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Puente del Topater | 02/11/2021

Fidel, Pinochet y la prosperidad

Ronald MacLean-Abaroa
Ronald MacLean-Abaroa

He extraído de mis memorias un hecho descomunal. A principios de los años 90, el embajador de Cuba en Chile visitó a Andrónico Luksic Abaroa, bisnieto del héroe boliviano Eduardo Abaroa Hidalgo e importante empresario, para extenderle una invitación para visitar su país. Como Andrónico no terminaba de aceptar la propuesta, el embajador cubano aclaró que el empresario sería recibido por Fidel Castro.

Ante esa singular invitación, Andrónico y su hijo Guillermo volaron a La Habana y fueron recibidos por Fidel en la Casa de la Revolución, tarde por la noche. Andrónico, que esperaba confrontar el calor tropical, vestía una guayabera de hilo, mientras que Castro los recibió de uniforme verde olivo y gorra militar, abrigado para la gélida habitación aire-acondicionada a full.

Andrónico, que además de su hijo estaba acompañado por el embajador chileno en Cuba y su contraparte en Santiago, había sido prevenido a que debía esperar largos monólogos del Comandante. Nada de eso sucedió. Castro fue todo oídos esa noche. Le preguntaba a Andrónico sobre la economía en Chile, las inversiones privadas, el clima de negocios, etc. Y le planteó la posibilidad de que Luksic Abaroa pudiera invertir en Cuba en la industria cervecera.

Hacia el final de la noche, Castro le pidió a Andrónico que en su criterio le resumiera la situación económica y social de Chile. Andrónico le explicó a Castro la dinámica de las reformas económicas en Chile durante las dos décadas anteriores y cómo  este país había logrado un grado de progreso económico con su consiguiente transformación social traducida en una generalizada prosperidad de las clases medias y reducción radical de la pobreza. Explicó Andrónico que esta nueva situación que colocaba a Chile a la cabeza de Sudamérica había también generado altas expectativas en la gente, que no aceptaría en el futuro nada menos que no sea el mantener el progreso económico y el sostenimiento de la prosperidad alcanzada.

Contó Andrónico que Castro guardó un largo silencio, al cabo del cual dijo textualmente: “Eso, chico, la prosperidad, se la deben a Pinochet!”. Andrónico, muy confundido, creyó haber escuchado mal, y ante su incredulidad, Castro repitió su afirmación: “Sí, chico, eso se lo deben a Pinochet”.

De regreso en Santiago, Andrónico recibió una invitación de Pinochet a una cena formal, días después. A la cena concurrió toda la jerarquía militar, el embajador chileno en La Habana y Andrónico. A la hora de los postres, Pinochet se dirigió a este último y le pidió que contara a los asistentes lo que había dicho Castro. Seguramente el diplomático chileno acreditado en Cuba había reportado aquella curiosa a la vez que inverosímil conversación. Inseguro, Andrónico le pidió a Pinochet que le precisara qué es lo que le pedía que contara. A lo que Pinochet le aclaró: “Eso, eso que dijo Castro sobre mí y la prosperidad”.

Por muchos años he guardado esta anécdota familiar, reservada para mis memorias. Pero en estos momentos aciagos para Bolivia, con un gobierno tiránico, abusivo, inepto y arrogante, me pregunto si Castro, en su más recóndito fuero interno, no se estaría cuestionando el camino que adoptó para su miserable Cuba, a diferencia del elegido por el otro dictador que transformó Chile. Pinochet también fue un tirano, pero hizo que su país se modernizara y desarrollara, no empobreciera, como el caso de Castro. Y, además, cumplió su palabra, respetó el resultado del referéndum, organizó elecciones libres y dejó el poder.

Intuyo que Andrónico estuvo en lo correcto en su diagnóstico: Los chilenos ya han saboreado la prosperidad, y por muy descontentos que pudieran estar hoy, no le entregarán su destino a la izquierda chilena. Entre los extremos, optarán por quien continuará por la ruta capitalista que ha modernizado Chile.

*Fue Canciller de la República



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