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12/11/2021

Lora, Molina y los remordimientos de la revolución permanente

Fernando Molina se ha despachado un pequeño pero enjundioso volumen de 172 páginas, consagrado a la teoría general de la revolución permanente y su historia particular en Bolivia.

Para quienes no la conozcan bien, dicha teoría es considerada la síntesis del pensamiento del revolucionario ruso León Trotsky, quien junto a Vladimir Lenin condujo la primera revolución obrera victoriosa de la historia universal, hace ya 104 años. Se trata de una teoría, para decirlo esquemáticamente, basada en dos ejes conceptuales: por un lado, que, debido a su debilidad y sometimiento al imperialismo, las burguesías de los países atrasados —como Bolivia— ya no podrán hacer las revoluciones que hicieron en su tiempo sus viejas y poderosas hermanas europeas o norteamericana, razón por la cual la tarea de la revolución, en estos países, pasa a manos del proletariado, en un proceso revolucionario permanente. Y, por otra parte, que esta revolución no podrá consolidarse si no consigue irradiarse, en un decurso también permanente, a todos los países del mundo, lo cual quedó tristemente comprobado, por vía negativa, en la propia experiencia soviética, y, más acá, en la mortal asfixia de la revolución cubana.

Y, para quienes no conozcan la trayectoria política de Molina, se trata de un señor que, ya desde secundaria, militó fanáticamente y por varios años en las filas de la revolución permanente y el Partido Obrero Revolucionario (POR) trotskista, grupo del que se alejó de mala manera a finales de los ochentas, para luego —créanlo o no— pasarse al bando contrario: el gobierno burgués, antiobrero y neoliberal del gringo Goni Sánchez de Lozada. Cumplida su mutación liberal, Molina se hizo periodista “independiente” y terminó al mando de una fundación organizada por Samuel Doria Medina, político derechista conocido por su torpeza y mala suerte, y uno de los hombres más ricos de Bolivia. Desde su doble puesto de corresponsal del diario español El País y brazo intelectual del doriamedinismo —si tal cosa existe—, el camaleónico personaje se ha dedicado últimamente, entre otras cosas, a publicar alegatos contra el racismo, lo cual le ha valido la suspicacia de muchos que ven en ello un evidente coqueteo con el MAS.

Tal el asunto y tal el autor.

En este contexto, hoy Molina regresa sobre sus pasos para evaluar la doctrina que lo sedujo en su juventud, a través de tres pensadores bolivianos, los cuales, según él, más cerca estuvieron de la teoría de la revolución permanente: Ernesto Ayala Mercado, trotskista entre los años 40 y 50, luego militante del MNR y finalmente funcionario de la dictadura de Hugo Banzer; Guillermo Lora, autor de la Tesis de Pulacayo en 1946, protagonista de la Asamblea Popular en 1971, y jefe del POR durante medio siglo desde 1954; y René Zavaleta, ensayista político que inició su vida militante en el MNR, para luego pasar por filas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y terminar en el Partido Comunista de Bolivia (PCB).

Tales los protagonistas del libro de Molina.

Lo primero que llama la atención en el texto es la curiosa desproporción del espacio asignado a cada uno de ellos: 51 páginas para Ayala, 13 para Lora, y 33 para Zavaleta; sobre todo si se considera que, entre los tres, fue Lora, precisamente, quien más escribió sobre la revolución permanente, más tiempo luchó por su causa, y más aportes históricos y políticos hizo en su nombre.

Ayala militó en filas del POR desde 1938 y en 1954 se pasó al MNR con un grupo de dirigentes trotskistas, bajo el argumento —que resultó falaz— de que allí estaban las masas y había que rescatarlas. Como su hazaña trotskista más notable, escribió a sus diecinueve años una tesis inspirada en la teoría de revolución permanente, que presentó e hizo aprobar en un congreso universitario, lo cual siempre fue valorado por Lora, pese a que, desde el ingreso sin retorno de Ayala al MNR, fueron enemigos políticos. Luego publicó otros ensayos menores y, en 1956, estando ya en el MNR, el folleto ¿Qué es la revolución boliviana? —su obra más importante, dice Molina—, en el que buscó explicar la revolución de 1952 por medio de la teoría de la revolución permanente. En pocas palabras, Ayala estuvo en el POR antes que Lora, fue un trotskista precoz y talentoso, escribió algunos ensayos notables, pero terminó extraviado en las filas nacionalistas, hasta encallar en el banzerismo.

Lo de Lora fue distinto, y hasta cierto punto opuesto. Ingresó al POR también joven, en 1941, y no salió de ahí hasta que murió, 68 años después. Fue empujado de La Paz a las minas por la persecución policial en 1942, logró vincular al POR con los mineros en un trabajo de cuatro años, redactó e hizo aprobar en un congreso minero de 1946 el que se considera el documento sindical trotskista más valioso no sólo de Bolivia sino de la región —la Tesis de Pulacayo—, y dedicó los siguientes sesenta años de su vida a luchar y escribir las páginas más memorables de la historia política del proletariado en Bolivia. Preso, confinado y exiliado decenas de veces, fue el primer diputado trotskista del país en 1947, e impulsó la lucha de los obreros por dotarse de un gobierno propio antes y después de 1952, pasando por la Asamblea del Pueblo de 1971, inspirada y dirigida por el POR. Autor de cientos de textos, sintetizados en unas Obras Completas de 70 tomos, Lora escribió, analizó y teorizó sobre casi todos los episodios de la historia política boliviana… siempre a la luz de la teoría de la revolución permanente.

Como puede verse, más allá de los errores que se le puedan hallar, nadie en su sano juicio podría poner en duda que Lora fue el más eminente y prolífico seguidor de las ideas de Trotsky —y el marxismo general— que hubo en Bolivia.

Pero a Molina no le gusta Lora, y en lugar de reconocerle hidalgamente su lugar en la Historia, prefiere rescatar a Ayala del olvido para, luego, deshacerse en halagos y achacarle ideas trotskistas a ese otro gran pensador que fue Zavaleta. Zavaleta es considerado, entre quienes lo han estudiado, un marxista heterodoxo; es decir, un marxista que no estuvo de acuerdo con las principales ramificaciones de esta corriente —el trotskismo y el stalinismo—, y decidió andar su propio camino. Muy temprano y como militante del MNR, se estrelló contra Lora y el POR en diversos escritos; más tarde, al desencantarse del nacionalismo y virar al marxismo, alcanzó a vislumbrar ciertos aspectos de la teoría trotskista pero nunca la aceptó del todo, e incluso prefirió, en el último periodo de su vida y a despecho de su independentismo, sumarse al PCB —el partido más antagónico del POR—, tras su breve paso por el MIR nacionalista e izquierdizante.

Pero no. A Molina nadie puede quitarle la idea de que, tanto Ayala como Zavaleta hicieron los aportes más valiosos, creativos y novedosos a la teoría de la revolución permanente, mientras Lora fue apenas su repetidor dogmático. En las tristes 13 páginas que le dedica al jefe del POR, no existe un asomo de análisis serio sobre la obra de Lora, sino más bien una sarta de epítetos y subjetividades rencorosas y más o menos hilvanadas, que empiezan por calificarlo de disperso, autojustificatorio, contradictorio, confuso, adulterador, academicista y marxista vulgar, hasta desembocar en una definición lapidaria: fundamentalmente sectario. Para Molina, Lora fue un señor que escribió mucho y mal; que al principio se asoció de modo oportunista con el MNR y luego se volvió dogmático y ya no quiso asociarse con nadie; que hizo una tesis en Pulacayo y después se dedicó a inflarla en beneficio personal; y que, por si todo esto fuera poco, nunca entendió las críticas demoledoras de Bourdieu, el más antimarxista de los posmodernos de izquierda.

Tan poca seriedad y falta de equilibrio no le vienen a Molina de su falta de información o descuido. Se diría que se trata más bien de un agudo complejo de culpa y la búsqueda desesperada de una justificación para la vergonzosa voltereta que dio al cambiar su militancia trotskista por un puñado de dólares.

Aquí termino mi crítica. Y, por mi parte, les invito a ver mi libro de próxima presentación, Guillermo Lora, el último bolchevique, un acercamiento biográfico al jefe del POR a través de 20 entrevistas en profundidad, con personajes que conocieron de cerca al viejo trotskista y que, pese a las críticas que pudieron hacerle, nunca dejaron de reconocer su valor.

Ricardo Zelaya Medina es periodista.



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