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Vuelta | 01/04/2019

Campaña: simulaciones y apariencias

Hernán Terrazas E.
Hernán Terrazas E.
La verdad suele ser la gran sacrificada en las campañas electorales. El disimulo, o de plano la actuación, son moneda corriente en este tipo de procesos, en los que para seducir al electorado los soberbios reflotan la humildad, los solemnes sonríen y los apáticos disfrutan de los aires de multitud.
Las campañas dan pie también, desde la vereda oficial, a un festín de cifras y noticias optimistas, que no necesariamente guardan relación con la realidad. Así, un pozo de gas ubicado a más de siete kilómetros de profundidad se convierte en una promesa de futuro que servirá para compensar las dificultades que enfrenta un sector clave de las exportaciones nacionales.

La propaganda, esa máscara que disfraza las imperfecciones, todo lo puede. El Día del Mar, el  recuerdo masoquista de las viejas derrotas bélicas y los recientes desastres diplomáticos, es la orilla de las costas imposibles y la metáfora elegida para describir los otros mares remotos e inaccesibles en las profundidades de la tierra.

En la batalla por la verdad, hasta los enfermos pierden. Del Seguro Universal de Salud importa la frase, el eslogan anestésico, más que el propio servicio. Que no haya suficientes médicos, que no existan los equipos necesarios, ni las camas disponibles es un tema menor. Lo importante es la creación de la ilusión y la advertencia implícita a los aguafiestas de que serán condenados por insensibles.

En Bolivia y casi todas sus fronteras, a diario se incautan enormes cantidades de droga y se detiene a más bolivianos que extranjeros. En la doble cara de la moneda del narcotráfico se celebra la incautación, pero se ignora deliberadamente que ésta es resultado del imparable crecimiento de la producción.

Es la temporada de máscaras.  En pleno 23 de marzo, bajo la sombra del índice cansado y más que nunca acusador de don Eduardo Abaroa, el Presidente Morales agradeció el trabajo de los exmandatarios, sus adversarios: más mueca que expresión genuina de gratitud. Días después, un par de alarifes oficiales desempolvó tramposamente las cuentas de La Haya para volver a la realidad.

La farsa da para mucho, incluso para destapar casos de corrupción,  ajustar cuentas con unos cuantos y desandar sobre el escenario de campaña el camino de irregularidades,  que han transformado este tema en el que más preocupa a la población.

Los destapes en territorio propio y los ataques en campo ajeno – léase Tersa, WTC, La Haya y otros – sólo tienen el propósito de crear una sensación de equilibrio, de empate de ilegalidades y abusos, para que nadie pueda izar la bandera de la honestidad.

En la alquimia electoral, hasta la basura se transforma en oro. El vía crucis municipal en busca de un destino para nuestros desechos es la patética demostración de que en estos tiempos, con tal de restar votos al otro, importan poco los perjuicios  que se ocasionen a la mayoría.

Es también hora de abrir puertas: las de la Casa del Pueblo a todos los periodistas, incluso a los más críticos, para derribar fortalezas de arrogancia y generar sensaciones de apertura, amplitud y respeto democrático. Si las puertas deben cerrarse después, ya se verá. Por ahora, pueden quedar entreabiertas, para al menos tener un atisbo del poder.

En campaña la zanahoria se utiliza más que el palo, aunque los que blanden el garrote sigan haciendo de las suyas desde la sombra.

La oposición también simula y recurre a las máscaras: la de la novedad, que encubre el pasado. Somos el rostro de la renovación, aunque la verdad es que no lo somos tanto. Es un juego de apariencias. “Dejad que los nuevos vengan a mi, porque sólo con ellos compartiré mi reino”.

Los nuevos acusan males de los viejos. En política no hay botox y tarde o temprano reaparece el pliegue que delata la antigüedad, el hecho que desnuda el hábito, el tropiezo que delata el tiempo.

La verdad suele ser la gran sacrificada de las campañas y por eso hay que estar muy atentos.

Hernán Terrazas es periodista.



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