La palabra es el elemento primogénito de la política. En efecto es la facultad que hizo de nosotros, los homo sapiens, los triunfadores en la lucha existencial entre los humanoides de la prehistoria. Nos dio no sólo la capacidad de comunicarnos, sino de inventar relatos, historias, mitos, religiones e ideologías para agruparnos en torno a creencias comunes. La palabra es el cimiento de las civilizaciones y, por tanto, también de las sociedades y las comunidades.
Siendo así lo anterior, me sorprende mucho la relativa falta de importancia que los políticos, y la sociedad en general, le dan al discurso político. ¿Será que en la era del tweet no podemos asimilar más de 280 caracteres a la vez y nuestro espacio de atención mental no sobrevive a un par de párrafos?
El pasado 8 de noviembre, durante la transmisión presidencial en Bolivia, el discurso del flamante Vicepresidente, Don David Choquehuanca, fue la pieza oratoria más importante que hemos escuchado en mucho tiempo. No sólo por lo cuidadoso de su contenido, estilo y alocución, sino más aun por el profundo contenido filosófico y principista. Un discurso que estuvo a la altura de las circunstancias críticas por las que atraviesa Bolivia y que se constituye en una guía en el camino de la reconciliación nacional y la más lucida crítica y condena al régimen anterior del MAS, pero particularmente a Evo Morales y el entorno tóxico que lo rodeó.
Las palabras de Choquehuanca rescatan los más caros principios democráticos de la civilización occidental, en armonía con la ética andina e indígena de los diferentes grupos étnicos que conforman el bouquette de diversidad cultural nuestra. La armonía, el equilibrio, la moderación de carácter, sumadas a las leyes naturales de la fluidez y rotación de la responsabilidad y la reciprocidad de respeto que debe prevalecer entre nosotros. La unidad de los opuestos caracterizada por la simetría que prevalece entre las alas izquierda y derecha del volar del cóndor es, sin duda, una analogía que nos debe llevar a meditar sobre la oportunidad del reencuentro.
Qué diferencia abismal con Álvaro García Linera, su antecesor, cuyo discurso está plagado de vulgaridades, hipocresía y cinismo. Discurso aquel disociador, dogmático y servil a la vanidad del Jefe, de quien pretende convertirse en nodriza, a quien cuida y devuelve al Chapare para subrepticiamente huir a su madriguera argentina o mexicana a disfrutar del botín obtenido en 14 años de delinquir a nombre del pueblo.
Choquehuanca, en cambio, nos ha ofrecido un ramillete de olivo y laurel, una hoja de ruta hacia la conciliación de los opuestos, la convivencia entre distintos, el regreso del equilibrio entre los poderes del Estado, el retorno al imperio de la ley y a acabar con la corrupción. El fin de la polarización fratricida. Además, el flamante Vicepresidente ha hecho algo muy necesario: ha jerarquizado el discurso indígena, le ha dado contenido y calidad. Lo ha rescatado de la caricaturesca imagen ordinaria de lo meramente folclórico y vulgar. Le ha dado contenido, clase y categoría.
Entre líneas, sin siquiera nombrarlo, ha hecho la más cáustica crítica a la personalidad y conducta de Evo Morales. Ha descalificado su egolatría, su vanidad, su ignorancia. Ha demostrado que lo indígena no equivale a lo indigente o ignorante. Nos ha dado una clase de lo que somos y de lo que podemos ser en unidad dentro la diversidad. Nos ha hecho revivir la ilusión de que también pudiéramos haber tenido un Mandela, cuando nos tocó sólo un Mugabe.
Pero también me asombró un silencio ese 8 de noviembre. En ninguno de los discursos pronunciados por el presidente Luis Arce Catacora, el vicepresidente Choquehuanca ni la salutación de Andrónico Rodríguez se pronunció el nombre de Evo Morales. Ni siquiera los “Vivas” de la bancada masista invocó el nombre del cocalero. Para mí, ésa es una señal muy poderosa. Pose o realidad, no lo sé. Pero es un mensaje político muy fuerte.
Ese silencio sumado al de los líderes de la oposición no pueden ser producto de un simple descuido. ¿Será el preámbulo de un cambio dentro el proceso de cambio? Como fuera, ha sido una poderosa estrategia electoral con la que el MAS le robó las banderas del cambio a la oposición, y que los llevó a la más impresionante victoria electoral. Nos robaron el electorado a la oposición con un mensaje de estabilidad y prosperidad. Librados de Evo y sus secuaces.
Pero ahora no cabe más el silencio de la oposición. ¿O es que tampoco es capaz de atesorar esta oportunidad y responder exigiendo materializar esas ideas, esos desafíos, esos ideales de democracia y civilidad?
*Ronald MacLean Abaroa fue alcalde de La Paz y ministro de Estado