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Posición Adelantada | 03/05/2021

El capital corrosivo en Bolivia

Antonio Saravia
Antonio Saravia

He tenido el gusto de leer el libro “El capital corrosivo en Bolivia y los retos de buena gobernanza” de Henry Oporto, Napoleón Pacheco, José Luis Evia y Antonio Peres, publicado recientemente por la Fundación Milenio. Los autores y la fundación me invitaron además a comentar el libro en una charla virtual junto a Carlos Borth y Raúl Peñaranda. Pueden encontrar el libro y el video de esa charla en fundacion-milenio.org.

Parto recomendándolo con mucho entusiasmo. El libro es importante porque sus autores han hecho un esfuerzo encomiable por documentar el desarrollo de las relaciones económicas del país con China (y en menor medida con Rusia y Venezuela) durante las últimas dos décadas. Estas relaciones se han caracterizado por la creciente presencia de capitales que los autores denominan como “corrosivos,” es decir que son ilegítimos o tienen origen espurio y que corrompen la gobernanza y varios otros aspectos de la economía que los recibe.

Los capitales corrosivos tienen su origen en países de “baja intensidad democrática,” que es una forma elegante de referirse a países con gobiernos autoritarios típicamente infiltrados por altos niveles de corrupción. Pero su naturaleza corrosiva y perniciosa se materializa cuando encuentran gobiernos semejantes en los países de destino. El yin necesita el yang. Los capitales chinos de origen no muy santo pueden llegar a corromper la economía de los países de destino cuando estos presentan débiles reglas de juego y las contrapartes gubernamentales rechazan las reglas democráticas y se apoderan de la institucionalidad. Bolivia es un buen ejemplo.

La presencia de empresas y trabajadores chinos en Bolivia ya no sorprende a nadie. Está instalada en varios sectores productivos a lo largo y ancho del territorio. Empezó a llegar a principios de los 2000 pero se afianzó definitivamente durante el gobierno de Evo Morales. ¿Cómo se materializa la relación de Bolivia con capitales chinos? El libro identifica tres vías: inversión extranjera directa, contratos y créditos.

La inversión extranjera directa es una de las formas más beneficiosas de relacionarse con la economía global. Las empresas extranjeras que invierten en países en vías de desarrollo traen tecnología, generan producción y empleo, y desarrollan industrias. Todo con capital fresco y espaldas anchas para asumir riesgos. Pero para atraer IED se necesita tener la casa en orden: seguridad jurídica, reglas claras de juego, regulaciones amigables con el capital, etc. Bolivia no cumple con ninguno de esos requisitos y, por lo tanto, casi no atrae IED. Si entonces, y de pronto, tenemos empresas chinas dispuestas a invertir en el país uno diría que probablemente no debamos ser muy quisquillosos y darles la bienvenida.

Pero la IED china ha sido, en realidad, raquítica. De acuerdo al libro de la Fundación Milenio, la IED china entre el 2000 y el 2019 alcanzó solamente USD 348,2 millones (casi el 70% de este monto llegó durante el gobierno de Morales). Puesto de otra manera, la IED china fue, en promedio anual, solo el 0,61% del total recibido por el país entre 2000 y 2015. En términos regionales, la IED china que llegó a Bolivia hasta el 2019 representa solo el 1% del valor de toda la IED china en Latinoamérica. Pipocas.

El grueso de la relación con China está, en realidad, en los contratos. El valor de las contrataciones de empresas chinas por parte del gobierno del MAS alcanzó alrededor de USD 6.000 millones, es decir, un 14% del PIB. El libro documenta que las cuatro empresas que recibieron los montos contractuales más altos fueron Sinohydro Corp. Ltd. (USD 1.250 millones), China Railway (USD 800 millones), China Harzone (USD 600 millones), y CAMC (USD 500 millones). Pero ojo que estos no son recursos frescos que ingresan al país a invertir. Estos son pagos que el gobierno boliviano hace a estas empresas a cambio de la construcción de carreteras, plantas siderúrgicas, adjudicación de helicópteros, el satélite Tupac Katari, etc. Un porcentaje de estos pagos se hacía con prestamos de bancos chinos, pero el porcentaje mayor venía del TGN o de organismos bilaterales como la CAF o el BID. El libro documenta además las historias de horror a las que el país se vio sometido en muchos de estos contratos: empresas sin experiencia en el rubro, postergaciones permanentes de la fecha de entrega, empleo supernumerario y sabrosos escándalos de corrupción que produjeron muchos titulares.

En términos de créditos, la deuda con China subió aceleradamente durante el gobierno de Evo Morales. Para el 2019, esta deuda era 64 veces su valor el 2003 y alrededor de 9,2% del total de deuda externa. El saldo para el 2019 era de USD 1.045 millones. Para el 2016, la deuda con China representaba el 80% de la deuda bilateral. Digamos además que la deuda con China no es particularmente barata. El libro reporta que el costo financiero de esta deuda es mayor al promedio bilateral.

Lo que tenemos entonces en la relación Bolivia-China, no es un influjo de capitales frescos de los que uno podría decir “a caballo regalado no se le mira el diente.” No, la IED es bajísima y nuestra relación se da mayoritariamente a partir de contratos (con resultados más que cuestionables) y deuda que terminaremos pagando tarde o temprano. Estos dos últimos componentes hacen que nuestra relación con China sea, efectivamente, altamente corrosiva.

¿Cómo se enfrenta el problema? Los capitales chinos serán corrosivos, pero no son tontos. Del total de la IED china en el mundo (USD 900.000 millones), solo el 11% llega a Latinoamérica. Más de la mitad se va a Hong Kong. Los otros destinos importantes son EEUU, Australia, Gran Bretaña, Francia, Canadá y Alemania. Es decir, la IED china busca, como toda IED, países con institucionalidad saludable, respeto a los derechos de propiedad y regulaciones amigables con el capital extranjero. En dos palabras, países con libertad económica. La ideología no parece importar mucho después de todo.

Para atraer esta inversión (y la de cualquier otro país) necesitamos, por tanto, mejorar nuestras instituciones y terminar con lo verdaderamente corrosivo: nuestra gobernabilidad. Esto a su vez debería detener los procesos corruptos de contratación y crédito chino que nos han puesto una carga muy pesada hacia el futuro.

Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia). 

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