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Posición Adelantada | 20/01/2025

El obejtivo no es crear empleo

Antonio Saravia
Antonio Saravia
A medida que se acerquen las elecciones escucharemos una y otra vez a los candidatos decir que su objetivo es crear empleos. Escucharemos hasta el cansancio las promesas del tipo “vote por mí, ¡yo crearé quinientos mil empleos!,” “no, vote por mí, ¡yo crearé 600.000!,” “¡yo un millón!”… Muchos sacarán pecho y dirán que ellos crearon empleos en sus empresas o municipios y que, por lo tanto, saben cómo hacerlo y merecen la confianza del electorado. Otros dirán que son expertos economistas y que eso les da la posibilidad de crear empleos en toda la economía y no solo en un sector o industria, y así…
La promesa de crear empleos es un clásico electoral en Bolivia y la mayoría de los países del mundo. Ofrecer empleos siempre funciona porque le promete a la gente un vehículo para ganarse la vida. Lo cierto, sin embargo, es que la obsesión política con el empleo tiene mucho de populismo y poco de racionalidad económica.
Desde un punto de vista moral, el objetivo central de una sociedad es que los individuos maximicen su libertad y el disfrute de su propiedad privada. Después de todo, no se puede ser feliz sin libertad y sin respeto a lo que uno ha generado con su propio esfuerzo. A través de la historia hemos descubierto, además, que la libertad y el respeto a la propiedad privada (el capitalismo) son los únicos determinantes capaces de generar riqueza de forma sostenida. La generación de riqueza es fundamental porque permite que cada día vivamos mejor. Desde un punto de vista utilitario o de desarrollo, por lo tanto, el objetivo de una sociedad es la creación de riqueza. Pero, ojo, crear empleo, no implica crear riqueza.
Si la creación de empleo supondría la creación de riqueza la solución sería muy simple: dejemos que el gobierno se endeude o imprima dinero para contratar a la mitad de los trabajadores desempleados para cavar zanjas y a la otra mitad para taparlas… listo, todos empleados y ganando un sueldo... Incluso lo podríamos hacer mejor: confisquemos todas las palas y picotas para que la única herramienta que los nuevos trabajadores tengan sea cucharas de cocina. ¿No les parece una buena idea? No solo que todos estaríamos empleados, sino que además tendríamos turnos extras… Si estos ejemplos les parecen muy burdos ¿qué tal una política que subsidie fuertemente a las empresas que demuestren que contratan más trabajadores? ¿No tendríamos a muchas empresas contratando como locas aun cuando no necesiten esos trabajadores? ¿No tendríamos a todos los trabajadores empleados y esta vez en el sector privado? ¿Qué importa si no están haciendo nada productivo y solo están ahí para que las empresas reciban los subsidios?
Me imagino que después de leer estos ejemplos usted estará convencido de que nadie en su sano juicio debería pensar que maximizar empleos implica maximizar riqueza. Déjeme sorprenderlo, entonces, diciéndole que importantes economistas e incluso toda una escuela de pensamiento económico cree en ese esquema. Como lo oye. De hecho, el ejemplo de las zanjas que menciono arriba se le atribuye a John Maynard Keynes durante la época de la Gran Depresión. Keynes, a quién después se le otorgó el premio Nobel de Economía, usó el ejemplo para proponer que el gobierno americano debería incrementar su gasto (y su déficit) para construir puentes, túneles o carreteras, no importaba qué, siempre y cuando generase empleo. Según Keynes, poner plata en los bolsillos de la gente haría que estos comprasen alimentos, ropa, etc., y eso generaría un “efecto multiplicador” en la economía que llevaría a la creación de riqueza.
Esta destartalada idea se hizo carne en la disciplina a partir de la década de los 30 y generó la escuela de pensamiento keynesiana. Uno de sus más famosos exponentes contemporáneos, Paul Krugman, dejó una perla de metáfora muy similar a las zanjas durante la crisis financiera del 2008: “si descubrimos que unos extraterrestres están planeando atacar nuestro planeta y necesitamos construir nuestras defensas incrementando exponencialmente el gasto lo haríamos… la inflación y los déficits serían secundarios… si después descubrimos que no hay tal invasión extraterrestre no importa, estaríamos mejor…”.
La escuela keynesiana está construida sobre una enorme falacia: el gasto genera riqueza. Lo cierto y lógico, sin embargo, es que no se genera riqueza gastando (con recursos que, además, no se tiene), sino incrementando la producción de valor. El gasto llega después de producir y es la consecuencia, no la causa, de la creación de riqueza. Obsesionarse por crear empleos con la idea de que se necesita poner plata en los bolsillos de la gente sin importar qué trabajos hagan estos o de donde sale esa plata, es, por lo tanto, errónea y muy peligrosa. 
Lo mismo sucede con la idea de incrementar el salario mínimo o el ingreso de los trabajadores por decreto con la idea de que ellos incrementarán su consumo y las empresas que subieron los salarios también se beneficiarán porque venderán más. Esto no tiene ningún sentido porque incrementar salarios por encima de la productividad reduciría los beneficios o ganancias de las empresas reduciendo su competitividad y potencial de invertir y crear riqueza. Este círculo vicioso pondría en riesgo la existencia de las mismas empresas y los mismos empleos.
Nada surge de la nada. Incrementar el bienestar de la gente implica necesariamente incrementar la capacidad de crear riqueza, no incrementar el gasto. Esto pasa cuando maximizamos la libertad de los individuos y el respeto a sus derechos de propiedad. Solo si le hacemos la vida fácil a los emprendedores reduciendo impuestos, burocracia, controles, regulaciones, etc., estaremos haciendo posible la creación de riqueza. Cuando esto pase, y solo después de que esto pase, se incrementará el consumo y el número de empleos productivos.
Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia) 

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