Bolivia no solo arrastra al menos una
década de rezago en la industria del litio, sino que está a punto de perderlo
todo. Un grupo de geólogos acaba de revelar que existiría una reserva de entre 20
y 40 millones de toneladas de litio en un cráter volcánico de Estados Unidos.
De confirmarse este hallazgo, Bolivia sería desplazada al segundo lugar en el
ranking de los países con más reservas.
Actualmente, Chile es el principal exportador mundial del ‘oro blanco’, a pesar de que tiene menos de la mitad de las reservas bolivianas. El 2022, el país vecino exportó 198 mil toneladas, mientras que Bolivia despachó solamente 630 toneladas; es decir, menos del 0,5%. Las malas noticias no acaban ahí. A inicios de este año, el gobierno de Luis Arce anunció que exportaría litio por un valor de 576 millones de dólares y, sin embargo, el ingreso real a junio no llegó ni a siete millones de dólares.
Estos datos ponen de manifiesto una realidad amarga. Bolivia tiene un desempeño negligente y ocupa un lugar marginal en el negocio. Una de las razones de fondo, sino la principal, es que nuestras autoridades creen erróneamente que el mercado del litio es estático y que los precios seguirán en alza. Pero la realidad es distinta.
El hallazgo norteamericano es una evidencia del ajetreo que reina en el sector. Decenas de países están invirtiendo miles de millones en exploración, innovación y alternativas. Debido a que las mayores reservas están en América del Sur, China y Australia, los países del Norte tienen sobradas razones geopolíticas para localizar cuanto antes nuevas fuentes de suministro. Y tienen probabilidades de éxito por una simple razón: hasta ahora, la mayor parte del mundo no ha sido explorado en busca de yacimientos de litio. Estos esfuerzos ya están dando resultados. Según Fastmarkets, una consultora inglesa, al día de hoy existen 45 minas en operación, este año 11 plantas entrarán en marcha y el 2024 otras siete. Bolivia espera sumarse el 2025, de la mano del consorcio chino CBC.
En economía, cualquier brecha entre una demanda alta y una oferta limitada acaba creando incentivos para la innovación. Al inicio, la brecha se traduce en altos precios, pero acaba impulsando el desarrollo tecnológico, tal cual está sucediendo con el litio. Los centros de investigación energética están haciendo grandes esfuerzos por mejorar las baterías de magnesio, de iones de sodio, hidrógeno, redox de vanadio y otros. También están en curso varios proyectos de reducción del uso actual del litio. Como resultado, los conocimientos y los procesos se especializan y complejizan cada día. Por eso no existe lugar para la ingenua intención boliviana de producir y exportar baterías de alto valor agregado.
El mundo también está en afanes de bajar costos. Desde el punto de vista económico, tiene mucho sentido estos proyectos que buscan la eficiencia. Al respecto, Bolivia hace poco o nada. Seguimos extrayendo litio mediante la técnica obsoleta y costosa de las piscinas de evaporación. El plan gubernamental es sustituir por la tecnología de extracción directa del litio (EDL). Sin embargo, el plan despierta más dudas que certezas, principalmente, debido a que tal tecnología no tiene se usó a escala industrial.
Los bolivianos tenemos sobradas razones para dudar de las promesas de los políticos y estos últimos siguen sin entender lo básico de las fuerzas económicas que gobiernan la oferta y la demanda. Si siguen tomando decisiones erradas o planeando ingresos irreales pensando que el mercado es estático, Bolivia habrá echado a perder, una vez más, una oportunidad de oro para su desarrollo.