No se trata de hacer una apología del crimen. Porque es criminal bloquear un país sumido en la tragedia y la desesperación causada por una peste pandémica que está cobrando vidas ya por miles.
Pero el método de la desestabilización de un régimen legal y la toma del poder por la fuerza han sido patentadas por Evo Morales y sus “movimientos sociales” y hoy tiene imitadores que remedan esa conducta en forma de farsa. Porque es una verdadera farsa, además de un crimen, bloquear un país en agonía exigiendo adelantar las elecciones siete días, ¡o un día! tratando de repetir los sucesos de octubre de 2003.
Bueno, lo cierto es que ese modo de hacer “política” ya no corresponde a nuestros días cuando el MAS se ha incorporado al sistema electoral y desea jugar a la democracia, lo cual es bienvenido y ojalá también, sincero. Un MAS incorporado al “establishment” político ya no debería apoyar a las movilizaciones de bloqueadores, que fue la forma que lo llevó eventualmente al poder, favorecido por años de inestabilidad anterior que los bolivianos quisieron acabar entregándole el poder a través del voto en 2005.
Pero lo que estamos viendo en el bloqueo de caminos es sólo un síntoma de una causa profunda y milenaria: la pobreza. Después de 14 años de inédita prosperidad fiscal, con ingresos caídos del cielo por el aumento de los precios del gas, tras dos septenios gobernados por campesinos y sus adláteres ideológicos y traficantes, la pobreza en grado de miseria aún persiste en Bolivia. Esa es la otra tragedia. Una tragedia provocada en cierta medida por nosotros mismos.
Bolivia hoy se lanza por segunda vez, en 40 años, a restaurar su democracia partiendo nuevamente de una crisis existencial profunda. La primera vez fue en los 80, cuando después de 20 años de gobiernos militares y una hiperinflación casi inédita en el mundo, rescatamos el país de las cenizas y nos dimos 20 años de estabilidad y democracia, de reformas estructurales en medio de extrema pobreza fiscal, que preparó al país para la prosperidad sin precedentes que disfrutó el Estado del doble septenio masista.
Atacados por la hiperinflación y la caída vertiginosa de los precios de los minerales, o sea de una situación diametralmente inversa a la que encontró Morales en su gobierno, se tuvieron que cerrar las minas nacionalizadas y las empresas y bancos estatales que habían originado el déficit sideral causante de la hiperinflación. Unas 30.000 familias mineras perdieron el empleo, además de otros miles de empleados públicos. Como alcalde de La Paz yo mismo tuve que despedir a 2.000 funcionarios para salvar a la ciudad de la quiebra.
Esas 30.000 familias mineras dejadas a su suerte deambularon las calles de las ciudades relocalizándose como plomeros, albañiles, taxistas o lo que pudieron. Pero los menos calificados, los que en las minas no eran perforistas, carreteros, soldadores, etc. quedaron en la miseria. Palliris y mineros cooperativistas tuvieron que emigrar al infierno, a la única actividad que los salvara del hambre y la inanición: al Chapare, a sembrar y pisar coca. Afectados por el mal de minas, la silicosis, fueron muriendo asfixiados, cuales víctimas de coronavirus, al poco tiempo, con la respiración colapsada por efecto de la humedad tropical en los pulmones secos de la mina.
A los descendientes de esas víctimas de la pobreza, que murieron en el anonimato de la selva, lejos de nuestros ojos, los convertimos en “criminales” cuando se criminalizó la producción de coca. Peor aún, cuando el Estado se comprometió a lograr la “coca cero” fuimos advertidos por Jeffrey Sachs que no adoptáramos semejante política, que terminaría convirtiendo a campesinos pobres en criminales. No se lo escuchó y dejamos sembrado el camino para la llegada de Evo al poder en hombros de ese proletariado rural pobre y sus aliados doctrinarios. Los miles que quedaron en la miseria, al margen de la prosperidad masista, hoy quieren repetir la ruta de Morales. El bloqueo del país.
La pobreza ha quedado ausente de nuestra percepción nacional. Obnubilados por la prosperidad y derroche de los años masistas, pensamos y actuamos como si se viviera en la Bolivia saudita de trágico recuerdo. Los programas de gobierno de los contendientes electorales prácticamente no la mencionan. Pero está ahí, en los bloqueos tan vilipendiados, con motivo pero sin razón. Ahí están, en el peor momento de pandemia, privándonos del oxígeno y de la vida, infectándose ellos mismos para morir asfixiados, lejos de nuestros ojos, como sus padres en la profundidad del trópico cocalero. Ellos son los olvidados.
En la entrevista de CNN en Español, de algunos días atrás, lo único rescatable que dijo inadvertidamente nuestro atribulado ministro de Gobierno y jefe de campaña de la presidenta transitoria, es que Fernando Del Rincón era un ignorante y pudiera haber completado diciéndole arrogante (algo usualmente complementario a la ignorancia).
Porque el entrevistador de marras, al igual que muchos de nosotros, no conoce esa historia trágica, trágica para Bolivia. Con buena intención, pero escaso criterio y modestia, el entrevistador arremetió contra el ministro, de entrada, reclamándole lo que él juzgaba que debiera hacer el gobierno boliviano. El ministro no se puso a la altura de su investidura y se deshizo en explicaciones, hasta afirmar que lo “políticamente correcto” fuera meterles bala a los bloqueadores. Pero el sentido de lo que quiso decir, fue en efecto, exactamente lo contrario: que no sería políticamente correcto meterles bala, estando en campaña.
*Ronald MacLean-Abaroa fue Alcalde de La Paz y Ministro de Estado