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Puente del Topater | 31/08/2021

La unidad en la adversidad

Ronald MacLean-Abaroa
Ronald MacLean-Abaroa

Cuando la noche del 20 de agosto de 1971, el conocido periodista Ted Córdova-Claure se encontraba tendido en el asiento de su jeep, gravemente herido por la metralla, alguien abrió la portezuela y alumbrándolo con una linterna exclamó: “Es el director de la televisión”. De pronto, se escuchó a otra persona corriendo hacia él, gritando “Ted, hermanito, esto te pasa por comunista, c…! Era su amigo de barrio e infancia, el “Mosca” Monroy, que le había disparado. La vida los había puesto en bandos opuestos.

Por entonces yo tenía 22 años y estaba terminando mis estudios universitarios en EEUU. Me tocó escuchar la noticia del “golpe” mientras manejábamos una “peta” en camino a México desde Washington con Hermann Krutzfeldt. A mi retorno a Bolivia, Banzer era presidente y yo buscaba trabajo. Lo encontré en la administración pública.

Corría 1972 y aún vivíamos el coletazo de la revuelta de agosto del año anterior, cuando alguien me llamó para decirme que mi buen amigo Fernando estaba atrapado en la UMSA en medio de una batalla estudiantil, con la Policía. Abordé un jeep oficial y, en medio de los gases lacrimógenos, fui a rescatar a mi amigo de barrio e infancia que protestaba contra el gobierno. Ni por un segundo dudé entre mi lealtad al gobierno “fascista”, para el cual trabajaba, y mi lealtad para con Fernando. “Esto te pasa por comunista, c…” también pudiera haberle dicho.

Años atrás, cuando crecía en Sopocachi, nos enfrentábamos con los de Miraflores, donde se campeaban los “Marqueses”, terribles peleadores de pandilla; en Obrajes reinaban los “Country”, otros temibles “adversarios” contra quienes nosotros, los “Splendid” o los “Beatles”, nos embarcábamos en tremendas puñeteaduras. ¿Qué nos separaba? El barrio, que a la vez denotaba una cierta condición económica de los padres. Pero todos estábamos empezando la aventura incierta de la vida. Y todos, absolutamente, habíamos bailado juntos elevados al éxtasis cuando Bolivia salió campeón sudamericano. Todos llorábamos de alegría y nos abrazábamos entre amigos y extraños. ¡Nada nos separaba!

Vuelto profesional a Bolivia me tocó trabajar con Ramiro Velasco, con quien trabamos una simpática amistad y a quien perdí de vista cuando pasé a trabajar en la exclusiva empresa privada. Diez años después contemplaba desolado su fotografía entre los militantes del MIR masacrados en la calle Harrington. Quedé devastado con la noticia. ¿Por qué? ¿Para qué? Tenía que haber otra forma de diferir, de disentir…

Me enfrenté en siete campañas electorales contra miristas, movimientistas, condepistas, ucesistas, socialistas-1. Y cuanto más a la “izquierda” estaban mis adversarios, mejores hombres conocía. “Chingo” Valdivia estará siempre en mi memoria. Solitario concejal del PS-1, era un ejemplo de consecuencia que, a pesar de nuestras diferencias de pertenencia partidaria, trabajábamos muy bien por nuestra ciudad y nunca puso la ideología delante de la rectitud. ¿Qué nos separaba?

Cuando salí bachiller, buscando becas surgió la posibilidad de ir a Bélgica, a lo que mi madre se opuso por temor a que yo “regrese socialista por mi manera de ser”, decía ella. En el fondo era por mi clara predilección por la política, por lo social, por el desarrollo. Y ello implicaba trabajar en el sector público; e implicaba romper una tradición familiar de no envolvimiento en “la política”. No funcionó. Yo retorné y busqué mi destino en el servicio público y consecuentemente en “la política”.

Pero en el “otro lado”. Siempre pensé que el cambio vendría por la evolución y no por la “revolución”. Y lo más importante que aprendí durante mi formación académica fue que el modelo económico socialista no podía resolver el problema de la pobreza y el desarrollo. No lo ha hecho nunca ni en ninguna parte. Mis contemporáneos “socialistas” no lo entendían así y continuaron buscando la solución a través del Estado, monopolio natural donde germina y crece la corrupción sistémica, indefectiblemente. Y descarta, en consecuencia, a aquellos hombres honestos que buscaban justicia social. Leyendo sus biografías, y recorriendo sus ejemplares vidas o sus innecesarias muertes, lamento que hubieran sido condicionados a buscar su misión mediante esa nueva religión secular llamada socialismo.

El ideal socialista llevado a su última consecuencia lógica termina siendo una dictadura de seres que se corrompen con el poder. Está en la naturaleza humana.

Y ante la verificación del monstruo campeando en nuestras calles, destrozando nuestras instituciones, mellando dignidades y corrompiendo al país es que he descubierto que los mejores bolivianos, con aquellos que estaban de uno y del “otro” lado, ahora marchamos juntos en pos del ideal democrático. “No hay mal que por bien no venga”. Por vez primera, en mi ya larga vida, me siento completamente cómodo y contento con mis compañeros de viaje, de causa y de vida. La adversidad nos ha traído la unidad que tanto buscamos para construir Bolivia.

*Fue alcalde de La Paz y ministro de Estado



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