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Raíces y antenas | 14/09/2025

El campo minado, las tres cartas y el futuro

Gonzalo Chávez
Gonzalo Chávez

El populismo económico e irresponsable hasta el último minuto del Movimiento al Socialismo (MAS), inclusive dividido, bien podría figurar como caso de estudio en cualquier manual de economía política comparada bajo el capítulo “Irresponsabilidad fiscal y su transferencia intertemporal”

 Aunque electoralmente ya fue derrotado, el partido, tanto en el Poder Ejecutivo, como Legislativo, insiste en quedarse con la obstinación de un cadáver que no acepta que la fiesta terminó. Su legado no es un ramo de flores ni un epílogo digno, sino un verdadero campo minado de políticas diferidas: una deuda flotante inflada en la importación de hidrocarburos, la pignoración de reservas de oro por 12 meses, o, en términos pedagógicos, hipotecar el futuro para pagar la gasolina de hoy, y un calendario de servicio de deuda externa capaz de deprimir incluso al más optimista ministro de Finanzas.

A este menú explosivo se agrega un sistema de subsidios que desafía no solo la lógica económica, sino también los axiomas básicos de la sostenibilidad fiscal y la física newtoniana. Y como postre final, el diferimiento crediticio en favor de Pymes y prestatarios inmobiliarios, disfrazado de gesto solidario, pero que en realidad amenaza con interrumpir los dos circuitos vitales del sistema financiero: el ahorro y la inversión. Esto justo en el momento histórico en que ambos factores serán esenciales para reanimar a una economía con diagnóstico reservado en la UTI macroeconómica.

Desde el ángulo académico, lo que observamos es un manual práctico de riesgo moral institucionalizado, combinado con lo que bien podría llamarse el “teorema de la irresponsabilidad fiscal”: maximizar el rédito político presente externalizando todos los costos al gobierno entrante. En versión coloquial, se trata de entregar la casa incendiada al nuevo inquilino con una sonrisa socarrona y la frase: “Todo tuyo, suerte con eso”.

En otras palabras, el MAS se despide del poder con la delicadeza de un huésped que abandona el hotel pero que antes deja la ducha abierta, las sábanas manchadas y el minibar vacío. Pero lo peor vendrá después. Cuando el nuevo Presidente abra las gavetas del Estado se topará con cadáveres fiscales, telarañas de deuda y esqueletos de corrupción ensayando una cueca colectiva.

Al mismo tiempo, como en el viejo chiste de las tres cartas, el nuevo Mandatario recibirá un guion estándar. Ante la primera crisis abrirá el sobre número uno que dirá: “Échale la culpa al gobierno anterior”. Aquí abra mucho que cortar y el gobierno entrante se explayará tan solo en una luna de miel breve, tal vez de tres meses. Luego, en la segunda crisis, abrirá el segundo sobre: “Échale la culpa al contexto internacional”. Entonces desfilarán discursos inflamados contra imperialismos, buitres y fantasmas externos. Excusa útil pero efímera, menos duradera que una tormenta de verano.

Finalmente, ante la tercera crisis abrirá el sobre tres: “Escriba tres cartas”, es decir, preparar su epitafio político.

Para evitar que la transición política termine en tragicomedia, el nuevo gobierno deberá abandonar el consuelo de los manuales de excusas y apostar, con rigor político y audacia práctica, a una estrategia de gobernabilidad sostenible. Esto exige un programa de estabilización macroeconómica que no sea un refrito de “ajustes ortodoxos”, sino un diseño inteligente orientado a la recuperación del crecimiento y anclado en un verdadero shock de capital humano.

El equipo encargado de esta tarea deberá ostentar una reputación técnica y política a prueba de balas y de trolls, con credibilidad suficiente para convencer, tanto a los mercados como a los votantes de que el Titanic todavía puede virar. En la Asamblea Plurinacional se requerirá algo más que discursos inflamados. Hará falta dosis industriales de negociación, capacidad de pacto transversal, visión estratégica de largo plazo y un liderazgo colaborativo capaz de transformar un campo de batalla en un espacio deliberativo.

Y conviene subrayar: salir del pantano populista no será una carrera de 100 metros, sino, más bien, una maratón de montaña, con barro, lluvia y, probablemente, piedras en el camino.

En las calles el reto no es menor. Los movimientos sociales, curtidos en décadas de movilización, han desarrollado un olfato de sabuesos para detectar la debilidad del poder. Con ellos no basta el paternalismo ni el miedo; se necesitará diálogo real, pactos creíbles y, llegado el momento, la firmeza legítima que otorga la soberanía popular.

En suma, gobernar en este contexto no es tarea para aprendices ni para ilusionistas. Es un experimento en tiempo real de economía política aplicada, donde las condiciones de primer orden son pactar, negociar y resistir la tormenta con brújula firme, evitando la tentación de volver a escribir, otra vez, el guion de la comedia populista.

En conclusión: el reality show político boliviano apenas calienta motores. Más vale que nos encuentre confesados, con cinturón de seguridad bien abrochado y con una reserva de analgésicos para lo que promete ser una montaña rusa macroeconómica de largo aliento.

Y cuidado, en la próxima elección la pregunta clave no será quién vocifera con más entusiasmo, sino quién tiene la serenidad estoica, el pulso firme de un cirujano cardiovascular, la sindéresis de un buen jurista y, sobre todo, el liderazgo inteligente para desactivar las bombas económicas heredadas, desmontar trampas políticas y, de paso, construir un horizonte que no termine convertido en otro “escape room” nacional donde nadie encuentra la salida.

Estamos ante lo que Guillermo O’Donnell llamaría una “democracia delegativa” en riesgo, sumada a un manual práctico de “crisis gemelas”: fiscal, externa y de gobernabilidad.

La evidencia comparada muestra que de estas multicrisis no se sale con iluminados mesiánicos ni con gritos de barricada, sino con liderazgos colaborativos, instituciones fuertes y coaliciones amplias.

El reto, por tanto, será comprender que la estabilidad, el crecimiento económico y la profundización democrática no se decretan ni se improvisan; son una construcción colectiva, lenta y a veces tediosa, pero la única capaz de evitar que la tragicomedia se convierta en catástrofe.

Gonzalo Chávez es economista.



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