Cuando Luis Arce tomó el mando presumía de tener la mejor receta para solucionar la subvención al diésel y la gasolina. No sólo lo hacía de palabra, sino que lo puso por escrito en su plan de Gobierno y, posteriormente, en el Plan de Desarrollo Económico y Social (PDES 2021-2025). Para enfrentar los problemas económicos, decía Arce, “se debe ir a la fuente original del déficit: la subvención a la gasolina y diésel, pero no con incrementos de precios como sugieren los neoliberales sino con producción de etanol y biodiesel”.
Sin embargo, a puertas del cuarto año de su mandato, parece haber perdido ese entusiasmo. Casi ya no habla de etanol y biodiesel, sino que parece estar dispuesto a abrazar aquello que había despreciado públicamente y descartado sin mayor trámite: gestionar la subvención vía ajuste gradual de los precios. ¿A qué se debe este giro presidencial? ¿Acaso ahora es neoliberal?
Desde un inicio, su receta no llamó la atención de la gente porque, ante los ojos de cualquier persona medianamente informada, solo era uno más de los anuncios faraónicos a los que nos había acostumbrado su antecesor, Evo Morales, y él mismo en condición de ministro de economía. Más bien se valieron de la apatía ciudadana para apurar la aprobación de fondos y ejecución de los planes de producción de biodiesel. El Gobierno de Arce se impuso como meta la sustitución de nada menos que el 43% del diésel importado; es decir, producir biodiesel por el equivalente a unos 260 camiones cisternas por día. Para ello, las plantaciones de palma aceitera deberían alcanzar unas 60.000 hectáreas.
Después de cuatro años, hasta mediados del 2024, la realidad es inaudita. Según los pobladores del norte de La Paz, se habrían plantado apenas 35 hectáreas; es decir, existiría solo una palma en suelo firme por cada 1.700 palmas previstas en papel. La diferencia es tan grande que el resultado ni siquiera llega al 1% de lo programado. Esta es la razón por la que nadie ha visto ni un litro de biodiesel hasta la fecha.
Pero cuatro años no pasan en vano. Como todo en la vida, lo que se hace o se deja de hacer tiene consecuencias. Los males económicos se acumularon y la bola de nieve está fuera de control. El gasto público para la subvención pasó de 730 millones de dólares a 1.900 millones, habiéndose multiplicado por 2,6 entre el 2021 y 2023. Para saber cuáles son las consecuencias o los males ocasionados basta fijarnos en las preguntas 2 y 3 de la propuesta de referendo. El propio Gobierno reconoce sin proponérselo: “gran costo económico”, “contrabando”, “daño económico al Estado”, “escasez de dólares” y “desabastecimiento de combustibles”.
¿Por qué Luis Arce y su entorno insistieron hasta el último momento en una receta sin pies ni cabeza y, a la vez, rechazaron las medidas de ajuste vía precios? Aquí aplica el dicho “no tengo pruebas, pero tampoco dudas”. Básicamente, prefirieron abrazarse a una solución fácil, populista y falsa, en lugar del trabajo arduo. Adolecían desde un inicio de una especie de “síndrome de avestruz”, que se puede entender como una tendencia a evadir, ignorar o negar la realidad en momentos de peligro, en lugar de confrontarla antes que las cosas empeoren.
El haber descalificado la medida de ajuste vía precios, etiquetándola de neoliberal, no tenía fundamento conceptual ni teórico, pero sirvió de justificativo para esquivar las soluciones difíciles. Y es que sucede que no todas las recetas económicas tienen ideología ni tienen que tenerla. J.M. Keynes, sin ser neoliberal, reconocía que la expansión del gasto público no era aplicable en todas las circunstancias y a rajatabla. La importancia de tener claridad sobre estas nociones básicas está en que ayuda a no entramparnos discusiones estériles, por ejemplo, si el giro de Arce significa que ahora es un presidente neoliberal, o lo era desde siempre.
Todos desearíamos que el cambio de parecer del presidente encarne un cambio de voluntad firme y decidido para no cerrar los ojos ante la realidad y, en alguna medida, haga un ajuste de cuentas con la historia y consigo mismo; pero al menos dos señales desalientan las ganas de ver el vaso medio lleno. Por un lado, en cuatro años, las secuelas y huellas del daño económico son reales, objetivas y perdurarán por los próximos diez o más años. Por otro lado, es un cambio de parecer a medias, lo que denota que el mandatario no está dispuesto a tomar el toro por las astas. Más bien, es una insinuación tibia para que el pueblo decida por él en un referendo.
Todas las pistas indican que las autoridades siguen padeciendo del síndrome de avestruz. Al proponer el ajuste de precios, pero sin la convicción necesaria, solo están reproduciendo el mal hábito de huir de los problemas económicos. El referendo sobre la subvención, al igual que la fallida receta de producir biodiesel, sigue siendo una solución fácil, populista y falsa.