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Posición Adelantada | 04/07/2022

La correcta definición de inflación

Antonio Saravia
Antonio Saravia

Generalmente se define a la inflación como el incremento sostenido del nivel general de precios. Esta es, por ejemplo, la definición que ustedes encontrarán en casi cualquier texto universitario de economía. Es también la definición que la prensa utiliza cuando transmite noticias económicas y a la que la opinión pública se ha aferrado desde comienzos del siglo XX. Lamento, por lo tanto, tener que confundirlo, pero es que, a pesar de su popularidad, esa no es la correcta definición de inflación. Definir a la inflación como el incremento sostenido del nivel general de precios es como definir al resfrío como el exceso de mocos. Es como definir una enfermedad listando sus síntomas.

Pongamos las cosas en su sitio. La correcta definición de inflación es la pérdida de valor de la moneda. Cuando un banco central crea mucho dinero (imprime muchos billetes), este se hace relativamente más abundante y, por lo tanto, pierde valor. La reacción natural de la gente, entonces, es incrementar precios para proteger el valor de lo que venden. Si antes la casera vendía algo por Bs. 100, pero ahora esa plata pierde valor dado que hay muchos Bs. en circulación, pues la casera protegerá su producto vendiéndolo en Bs. 110, 120 o 150. Note, entonces, que el incremento de precios es solamente el resultado o el síntoma de la pérdida de valor de la moneda originada en la sobre-impresión que llevó adelante el banco central.

La palabra “inflación” se empezó a usar con frecuencia y entró al léxico popular durante la Guerra Civil en Estados Unidos. La gente la utilizaba correctamente para referirse a la depreciación de la moneda producida por una impresión que excedía la cantidad de oro disponible para redimirla. Se decía que los bancos habían “inflado” la cantidad de billetes en relación al oro. Como suele pasar en muchas de las guerras, esta sobre-impresión respondía a la necesidad de financiar los costos de la contienda. El uso original del término, por lo tanto, no se refería al efecto en los precios, sino que mantenía el sentido monetario que le habían dado economistas clásicos como David Hume o David Ricardo.

Esta aclaración no es solo semántica. Se trata de un problema de fondo con consecuencias muy importantes. Muchos analistas y políticos (incluso algunos economistas) afirman, por ejemplo, que la guerra en Ucrania y la consecuente escasez de combustibles, granos y otros commodities, están generando un proceso inflacionario en muchas partes del mundo. De hecho, la administración de Biden en EEUU no se cansa de decir que Rusia es culpable de una buena parte de la inflación por la que atraviesa ese país. Pero esa es una falacia. Los precios de estos commodities no están “inflados.” Solo están reflejando la nueva realidad: los commodities son más escasos y difíciles de producir (y cuando algo es más escaso y difícil de producir, incrementa su valor). Esta claro, también, que la mayor escasez de estos commodities produce escasez en todos los otros productos que los usan como insumos. Pero el consecuente incremento de precios de estos otros productos no es inflación ya que no ha sido producido por un exceso de impresión de dinero. Es simplemente el reflejo de la nueva realidad de escasez relativa de commodities cruciales en la cadena productiva.

Es importante tener clara la diferencia porque define al enemigo que hay que combatir. La subida de precios generada por la mayor escasez relativa de commodities es “buena” en el sentido de que refleja la nueva realidad y nos permite tomar las decisiones económicas correctas. Recuerde siempre que los precios son mecanismos que transmiten información. La subida de precios señala correctamente que estos commodities son más escasos y nos incentiva, por lo tanto, a disminuir su uso y el uso de los bienes que los utilizan como insumos. Nos incentiva además a tratar de incrementar su producción o a buscar alternativas. En suma, la subida de precios nos señala el camino y nos incentiva a usar nuestros recursos prudentemente.

Si tratamos, en cambio, de combatir este incremento (con subsidios o controles), eliminamos estas señales y tomamos decisiones equivocadas. Esto es, lamentablemente, lo que estamos haciendo en Bolivia con los subsidios a los hidrocarburos y el control del precio del pan (entre otras desacertadas políticas públicas). La gasolina subsidiada y el pan controlado nos mandan la señal de que estos productos no son más escasos y, por lo tanto, no disminuimos nuestro consumo ni nos preocupamos de buscar alternativas. Pero como la realidad es otra, y no se puede tapar el sol con un dedo, estas políticas terminan generando un desbarajuste enorme caracterizado por déficits fiscales, contrabando de gasolina a países vecinos donde es más cara, mala calidad del pan, colas, mercados negros, etc.

Fíjese como cambia el análisis cuando se trata de la verdadera inflación. La subida de precios que se da como resultado de la pérdida de valor de la moneda (la inflación propiamente dicha) sí que es mala. La inflación es siempre mala porque es producida artificialmente por el banco central. La consecuente subida de precios no refleja una nueva realidad de escasez sino los objetivos políticos del gobierno y/o del banco central. La pérdida de valor de la moneda produce incertidumbre ya que la moneda deja de ser un medio de cambio confiable y reserva de valor. El dinero entonces deja de cumplir sus roles fundamentales y la gente pierde su instrumento para hacer transacciones. Esto puede llevar a un freno brusco del proceso productivo. Se produce menos, se invierte menos, se contrata menos y la economía se desacelera o entra en recesión.

No confundamos términos, entonces. No llamemos inflación al incremento de precios generado por la guerra porque esto sugiere que el incremento se debe combatir cuando en realidad necesitamos de esas señales para adaptarnos a la nueva realidad. Cuando los gobiernos ceden al impulso populista de subsidiar esos precios solo se crean un agujero fiscal que después tendrán que pagar con creces. La ironía es que la acumulación de esos agujeros fiscales se hace tan difícil de pagar que el banco central termina, en muchos casos, imprimiendo dinero para cubrirlos. Y eso sí que produce inflación. Los bolivianos lo hemos vivido en carne propia y entendemos muy bien los costos sociales que produce.

Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia)



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