Los promotores de la “Gran mentira”, que afirman que en Bolivia no hubo fraude, sino un golpe de Estado, han tenido el tupé de trasladar su impostura al ámbito diplomático interamericano de la Organización de Estados Americanos, alquilando el Salón de las Américas –utilizado también para eventos sociales– en el que montaron un espectáculo político a puertas cerradas y que fue conducido nada menos que por la activista cocalera norteamericana Kathryn Ledebur y financiado por una ONG chavista como Code Pink.
Lo inverosímil del caso es que los mentirosos invocan nada menos que la “búsqueda de la verdad” para presentar su circo mediático dirigido al público boliviano, con la complicidad de los embajadores de México y Argentina, llevando al engaño a algunos otros desprevenidos.
El representante boliviano ante la OEA, Héctor Arce Zaconeta, que ostenta el título de “embajador”, viene afirmando públicamente que “no existe un solo elemento que compruebe la existencia de fraude en la elección de octubre de 2019”. Al parecer, él sí sufre de una conveniente amnesia senil y un cinismo descarado, que le impide recordar que fue precisamente en su despacho de ministro de (in)justicia donde se evidenció el manipuleo de actas electorales fraudulentas, entre otros varios lugares, según testificaron exfuncionarios gubernamentales.
Es lamentable que se hubiera expuesto al Servicio Exterior de Bolivia a comprometer la fe y la reputación del país con semejante patraña, de que no hubiera habido fraude. La verdad es que sí hubo un gran fraude comprobado y la diplomacia boliviana actual está haciendo un ridículo internacional mayúsculo de proporciones históricas.
La cortesía en el trato entre diplomáticos no puede ser interpretada como apoyo a semejante despropósito que busca la destitución del secretario general de la OEA, Luis Almagro, por haber develado la verdad del fraude que llevó a la huida de Evo Morales a México, cuyo gobierno es cómplice precisamente en la comisión de éste, a través del envío de expertos informáticos a Bolivia para armar el fraude, con anterioridad a la elección de octubre de 2019.
A fin de zanjar esta mentira que pretende afincar Héctor Arce en el seno de la OEA, yo acepto su invitación pública a debatir sobre si hubo o no fraude electoral el 2019 en Bolivia. Eso sí no en el secreto de las cuatro paredes de su oficina. Lo emplazo a que discutamos sobre este tema, de interés de todos los bolivianos, de manera pública y presentando la evidencia de cuanto sostenemos.
Pudiéramos volver a alquilar el Salón de las Américas de la OEA e invitar a una personalidad independiente a moderar la discusión. El evento tendría que ser difundido abiertamente al público, por medios de comunicación, por las redes y en pantallas gigantes en los jardines adyacentes a la sede de la OEA. Para que la gente se entere y la verdad nos haga libres.
*Fue Canciller de la República de Bolivia