“¡Qué mala suerte que aquí hayan llegado los españoles!”, “si hubieran llegado los ingleses, ¡que diferente sería nuestra situación!”, “los españoles que llegaron eran todos atrasados e ignorantes”, “sólo trajeron enfermedades y mañas” … expresiones difundidas en Hispanoamérica, descalificadoras de España. Pocos consideran asuntos de sentido común que las rebaten, como que si los españoles llegaron fue porque pudieron; si pudieron no fue por atrasados, sino al contrario; la conquista no se produjo sólo por méritos de los recién llegados sino también por las debilidades de las estructuras de poder imperantes en las “Indias Orientales”; desde la llegada de los españoles comenzó un proceso complejo con potentes luces y espesas brumas, ni del todo bueno ni del todo malo.
La opinión mayoritaria descalifica a España. Lleva a las personas a sentirse producto de una violación de consumación permanente, a menospreciar al violador por abusivo contumaz y a la violada por víctima indigna. Conduce a la vergüenza por el mestizaje. En Bolivia la palabra “mestizo” fue proscrita en la boleta censal de 2001 a iniciativa de un intelectual influyente. Y español.
El pasado condena o redime. Según los casos, el pasado impulsa o retiene. Incluso hunde irremediablemente, o casi; depende. Recae sobre individuos y grupos; naciones y Estados. No tanto por los hechos en sí mismos, sino por lo que de ellos se dice con recurrencia, horadando conciencias como gota en la piedra, hasta instalar en ellas un discurso hegemónico, la “historia oficial”, de donde derivan no sólo pensamientos sino emociones y sentimientos que definen hoy las notas y el rumbo de la actuación humana en dirección del mañana.
De ahí la necesidad del aporte de historiadores que buscan fragmentos de la verdad de los hechos por encima de sus intereses e inclinaciones propias, “más allá de cualquier duda razonable” –de la misma manera que si se tratara de un debido proceso del que dependen derechos fundamentales– y, admitiendo y resguardando las evidencias empíricas encontradas, se abstienen moralmente de adulterarlas o, peor aún, sustituirlas con sus opiniones e interpretaciones bajo pena de convertirse en charlatanes y copartícipes de la formación y desarrollo de complejos de culpa, de inferioridad y/o superioridad colectivos, sobre cuya base es muy difícil edificar algo bueno.
Este discurso condenatorio del descubrimiento y la conquista de América por España, así como del camino recorrido desde entonces aquí y allá, ha sido muy eficaz, tanto que ha impactado no sólo en la población hispanoamericana que ha desarrollado a causa de él un complejo de inferioridad mayor que le conduce a sentirse y saberse destinada a ser abusada y derrotada siempre, sin remedio, sino también en la española, provocándole otro complejo enorme, de culpa, por haber descubierto y conquistado el Nuevo Mundo, sin que se detenga a tomar en cuenta la grandeza de tal hazaña y los méritos que implica, en contrapeso de lo negativo que acarreó. Complejo de culpa que se sumó a otro, esencial y propio de los colonialistas: el de superioridad.
Menudo lío para nosotros y para ellos. Para nuestras relaciones. Sí, porque en ellos se fue manifestando una tendencia mesiánica agudizada por sus ansias de resarcir los daños provocados por sus antecesores, de manera tal que nunca nos trataron de igual a igual. Se acercaron desde arriba, metropolitanos al fin, hacia abajo, a los inferiores, dignos de conmiseración, expresión suavizada del desprecio. Una demostración evidente es la conducta “redentora” de los sacerdotes jesuitas.
Otra, de connotaciones particularmente negativas, la participación de “asesores” llegados allende el mar a “orientar” a los “buenos salvajes” en los procesos constituyentes llevados a cabo en Venezuela, Ecuador y Bolivia, según el itinerario decidido en el Caribe para el tránsito suave y disimulado de las democracias liberales republicanas a las dictaduras del socialismo del siglo XXI. Dicha labor de “orientación” pone a ojos vistas la persistencia del colonialismo con un grado de irresponsabilidad en lo que puede asumirse como un verdadero experimento dados algunos extravagantes contenidos normativos que han derivado en resultados que van desde la inefectividad hasta el desastre, como en el caso de los derechos indígenas tan vulnerados y del “Estado plurinacional” que es, en realidad, el derrumbe del Estado, con todas sus consecuencias devastadoras.
Pero, “lo que das, recibes”. Hoy la democracia de España está en riesgo. El PSOE olvidó su esencia y se asimila a Podemos, avanzada castrochavista. Alumnos aventajados del socialismo del siglo XXI, quieren el poder eterno que se logra hablando de los pobres para hacerse ricos con la corrupción y el despilfarro, sin división de poderes y estado derecho; con la impostura proclamada con abierto cinismo. Todavía España puede salvarse si las fuerzas y la ciudadanía democrática reaccionan. Sin complejos. Cuanto antes. Por España, por Europa y por el mundo libre.
Gisela Derpic es abogada.