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04/01/2019
Líbero

Bolsonaro, ideología e intereses nacionales bolivianos

Carlos Börth Irahola
Carlos Börth Irahola
Jair Messias Bolsonaro, polémico político brasileño de derecha radical, acaba de asumir la presidencia del Brasil en medio de la aguda crisis que atenaza a su país y cargando a cuestas su sugerente, cuanto comprometedor, segundo nombre.

Algunos analistas consideran que la crisis económica brasileña es la peor en los últimos 100 años. Para Paul Krugman, premio Nobel de Economía y columnista en el New York Times, la crisis sería el resultado de una perniciosa combinación entre “mala suerte y malas políticas económicas” adoptadas desde mediados de esta década. Lo cierto es que a partir de 2014 el PIB de Brasil ha ido disminuyendo a una tasa de 0,5%, al menos, cada año, de manera que la recesión acumulada, hasta diciembre de 2018, podría ser del orden del 7,5% del producto nacional, e incluso mayor.

Otro dato impactante es el de la deuda externa pública brasileña: según cifras difundidas en la prensa internacional, esta deuda llegaría a 1,2 billones de dólares americanos, en notación latina, es decir, la increíble cantidad de un millón doscientos mil millones de dólares, cifra equivalente al 77% del PIB, aproximadamente. 

Este es el estado de situación de la economía, sin la cual no podría explicarse la profunda crisis política que, al mismo tiempo, inmoviliza a nuestro vecino. Se trata de una auténtica crisis de legitimidad, producto del develamiento de la masiva corrupción pública practicada desde los más altos niveles del poder estatal. El quiebre de Petrobras, los escándalos del Lava Jato y la prisión de Lula son apenas las puntas de un gigantesco iceberg.    

Sin tener en mente este dificilísimo panorama, no podríamos entender por qué Bolsonaro inicia su mandato con una consigna casi mística: “Brasil encima de todo y Dios encima de todos”. Y es que, dada la magnitud de la crisis y su orientación religiosa, el nuevo presidente debe sentir la necesidad de invocar a la divinidad. 

El deterioro de la imagen brasileña es tan grande que, de ser alabada hasta hace pocos años como una de las mayores economías emergentes del mundo, los primeros mandatarios de importantísimos países de Europa, Asia, América y África –según destaca la prensa internacional– no asistieron a la entronización de Bolsonaro. Exceptuando a Portugal, cuya presencia se explica per se, la Comunidad Europea prácticamente estuvo ausente. Del Asia únicamente llegó Netanyahu, premier israelí, resonando así la ausencia de los principales gobernantes de China, Rusia e India, socios BRICS. Y de África, con cuyos países Brasilia cultivó siempre estrechas relaciones, concurrieron al evento sólo Marruecos y Cabo Verde, lo que condujo las interrogantes hacia la renuente Sudáfrica. 

Nicolás Maduro, el cubano Miguel Díaz-Canel y Daniel Ortega no fueron invitados a la ceremonia por las marcadas “diferencias ideológicas” que los separa de Bolsonaro, dicho con las palabras del nuevo canciller brasileño.  

Inexplicable resulta, por otro lado, la decisión de Mauricio Macri de no concurrir a la asunción del mando en Brasilia, pese a la enorme interdependencia de las economías argentina y brasileña y a las afinidades ideológicas entre ambos mandatarios. 

Y Evo Morales, a pesar del desaire a sus más estrechos amigos y de sus insalvables diferencias ideológicas con Bolsonaro, ¿por qué asistió a la transmisión del mando en Brasilia? Porque la realidad es, siempre, más fuerte que incluso la ignorancia de los actores. Y es que el gigante sudamericano es el socio comercial más importante de Bolivia. 

Para ilustrar esta afirmación, veamos sólo los saldos del intercambio bilateral en los últimos cuatro años ya contabilizados: en 2014 el saldo fue positivo para Bolivia, con 2.178 millones de dólares, en 2015 la cifra positiva bajó a 834 millones, el balance se tornó negativo en 2016, registrando -128 millones y otro déficit de -104 millones en 2017.

Estos resultados, empero, se alteran radicalmente si se excluyen las exportaciones bolivianas de gas natural, ejercicio en el que los déficits bolivianos se tornarían crónicos, en 2014, 1.597 millones de dólares; en 2015, 1.569 millones; en 2016, 1.431 millones y 2017, 1.505 millones de dólares.

No cabe duda, la terca realidad termina imponiéndose por encima de las deformaciones ideológicas, que, en nuestro caso, obligó a Evo Morales a estrechar las manos de Bolsonaro y a escuchar la invocación mística: “Brasil encima de todo y Dios encima de todos”.

Carlos Böhrt I. es un ciudadano crítico.



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