Pongamos las cosas en claro. El gobierno de transición de Jeanine Áñez fue una necesidad política para evitar el vacío de poder que provocó la renuncia de Evo Morales y de toda la sucesión constitucional de su partido. Una suerte de otro golpe suyo a la democracia mediante el abandono del cargo, que también le falló a Morales.
Una vez instalado el gobierno de Áñez, que debió ser apartidario, fue colonizado por el partido “Demócratas” –que obtuvo apenas el 4% en las elecciones previas– como un intento de ponerle freno a Luis Fernando Camacho, que le disputaba el liderazgo cruceño. Camacho era la nueva expresión pacífica y popular de la juvenil Revolución de las Pititas, que se alzó frente al fraude electoral de Morales.
Muy pronto el gobierno de transición se enamoró del poder y del “meleo” de la corrupción. Arturo Murillo, su hombre fuerte, arrancó la gestión aparentemente robándose un par de millones de dólares en la compra de gases lacrimógenos y sentó el ejemplo en ese gobierno para que se adoptara el modelo evista de atropello y corrupción. Cambiaron los hombres y las mujeres, pero se mantuvo el sistema. Consecuentemente, utilizando la provisión constitucional evista de reelección continua, Jeanine se postuló a la presidencia, lo que dividió a la oposición democrática y contribuyó, más adelante, a la sorprendente victoria electoral del MAS.
La “transición” remedó el continuismo y la corrupción evista, que era precisamente lo que la población más aborreció y el motivo principal para echar a Morales del poder. Murillo se convirtió en el émulo de Juan Ramón Quintana y acosó incluso a los adversarios que tenía dentro de la oposición democrática, fomentando su división. El hecho fue denunciado tempranamente por Camacho en el Comité Pro Santa Cruz, en enero de 2020, frente a Murillo. A la larga, el accionar del entonces poderoso ministro de Gobierno y la corrupta administración de Jeanine se convirtieron en la mayor razón para que los electores volvieran a votar por el MAS, el mal conocido, aunque sin Morales.
En medio de esa angurria y borrachera de poder, Murillo se equivocó de sistema. Mientras el evismo y sus secuaces roban y matan protegidos bajo la égida del Socialismo del siglo 21 (en la órbita de Rusia y sus satélites cubano, mexicano, venezolano y argentino), Murillo quiso burlar al imperio. Sí, a ese mismo imperio al que denostan y envilecen los socialistas de nuevo cuño. Quiso burlar al imperio de la ley. Esa ley que no se dobla ni se inclina ante la preferencia política.
Murillo no entendió que en una democracia madura la corrupción es corrupción, sin importar la inclinación política o ideológica. El evismo se corrompe y oculta su fortuna en el otro sistema, aquel que no se somete al imperio imparcial de la ley. Aquel en el que viven los Putin, los Lukashenko, los Kirchner, los Maduro, los Ortega y los Castro. Allí donde todos son cómplices y odian al imperio. Sí, al imperio de la ley.
Que recuerden que la corrupción del régimen de Lula-Dilma, de Petrobras y de Odebrecht, la corrupción de la Federación Mundial de Fútbol, el narcotráfico de Manuel Antonio Noriega y de los García Meza-Arce Gómez, etc. se investiga y se castiga en el Imperio. Sí, allí donde impera la ley, en Estados Unidos de Norteamérica, aquel país que los socialistas-fascistas de nuevo cuño tanto condenan. La justicia de ese país les acaba de dar una gran lección a los masistas y sus feligreses. La democracia se sustenta en instituciones sólidas y donde impera la ley.
A propósito, Samuel, Tuto y Camacho, por favor, no pidan la extradición de Murillo y los suyos. Necesitamos que sean juzgados por tribunales que no se compran ni transan. Y que los encarcelen donde no compren tampoco su libertad. Esa será una mala noticia para jueces y abogados evistas, que no podrán extorsionar a los acusados.
*Ronald MacLean Abaroa fue alcalde de La Paz y ministro de Estado