No cabe duda de que la Expocruz brilla con luces propias
como la feria-exposición más grande del país; aunque, siendo precisos, no es un
evento de negocios. Intencionalmente, los organizadores proyectan una imagen
forzada y falseada, como si la Expocruz fuese el reflejo fiel de los éxitos
económicos del modelo productivo cruceño.
Los gremios empresariales la promocionan como el mayor centro de negocios, como una verdadera ventana de oportunidades, tanto para emprendedores y empresarios nacionales como para inversores extranjeros. Cada año, concentran la atención de los medios de comunicación en las habituales ruedas de negocios, los remates de ganado de alta genética o las premiaciones. Este año, reportaron que 700 empresas participaron en las ruedas de negocios, que el evento estuvo “más internacional que nunca” debido a la presencia de delegaciones de 33 países, y que registraron más de 464 mil visitantes. También informaron que los acuerdos en intenciones de negocios alcanzaron 109 millones de dólares.
Sin embargo, esta danza de números, millones y récords batidos contrasta con lo, ante todo, la expoferia ofrece al público: el espectáculo. En realidad, la gran mayoría de los visitantes y muchos expositores asisten a sabiendas de que la prioridad no son los acuerdos comerciales. No sería exagerado decir que la columna vertebral de la feria-exposición está compuesta por cuatro vértebras: ganado vacuno, autos último modelo, inmobiliarias y azafatas. La gran mayoría de los pequeños emprendedores que montan sus stands sin más pretensiones que mostrarse, publicitarse y eventualmente vender algo de sus productos, están relegados a un segundo plano. Ellos no esperan alcanzar pactos comerciales duraderos porque saben que los visitantes están ahí atraídos por las luces y el entretenimiento.
La exaltación de lo internacional también transmite una idea equivocada. Las delegaciones extranjeras no están presentes para contactar a los potenciales exportadores, sino que buscan hacer negocios con los compradores de alto poder adquisitivo. Si sumamos las concesionarias de autos, motocicletas, cuadratracks, maquinarias agrícolas y similares, es evidente que la Expocruz se convierte en una feria de importaciones. Excepto muy pocas vetas de exportación, predominan los acuerdos de negocios para dinamizar las importaciones, lo que en definitiva resulta negativo para la balanza comercial. El comercio exterior de Santa Cruz ya es deficitario, y la feria, en lugar de revertir esta situación, sólo la está ahondando.
La creciente presencia de expositores de La Paz, El Alto y otros departamentos tampoco tiene nexos estrechos con la búsqueda de nuevos mercados. De hecho, la alcaldía paceña no destacó por apoyar al sector productivo, sino por plegarse al espectáculo: música, danzas, teatro. La “marraqueta” paceña ha sido una de las principales atracciones y un éxito en ventas. Cada día, el alcalde de la hoyada se aseguró de despachar miles de panes frescos en avión, en un intento vano por satisfacer la demanda insaciable de los cruceños. Pero, ¿dónde está el negocio de vender panes elaborados con harina argentina y subvencionada?
En especial, el pabellón de El Alto es quizá una de las muestras palpables de las grandes dificultades y esfuerzos no siempre bien retribuidos por hacer negocios en Bolivia. Mientras los grandes stands se pavoneaban casi sin ningún afán comercial, los feriantes alteños estaban genuinamente interesados en vender lo suyo. Calzados hechos con materia prima nacional, prendas de vestir con insumos chinos, alimentos procesados y otros similares. En parte, los productos alteños parecían encarnar el retroceso y el desmantelamiento que sufrió el sector manufacturero e industrial en los años de bonanza del gas; y en parte, parecían también ser una muestra representativa de aquellos productos nacionales que no dejan de ser artesanías, pero tampoco llegan a ser manufacturas de uso práctico.
Aunque el pabellón de Santa Cruz sigue siendo monótono, estuvo más orientado a hacer negocios. Predominan las maquetas, los planos y las fotografías de bienes inmuebles y lotes en nuevas urbanizaciones y condominios. Las empresas inmobiliarias saben que su cartera de clientes está compuesta en buena medida por población migrante. Saben que Santa Cruz no sólo atrae a migrantes pobres, sino también a familias bolivianas que invierten sus ahorros en la tierra tropical y a empresarios que siguen trasladando su capital desde el occidente.
A la hora de elegir los mejores stands, el espectáculo se impuso a los negocios. Entel y Saguapac fueron los ganadores de la versión 2023. La empresa de telecomunicaciones no hizo negocios, pero ofreció amenidades llamativas: actividades artísticas, “experiencia inmersiva”, “zona gamer”. Saguapac, la cooperativa cruceña de agua, fue premiada por entretener a la gente con teatro, baile, canciones, escenarios, vestuarios y artes escénicas con poco o ningún contenido educativo.
En suma, la Expocruz tiene mérito y goza de aceptación como el mayor evento de entretenimiento. Lo que no está bien es presentarla como si fuera un reflejo fehaciente de los supuestos éxitos económicos del modelo cruceño o publicitarla como una ventana de oportunidades de negocios. La Expocruz estuvo y sigue centrada en mostrar el “qué se tiene” en Santa Cruz –recursos naturales, poder adquisitivo basado en la renta de la tierra–, en lugar de promocionar el “qué se hace” o “qué se puede hacer” en el venidero en cuanto a manufacturas, industrias de conocimiento o innovaciones tecnológicas.
Haría bien una mirada autocrítica de parte de los organizadores, cruceños y no cruceños, para evitar convertir la Expocruz en un espectáculo sin sentido económico, o peor aún, en una feria de importadores.62