A las protestas juveniles en Asia, Nepal, Sri Lanka e Indonesia y otros países se suman las de Perú. ¿Qué hay detrás de la presencia política de la Generación Z en los extremos del mundo con sus manifestaciones culturales, como el K-Pop y el anime?
Brújula Digital|Connectas|02|10|25
En una dramática escena del manga One Piece, la arqueóloga Robin, sola y atrapada por el Gobierno Mundial, la máxima organización política y militar del planeta, se resigna a morir. Pero su destino cambia cuando la rescatan los Sombreros de paja, su grupo de amigos, a quienes les confiesa su verdadera voluntad: “Quiero vivir”.
Esta popular historieta japonesa, la más extendida de su género, se ha convertido en un referente cultural a nivel global. Aborda temas sociales como la lucha contra la opresión, la construcción colectiva de ideales y el anhelo de existir con libertad absoluta. Una trama que sale de la ficción y se instala hoy en las protestas de la Generación Z, con la bandera símbolo: una calavera blanca sobre un fondo negro, el estandarte pirata de la rebeldía juvenil.
Esos jóvenes nacidos entre 1995 y 2010 protagonizan una ola de manifestaciones que, bajo sus propios términos, está tomando las calles en los más diversos rincones del planeta. En Nepal, la “Gen Z” logró derrocar, el 9 de septiembre, al primer ministro K.P. Sharma Oli, en menos de 48 horas, aunque con un alto precio: incendios y saqueos, y más de 70 muertos. La chispa detonante fue la prohibición de las redes sociales, pero la causa profunda tenía que ver con el rechazo a la corrupción que ha llevado al enriquecimiento de los funcionarios y sus familias, y al autoritarismo del gobierno.
A miles de kilómetros de Katmandú, la Generación Z de Perú, en su mayoría estudiantes universitarios, también está desafiando al poder con protestas sostenidas desde hace algunas semanas. Pero esto no es nuevo, y aunque comparten la misma simbología, no se entiende solo por un contagio de algo que llega del otro lado del mundo.
Desde que Dina Boluarte asumió el mando el 7 de diciembre de 2022, tras la destitución del presidente Pedro Castillo, la han acompañado las protestas. Reportes de la Defensoría del Pueblo y organizaciones de derechos humanos, como Wola y Amnistía Internacional, indican que la represión entre 2022 y 2023 dejó 50 muertos y más de 1.400 heridos, en uno de los episodios más negros en la historia de Perú. Los protagonistas fueron sectores populares y excluidos concentrados, especialmente en regiones como Puno, Ayacucho, Apurímac.
El sociólogo Randy León, profesor de la Universidad de Lima, explica que hay una desconexión con el sistema y las élites políticas, traducida mayormente en la insatisfacción con la democracia, que en Perú es mucho mayor comparada con otros países de Sudamérica. “Manifestaciones hemos tenido independientemente del Presidente de turno o el Congreso en funciones, pero el tiempo ha hecho que se vaya reforzando la desconfianza, es un círculo vicioso y estoy seguro que incluso en el siguiente gobierno va a haber dificultades similares”, dice.
La Presidenta peruana ha estado envuelta en varios escándalos relacionados con el uso excesivo de la fuerza, enriquecimiento ilícito, nepotismo e incluso plagios, pero ninguno ha sido tan contundente como para lograr su destitución. A esto se suma que su popularidad siempre estuvo en caída libre. Un estudio de la empresa CB Consultora de Opinión Pública, correspondiente a septiembre de 2025, reveló que Boluarte es la mandataria peor puntuada de Sudamérica, con una aprobación del 17,5%, seguida por Luis Arce de Bolivia (18,2%) y Nicolás Maduro de Venezuela (24,3%). Aunque varios estudios indican que ha sostenido un rechazo del 90% por casi un año.
Sin embargo, León resalta que esta indignación e insatisfacción expresada por los jóvenes en las calles traspasa la figura de Boluarte.
La generación de la tecnología y las causas justas
“Nunca jamás me había sentido así, muy vulnerable porque la represión ha sido brutal. Nos lanzaron bombas lacrimógenas demasiado tóxicas. No pude correr ni media cuadra que ya me estaba desvaneciendo”. Esto le decía a Connectas una de las manifestantes que estuvo en todas las protestas de septiembre y que por su seguridad prefiere mantener el anonimato.
Ella es más bien millennial, participó en las movilizaciones de 2022 y 2023, y ahora se siente identificada con la causa de Los Z. “Ellos son jóvenes, algunos apenas de 15 o 16 años viviendo su primera marcha. No tienen hijos, viven en las casas de sus padres y tienen toda la potestad de salir. Pero no es que hayan despertado recién, es que antes eran muy pequeños, y ahora que crecieron solo están siguiendo la línea de lo que siempre hubo. Nuestra lucha viene desde hace bastante tiempo, estamos cansados, pero tenemos que apoyarlos”, afirma.
Las protestas comenzaron el 20 de septiembre motivadas por el rechazo a una reforma del sistema de pensiones que obligaba a los jóvenes mayores de 18 años a afiliarse a una administradora de fondo de pensiones. Otro punto cuestionado es que los trabajadores independientes debían aportar obligatoriamente desde 2028. Aunque el gobierno aceptó revertir algunos planteamientos de esta reforma, la Ley 32123 aún no la ha derogado.
Una diferencia importante respecto a los anteriores estallidos es que este se concentra en Lima y con protagonistas diferentes. “No son los jóvenes de siempre que vienen de las redes activistas de toda la vida, de sectores progresistas o colectivos, son jóvenes que han sentido la pegada que podría tener esta reforma de pensiones porque son los que recién están entrando a la vida laboral”, explica Omar Coronel, profesor de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica.
Además, el también investigador asegura que estas protestas tienen características muy particulares. Por ejemplo, no hay una dirigencia central, es más una red de redes o un tejido amplio fragmentado, con pocas representaciones. “Son distintos circuitos de jóvenes que se están sumando, muchos de manera independiente y por eso es difícil pensar en un comité central que decida cuáles son los objetivos. Sí se expresa la idea de la vacancia o caída de Boluarte, pero si esto no ocurre no se ha planteado una alternativa”.
No despolitizados
En Nepal la paradoja cerró el ciclo. Luego de la revuelta que reclamaba contra el cierre de las redes sociales, los ciudadanos acudieron a la tecnología para elegir a Sushila Karki como ministra interina, en un inédito proceso. Lo hicieron por Discord, una plataforma muy popular entre los gamers que se convirtió en una sala de reuniones a la que regularmente se conectaban unas 100.000 personas para discutir el futuro de su país.
Esos jóvenes han redefinido su participación en la esfera pública. No son muy adeptos a los partidos tradicionales ni a la militancia rígida, no limitan a izquierda o derecha las explicaciones ideológicas y tampoco usan los canales tradicionales para expresarse. Son nativos digitales, tienen la tecnología en sus manos y entienden más la dinámica del poder desde lo cultural y lo cotidiano. Y no, no son indiferentes a la política.
“Más allá de los pedidos de ‘váyanse todos o cierren esto’, no se puede decir que los jóvenes estén despolitizados. Hay una nueva forma de hacer política y una nueva manera de hacer patente la indignación. Las redes sociales están ayudando mucho, es casi una política del meme, pero más entendida como una manera de comunicar”, dice el profesor León. Ahora es ne Piece”, pero podría haber sido cualquier otro contenedor de sus emociones e inquietudes. A su manera y con sus propios códigos están sepultando la indiferencia.
Entonces, ¿los ‘Gen Z’ peruanos podrían tener el mismo desenlace que en Nepal? Coronel considera que para lograr eso hace falta una movilización más contundente. Pero además implica tener objetivos claros con un perfil menos contencioso. “Las marchas de ahora son aún limitadas y podrían generar presión para que caiga una ley o un ministro, pero difícilmente van a tumbar al gobierno”, añade.
León coincide y asegura que más que una propuesta hay indignación.
“Es interesante cómo se ha canalizado el sentir de los jóvenes. Hay una suerte de archipiélago de demandas individuales que se logran articular en una movilización, pero no se canaliza a través de las instituciones, y eso también puede ser un riesgo. No es gratuito que más del 60% de los peruanos sean tolerantes a un gobierno autoritario”, sostiene.
La represión como respuesta
No solo es posible presenciar las protestas en las calles. Se registran en las redes con fotos, videos y lives que dan un testimonio vivo del escenario de confrontación y represión desmedida. “La reacción no ha cambiado, siempre ha sido la misma. Este es un gobierno asesino que carga con 50 fallecidos y hasta ahora no hay justicia, solo impunidad”, dice Gabriela Coloma, periodista del diario La República y víctima de la violencia de las fuerzas del orden cuando cubría las manifestaciones.
“No solo es la corrupción, hay mucha inseguridad que afecta a varios sectores y son diversos factores que se han venido juntando en este contexto. Hay un hartazgo y los jóvenes saben que no es posible seguir callando”, añade.
Boluarte ha calificado a los manifestantes como extremistas. “Yo soy una mujer demócrata y afianzaremos nuestra democracia. Por eso no voy a renunciar porque algunas voces están acostumbradas a vivir en la anarquía, en el desorden, en la violencia y en aquella cultura de odio que no todos los peruanos abrazamos”, dijo en un evento oficial en Lima.
Mientras tanto, el descontento crece y llega también a otros sectores como los transportistas que se están sumando a las movilizaciones de ‘los Z’.
¿Tiene futuro la rebelión de los Z?
La ola mundial de los Z no para ahí. Luego de las movilizaciones en Kenia, Indonesia y Nepal y Filipinas, Madagascar, uno de los países más pobres de África, también tomó las calles como reacción ante constantes cortes de agua y luz, que afectaban sobre todo la cotidianidad de los jóvenes. Como resultado, el presidente Andry Rajoelina disolvió el gobierno, pero mantuvo al equipo en interinidad mientras se forma uno nuevo. Las protestas se mantienen latentes porque piden medidas concretas y no solo cambios de personas.
Y en este otro lado del mundo, ese espíritu también está haciendo eco en Paraguay, donde la generación Z, movida por el hartazgo, marchó contra el Gobierno bajo el lema “Somos 99,9%”. Esta cifra hace referencia a una mayoría víctima de las desigualdades, corrupción, mal gobierno y falta de oportunidades, mientras que un porcentaje pequeño, el 0,1 %, se beneficia de privilegios, impunidad y concentración de poder.
Sin importar la distancia, la bandera pirata de One Piece una vez más fue el conector y ondeó desde África hasta América.
Mientras tanto, en Perú las convocatorias continúan y se desarrollan los fines de semana. Según relataron a Connectas varios estudiantes movilizados, su lucha se mantiene a pesar de la represión y las amenazas digitales que están recibiendo. “Aquí no hay terroristas, aquí hay personas con derechos, con dignidad. Y nuestros jóvenes, por más que sean llamados Generación Z, tienen mucho que decirle a la humanidad (…) Vamos a decir esperanza con Z”, dijo el cardenal peruano Carlos Castillo, para referirse a quienes están tomando las calles hoy.
Si la pregunta es qué quiere la Generación Z, tal vez no haya una respuesta certera. Tal vez, sin muchas pretensiones, solo están forjando su futuro en libertad plena, como deseaba la heroína de One Piece.
BD/IJ