítimos para todos. Donde el acceso libre al capital, la política, la academia y el prestigio social, así como el acceso libre a una educación y salud de calidad no sea más un privilegio de pocos, un monopolio hereditario, sino sea un derecho popular garantizado por las leyes y administradas por jueces probos, árbitros imparciales que garanticen la armonía y la paz social.
Como en el pasado, Bolivia será hoy la primera en rebelarse, derrotar e independizarse de la tiranía dirigida desde Cuba y Venezuela, como fue el 2019 y será el 2021; como lo fue en rebelarse en 1809; en llevar adelante la primera revolución nacionalista en Sudamérica en 1952; en transitar de la dictadura a la democracia en paz en 1982; y de liberalizar su economía y domar la hiperinflación en democracia desde 1985.
Lo ha sido así, la primera, antes de caer en la maldición de un régimen “socialista” tiránico, reaccionario, oligárquico y corrupto que ha entregado nuestra soberanía al narcotráfico y sus congéneres de Cuba, Venezuela, Nicaragua y pronto México y Argentina, convirtiéndonos en vasallos de miserables.
El engaño “socialista” está naufragando hoy ante la fuerza de la revolución capitalista y popular encabezada por gremiales, cooperativistas, mineros, campesinos, transportistas, comerciantes y otros sectores populares ante la mirada atónita del régimen y de la oposición política que han quedado rebasados por la sublevación popular de indígenas genuinos, cocaleros libres, cuenta-propias, obreros, mineros, comerciantes informales, estudiantes y clase media en general, en todo Bolivia.
Como en febrero de 2016 y octubre de 2019, el pueblo se ha adelantado a la clase política y por ello ha triunfado. Entonces y ahora triunfará en defender su libertad económica. Esto debido a que la clase política y la mayoría de la oposición boliviana sufre del síndrome “socialista de izquierda” y no está equipada intelectualmente para articular y darle una respuesta adecuada a esta rebelión capitalista popular, que verbaliza su descontento como la falta de libertad política y democracia, pero que ha comprendido que la criminalización del derecho a la propiedad y la libertad económica serían la verdadera causa de su infortunio, pobreza y esclavitud política.
Esta revolución popular postsocialista está huérfana de liderazgo político. El liderazgo en las calles lo está ejerciendo heroicamente la gente, que no encuentra eco ni propuesta en la clase política.
Hoy, el mayor enemigo del régimen sería Marcelo Quiroga Santa Cruz, como lo llegó a ser Filemón Escobar, y la izquierda honesta y democrática, por sus principios éticos y solidaridad social. Pero fueron ellos mismos, las almas buenas, quienes lamentablemente empedraron el camino al infierno del socialismo fascista actual. Fueron ellos, mis amigos y compañeros generacionales, con sus buenas intenciones y su machacona revolución socialista inspirada en la revolución cubana, antidemocrática, económicamente equivocada y a-histórica, que les sirvieron de antesala a estos delincuentes políticos del Siglo XXI.
Pero al final, como entendió y admitió secretamente Fidel Castro, los defensores de la libertad y la democracia son las clases populares prósperas, irónicamente beneficiadas por el auge de las materias primas de la década pasada, que atesoran y defienden su libertad económica, que desenmascaradas las intenciones confiscatorias y totalitarias del régimen y el “gran fraude económico y electoral” se han levantado para deshacerse de los “Barones del engaño” y la mentira.
*Fue alcalde de La Paz y ministro de Estado.