El discurso que pronunció el presidente Arce el pasado 22 de enero, durante
los festejos por el aniversario del Estado Plurinacional, fue un verdadero despliegue
de hipocresía, malas ideas y medias verdades. Probablemente lo único rescatable
fue que duró solo 40 minutos en lugar de las acostumbradas dos horas de sus
interminables peroratas.
Partamos diciendo que aquí no había nada que celebrar. La conversión de la República al Estado Plurinacional es un despropósito histórico que no merece ningún festejo. Una cosa es la pluriculturalidad, que uno celebra de buen agrado, pero otra cosa es establecer naciones o colectivos que, como dice la nueva Constitución, tengan “derecho al ejercicio de sus sistemas políticos, jurídicos y económicos acorde a su cosmovisión.” Esto es un disparate porque significa que un grupo que se defina como “nación” (y supuestamente sea anterior a la “invasión colonial española”) puede tener sus propias leyes y aplicar su propia justicia como vea conveniente. A estas alturas, y cuando todos somos mestizos y ciudadanos del mismo país, otorgar privilegios a unos y no a otros es simplemente injusto y discriminatorio.
Veamos ahora al discurso. Los 40 minutos empezaron con una alevosa hipocresía. El presidente dijo que en la “República colonial” se vivía una “especie de apartheid social” en la que habían “ciudadanos de primera y de segunda” con un “Estado que representaba y beneficiaba solo a algunos.” ¿Será posible tanta majadería? ¿Acaso no es ahora, en la época plurinacional del MAS, que se vive el verdadero “apartheid social”? ¿Acaso no son los de carnet azul, los miembros del partido, los del entorno, los verdaderos “ciudadanos de primera”? ¿Acaso los masistas no hacen lo que les da la gana con la justicia y meten preso a cualquiera que ose contradecirlos? ¿Acaso no tienen una norma que obliga a todo servidor público a ser militante su partido? No se equivoque presidente, ahora es que tenemos un Estado que representa y beneficia solo a algunos, a ustedes, a los cara-conocida, a los que levantan el puñito y persiguen a quienes piensen distinto. Al resto de nosotros, los “ciudadanos de segunda,” solo nos queda amarrar guatos y ver como se reparten el país.
Después empiezan las malas ideas. El presidente menciona y alaba varias veces al socialismo. Dice que el “socialismo renace en nuevos militares del proceso de cambio,” que su gobierno está basado en la redistribución de la riqueza, que debemos cerrar la brecha entre ricos y pobres, y que debemos luchar contra el capitalismo. Por ahora mucho de eso es retórica. Por ahora no somos un país socialista, aunque sí somos un país en que el Estado tiene una enorme y perversa influencia en la economía y la sociedad. Bolivia es un país reprimido en el que no existe institucionalidad que genere libertad económica. Estamos en el puesto 172 de 178 países en el índice de libertad económica de la Fundación Heritage, muy cerquita de países que sí son socialistas como Cuba (176), Venezuela (177) y Corea del Norte (178). La enorme influencia del Estado en la sociedad se traduce en una montaña de regulaciones y burocracia, y en la ausencia de seguridad jurídica. Esto empuja al país al sector informal (80% de la economía) en el que sobrevivimos con bajísima productividad y sin esperanzas de generar un tramado productivo sólido. En lugar de alabar ideas trasnochadas como las del socialismo, el presidente tendría que preocuparse en movernos en la otra dirección. Los países más capitalistas, es decir, los que abrazan la libertad económica, son los que más han podido desarrollarse y más gente han sacado de la pobreza. Las ideas importan y ya es tiempo de decirle al gobierno que su retórica socialista apesta.
Hablando de ideas trasnochadas. La siguiente metida de pata del presidente (y del Plan de Desarrollo Económico y Social) es el anuncio de que Bolivia se desarrollará usando la “industrialización con sustitución de importaciones.” Una locura. La Cepal le vendió el cuento de la sustitución de importaciones a la región durante los años 50, 60 y 70, y lo único que consiguió fue generar una profunda crisis que duró una década (la década pérdida de los 80). La sustitución de importaciones es un cuento chino que nunca funcionó ni funcionará porque ignora la ley fundamental del comercio internacional: los países deben especializarse en aquello que tengan ventaja comparativa, es decir, en aquello que puedan producir a un costo menor al resto. Si no se tiene ventaja comparativa en un determinado producto lo racional es importarlo de los países que sí la tienen. ¿Ud. cree, por ventura, que debamos producir computadoras Quipus para sustituir las computadoras de China, Japón o EEUU? ¿O que debamos producir autos o celulares para sustituir los que compramos afuera? No tendría ningún sentido hacerlo. Sería carísimo y utilizaríamos recursos que son mejor aprovechados en aquello en lo que sí podemos competir.
Y ahora las medias verdades. El presidente dijo orgulloso que el crecimiento del tercer trimestre de 2021 fue de 8,9%, algo menor al también rimbombante 9,4% del segundo trimestre que aparece en gigantografías junto a su rostro. Un 8,9% parece alto, pero es un embuste. Todo crecimiento es grande si el punto de partida es el fondo del pozo. Recordemos que el 2020 el país decreció casi un 9%. Después de una caída tan fuerte, la recuperación siempre será alta por un efecto de rebote estadístico. Fíjense, por ejemplo, que Chile creció más de 17% durante el mismo período, Colombia más de 13%, Perú más de 11% y Argentina más de 10%. Como ven, nuestro 8,9% no es tan impresionante como se lo quiere mostrar. De acuerdo a Arce, creceremos un 6% el 2022, pero la Cepal y el Banco Mundial esperan solo un 3,2 y un 3,5%, respectivamente. En un contexto externo en que todas las variables se están ajustando a la baja, es mucho más probable que los organismos internacionales sean los que acierten.
Y, por supuesto, al presidente se le olvidó decir que las fuentes de crecimiento del país no vienen de un tramado productivo sólido, sino del arte de inflar la famosa “demanda interna” a punta de déficits y deuda. No dijo que llevamos 8 años consecutivos de déficits a un promedio de 8% del PIB, que nuestra deuda interna y externa ya supera holgadamente el 50% de nuestra producción, que ya se nos acabó la era del gas y que en un par de años nuestras importaciones de hidrocarburos serán más altas que nuestras exportaciones, que nuestras reservas internacionales han sufrido un descalabro brutal y ahora son apenas USD 4,600 millones cuando eran más de USD 14,00 millones el 2014, que la gran mayoría de las empresas públicas son deficitarias, que tenemos más de medio millón de empleados públicos, y que el presupuesto de este año planea gastarse el 80% del PIB! No, nada de eso, solo hipocresía, malas ideas y medias verdades.
Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia)