El psicólogo de origen austriaco, Walter Mischel, y sus colegas hicieron en la década del 60 un interesante experimento con 600 niños y niñas de entre cuatro a seis años, en la Universidad de Stanford. Cada niño o niña era llevado a una habitación sin distracciones, donde se encontraba una mesa con una silla. En la mesa había un marshmallow (o una galleta, o una golosina similar) en un plato.
El investigador explicaba al niño o niña que podía comer el marshmallow inmediatamente si así lo deseaba, pero si esperaba hasta que él regresara dentro de unos 15 minutos recibiría un segundo marshmallow como recompensa. El investigador salía de la habitación y dejaba al niño solo con la golosina.
Algunos comían el marshmallow inmediatamente. Otros resistían la tentación ya sea cantando, tapándose los ojos, dándose la vuelta o intentado no mirar el dulce. Más de un tercio logró esperar 15 minutos hasta que regrese el investigador. Entonces, recibió lo prometido, un segundo marshmallow. Es decir, su capacidad de retrasar la gratificación fue premiado.
El experimento no quedó ahí. El psicólogo Mischel y su equipo hicieron un seguimiento de los niños que participaron en la Prueba del Marshmallow durante varias décadas, desde su niñez hasta la adultez, para evaluar los efectos a largo plazo de su capacidad de autocontrol.
¿Qué descubrieron? Que aquellos que habían mostrado mayor capacidad de autocontrol en la prueba original tendieron a obtener mejores resultados académicos, mejores indicadores de salud física y mental, mejores habilidades sociales, mayor capacidad para manejar el estrés, y mejores relaciones interpersonales.
El estudio de Mischel y su equipo destaca la importancia del autocontrol y la regulación emocional como factores críticos para el éxito y el bienestar en la vida.
¿Qué tiene que ver este experimento con las canchas de césped sintético? Veamos. La construcción de una cancha de césped sintético, un coliseo cerrado o un colegio es rápida. Puede ser concluida en semanas. Es la gratificación inmediata que los políticos que gobiernan el país desde hace 17 años aplican para gratificar de manera rápida a las masas y seguir ganando elecciones.
Un colegio se construye en semanas, pero la construcción de un buen modelo educativo que produzca ciencia y tecnología tarda años. Un elefante blanco se puede edificar en días, pero edificar un sistema de empleo formal y durable toma mucho tiempo. Una sede sindical se levanta en días, pero un sistema económico que convertirá en productores de riqueza a los hijos de esos sindicalistas que viven del premio inmediato requiere décadas.
Me puse a reflexionar sobre este punto después que algunas personas que conozco me preguntaron si sabía de algún trabajo porque están sin empleo desde hace meses.
Durante tres lustros y más, los gobernantes pulsaron con éxito esa parte del comportamiento humano que se quiere comer en cinco segundos el marshmellow. Particularmente entre los pobres que por las condiciones materiales en que viven no miran la vida a largo plazo, así lo evidenció en una investigación la economista francesa Esther Duflo, premio Nobel en 2019.
Enterados de que los pobres buscan generalmente satisfacciones inmediatas, las cuatro gestiones del MAS aplicó un modelo denominado económico social productivo que facilitaba gratificación instantánea. Entonces, gran parte de la gente sentía que llovía dinero, pero no exigía cosechar la lluvia para instalar en el país un modelo económico sostenible y generador de empleo formal y productor de riqueza.
Allá por 2010 viajé a Caraparí, municipio ubicado en la segunda sección de la provincia Gran Chaco y distante a 237 kilómetros de la ciudad de Tarija. Quería conocer cómo se desarrollaba la “capital del gas” con un presupuesto promedio de 600 millones de bolivianos al año, 1.6 millones de bolivianos por día. Vi una plaza muy bonita con monumentos, unas oficinas de policía como para una metrópoli y otras obras de ese tipo, pero ni una sola industria orientada a producir riqueza después del fin de la era del gas.
No sé cómo está hoy Caraparí. Un reportaje de El País de Tarija, publicado el 22 de julio de 2022, titula: Caraparí, “capital del gas”, ahora sobrevive del comercio informal. Más del 60 por ciento de sus habitantes migró, agrega la nota. Los habitantes de ese pueblo se comieron el marsmellow de manera inmediata inducidos por sus gobernantes de entonces; hoy no tienen nada más que los buenos recuerdos del pasado y un futuro incierto.
Recuerdo que me senté con alguna gente para comentarles que de niño vi el auge de algunos centros mineros que después del agotamiento de los yacimientos se convirtieron en pueblo fantasmas, y que ojalá no pase lo mismo con Caraparí. Las personas con las que hablé estaban conscientes de que algo así iba a suceder en el futuro porque sus autoridades no sabían qué hacer con el dinero que recibían. Por ello y al carecer de conocimientos, hicieron lo más fácil: construir obras visibles de aparente beneficio inmediato, y dejaron sin futuro a sus hijos.
Cuando una persona es capaz de postergar la gratificación instantánea, es capaz de decidir con la cabeza fría, y no buscar, por ejemplo, el enriquecimiento inmediato a través de la corrupción u otra actividad ilegal. Esa persona que controla sus emociones es algo más racional, puede ver el horizonte después de cada decisión como Beth Harmon, protagonista de la miniserie “Gambito de dama” que tenía la virtud de divisar las siguientes jugadas en un tablero de ajedrez imaginario después de mover cada pieza.
Pasa lo mismo con una sociedad donde la mayoría busca recompensas inmediatas sin pensar en las consecuencias que pueden sufrir sus hijos y sus nietos. Cae con facilidad en el encanto de un demagogo que financia con su mismo dinero su placer inmediato para luego conducirle al abismo de la larga infelicidad.
Así como una persona puede aprender el autocontrol, una sociedad puede evolucionar democráticamente para no comerse el marsmellow apenas un demagogo le ofrezca, sino retrasar la gratificación y buscar a un líder más serio pensando en un modelo económico que produzca riqueza para sí y no permita al político distribuir, como si fuera suya, lo que otros han producido.
Andrés Gómez es periodista