Rumbo a las elecciones de 2025 y en las vísperas de cumplir 200 años, como país es imprescindible replantearnos el futuro y ampliar el horizonte de la esperanza. Haciendo lo mismo que en el pasado o planteándonos desafíos y soluciones con clivajes tradicionales (izquierda vs derecha, amigo vs enemigo) no llegaremos muy lejos en la construcción de la nación.
Toda transformación estructural comienza con ideas, con propuestas, con debates. Así que desde esta trinchera dominical me permito compartir algunas provocaciones que nos ayuden a transitar del patrón de desarrollo primario exportador basado en materias primas –que ya fue administrado por el estatismo y el liberalismo con resultados mediocres– hacia un nuevo paradigma de desarrollo que apueste por el capital humano y que considere que los recursos más valiosos e infinitos son las ideas.
Otro cambio estructural es el desafío de superar la fragmentación social, la intensa polarización política y la debilidad institucional, quitar las restricciones que impiden la construcción de un nosotros, de una visión compartida de desarrollo.
Por supuesto que no tengo ninguna esperanza de que el gobierno actual considere estas propuestas. Sus dirigentes están en otro viaje. Están en el vuelo del narcisismo económico y la intolerancia. Después de ellos, de su modelo económico, no hay nada. Hemos alcanzado el fin de la historia. Nunca quisieron escuchar nuestras alertas de problemas en la economía boliviana, como el agotamiento del gas natural, menos aún serán receptivos a las propuestas que planteamos. Son “sordos del alma”.
Vivimos tiempos pendencieros, tiempos en los que en la sociedad y en el debate, prevalece la división, el enfrentamiento social, la profundización de la brecha política. Desde el poder y el radicalismo entienden la política como un ajuste de cuentas entre matones del barrio. En la reyerta por el poder prevalece el todo vale. El fanatismo flamea sus banderas en las calles de nuestras ciudades y las esquinas del ciberespacio.
La pelea dentro de la “hermandad” del proceso de cambio es una prueba de cómo hemos tocado fondo también en el mundo de los valores. En la ch’ampa guerra interna y en la batalla contra los otros, prevalecen los violentos de palabra y acción y los rápidos de manos con los recursos ajenos. El noble arte de la política se rinde frente a los autoritarios. En un escenario dominado por los caciques del odio y por los militantes del pantano de la corrupción no es posible construir desarrollo, justicia y nación.
En este contexto de división y conflicto, lo primero verdaderamente disruptivo e innovador por supuesto es no revivir y cultivar los odios y sí recuperar lo más noble de la política, que es el arte del encuentro, de la negociación, del pacto, de la construcción de una cohesión social básica. No pretendo que los mamones, belicosos y sus grupos salgan mañana a agarrarse de las manos y repartirse margaritas.
No pretendo que los enfermos de poder y los grupos de interés se conviertan al reencuentro instantáneamente. Apelo al instinto de sobrevivencia de la sociedad y a la vocación democrática de la gente, que entiende que el chorro-morro colectivo al que nos han empujado los políticos solo nos llevará a la destrucción como colectivo social. El “ojo por ojo y diente por diente” solo es funcional para los dueños del poder que se enriquecen y benefician de la sangre y recursos de los otros. Por lo tanto, tenemos el desafío de alcanzar algún tipo de cohesión social y política debemos encontrar, un acuerdo básico. Sugiero que, desde todas las aristas de la sociedad, presionemos al sistema político para que la misión central del Bicentenario sea la conquista del planeta de la educación.
Son las personas, la comunidad, somos nosotros que construimos nuevos sueños y nuevas narrativas de esperanza. Lo más valioso del planeta son las personas, sus ideas y capacidad de construir cosas, proyectos y misiones juntos ya sea desde la familia, el emprendimiento privado, la comunidad productiva, la empresa, el movimiento social, las instituciones, las regiones y la nación.
En tiempos de globalización y revolución tecnológica, el vehículo más poderoso de transformación social y económica es la educación. Creo, militantemente, en la educación y su resultado: el capital humano, porque soy producto de ella. Yo comencé estudiando en la escuela pública Cornelio Saavedra de Villazón y llegué hasta la Universidad de Harvard. Por lo tanto, creo en las oportunidades que se cultivan con esfuerzo y trabajo. Porque creo en la educación, como camino al desarrollo personal y social, también le dediqué toda mi vida a la enseñanza como profe universitario.
La educación es la mejor inversión que una familia o país puede hacer. Es la fábrica del capital humano, es el origen de lo más valioso de una economía y sociedad: las ideas. Toda obra humana nace de una idea.
Las ideas nos permiten crear narrativas que nos facilitan vivir en paz y trabajar juntos, las ideas se convierten en proyectos y acciones, las ideas se transforman en emprendimientos, en medicinas, en libros, en poesías, en empresas, en misiones que unen a la gente. La ética y la solidaridad comienzan con ideas. La posibilidad de crear algún tipo de pacto también comienza con una idea. Los productos y servicios que consumimos también son ideas. Los desafíos productivos que tenemos también son ideas. Ideas para producir, labrar la tierra, desarrollar software, cuidar del medio ambiente. Ideas que se transforman en esperanzas y sueños.
Por lo tanto, lo segundo verdaderamente radical y revolucionario en estos tiempos de economía digital y datos, es apostar por el capital humano y sus ideas. ¿Y qué es esto? Gente que adquirió las alas de la creatividad, el conocimiento y la libertad. La conquista del planeta educación debe ser el centro de un nuevo modelo de desarrollo, es la misión más importante de los individuos y la sociedad.
La “misión educación” debe ordenar las acciones de las familias, las personas, las empresas privadas y las instituciones, debe ser el sol en torno al cual giran las políticas públicas. Todo lo que se haga en materia de políticas macroeconómicas, sectoriales, medio ambientales, regionales, sociales, energéticas, económicas, comerciales y otras deben tener algún vínculo para dar oportunidades y/o potenciar a las personas.
Colguemos espejos en todas las esquinas, plazas, árboles, parques, avenidas. Pongamos espejos en nuestras casas, empresa, instituciones. Plantemos espejos en todos lados. Para que siempre recordemos que lo mejor que tenemos como país, somos nosotros, cada vez más educados, cada vez con más oportunidades, así cada vez más libres para vivir y contribuir a una sociedad más justa. Por lo tanto, primero la gente y siempre la gente. Primero la educación, siempre la educación. En la próxima entrega presentaré acciones concretas para alcanzar la misión educación y, por supuesto, espero tus contribuciones si este artículo te motivó.