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Mundo | 11/03/2025   04:43

|ANÁLISIS|El “Atila” Trump dispuesto a quemar el orden mundial|Gustavo Castellanos|

Donald Trump busca desmantelar el internacionalismo democrático establecido después de la Segunda Guerra Mundial, promoviendo un retorno al poder absoluto de los Estados-nación y la ley del más fuerte.

Donald Trump/EFE
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Brújula Digital|11|03|25|

Gustavo Castellanos

¿Tiene lógica lo que está haciendo Trump? Es evidente que sí. ¿Es buena lógica? Para la humanidad, ciertamente que no, como veremos después. Otra cosa es saber si, por lo menos en el mediano plazo, es una buena lógica para Estados Unidos y ahí se abre un gran signo interrogante.

¿Pero en el fondo qué está haciendo Trump? Algo nada menor: quiere acabar con 80 años de internacionalismo democrático que se fue construyendo luego de la Segunda Guerra Mundial (y que EEUU construyó).

El impacto de esa guerra, con el advenimiento de armas de destrucción masiva, sacudió los cimientos de las sociedades occidentales de tal manera que la incipiente Liga de Naciones se fue transformando en la poderosa Naciones Unidas y luego se fueron creando y fortaleciendo una serie de otros organismos e instancias internacionales (OMS, FAO, Consejo de Derechos Humanos, OMC, OTAN, CIJ, Acuerdo de París, etc.) que buscaban fortalecer los vínculos entre los estados, sobre todo los de corte liberal y democráticos, y buscaban afrontar de manera conjunta los grandes desafíos de la humanidad como el hambre, la guerra, el totalitarismo político, el cambio climático, la amenaza nuclear y las enfermedades epidémicas. La gran mayoría de ellos bajo el liderazgo y tutela de los Estados Unidos (y por ello mismo era y es el país que más libertades se da para violar los acuerdos cuando así le conviene).

Pero además se fue profundizando en la creación de bloques económicos y políticos como la Unión Europea; el Mercosur; el tratado EEUU, México, Canadá; la Comunidad Andina, etc. Cada uno de ellos con distintos grados de avance y consolidación.

Todo este panorama fue debilitando el poder de los estados-nación que se veían presionados a actuar bajo el marco de este entramado de internacionalismo democrático. Sobre todo los países occidentales y entre ellos Estados Unidos, el más poderoso del mundo y el que pagaba buena parte del costo de este gran enjambre institucional; sin embargo, veía cómo su nuevo archirrival como potencia mundial, China, pagaba poco o nada y no hacía caso a nadie. Esa es una de las cosas que enfurece al “trumpismo” y de ahí su lógica de destruir el internacionalismo democrático. Y la lógica se aplica exactamente igual para el tema “Ucrania”, que además le puede permitir a Trump intentar socavar la estructura de su odiada “Unión Europea” (Trump soporta a los países europeos pero a la “Unión Europea” no la quiere ver ni en pintura).

De tal manera que la idea es reponer la libertad absoluta del Estado-nación hasta el extremo de reivindicar su derecho imperial al uso de la fuerza en la conquista de sus intereses. Es decir, la ley del más fuerte debe sustituir a la ley del internacionalismo democrático. Lo mismo que piensa Putin, ni más ni menos; por tanto, no es raro que sean ahora los nuevos aliados. Y no solo él sino todos los que reivindican la libertad absoluta de los Estados-naciones con pretensiones imperiales, incluso personajes como el líder norcoreano Kim Jong-Un (recordemos que Trump hizo un gran esfuerzo para conocerlo y así sucedió). En ese entendido, China es su gran enemigo imperial pero ya no ideológico.

Por tanto, estamos retrocediendo como humanidad no uno sino dos o tres siglos. La promesa de Trump de volver grande a Estados Unidos es una promesa cuasi napoleónica que se puede traducir como “vamos a pisar (por la razón o la fuerza) a todo el que vaya contra nuestros intereses; ante todo económicos, pero también geopolíticos”.

El internacionalismo democrático, a lo largo de estas décadas, con todas sus grandes falencias y debilidades, ha logrado décadas de desarrollo económico y tecnológico a niveles impresionantes porque ha propiciado un clima de cierta pacificación. Desarrollo que no fue equitativo pero que al menos permitió sacar de la pobreza extrema a cientos de millones de humanos. También permitió llevar alimentos, vacunas y agentes de salud a los lugares más recónditos del mundo. Y, a la par, aunque de manera muy tímida, era (¿es?) la vanguardia en la lucha contra el cambio climático y las medidas de mitigación y adaptación al mismo.

Por otra parte, fortaleció redes de colaboración internacional en todos los campos; redes de colaboración (como ya nos enseñó Harari) fundamentales para el avance de cualquier civilización.

La lógica de Trump, incluso si no se llegara a imponer con la fuerza que él deseara, es fatal para todo ello y es posible que entremos en un periodo de grandes retrocesos en la lucha contra el hambre, la muerte infantil, las epidemias y otras calamidades que acechan a la humanidad. Ya estamos viendo cómo los estados europeos están haciendo un dramático viraje en sus prioridades; viraje que terminará afectando seriamente al internacionalismo democrático. Hasta el cambio climático, tan importante para los europeos, ahora pasó, en un corto periodo de tiempo, a un tercer o cuarto plano.

Pero volviendo a la segunda pregunta del inicio: ¿todo esto permitirá que Estados Unidos vuelva a ser la potencia suprema e indiscutible de la tierra, como es el deseo de Donald John Trump? Si lo consiguiera, el costo sería tal que en el largo plazo sería la potencia suprema de una tierra en ruinas. Pero la otra posibilidad es que todo esto termine por favorecer a los chinos y la lógica de Trump termine siendo un gran boomerang para los Estados Unidos.

La tercera alternativa (nada rara en la historia de la humanidad) es que la guerra “atílica” de Trump se quede en simples escaramuzas con más cáscaras que nueces en las que se hagan muchos ajustes; mucho alboroto; mucho ruido pero al final todo vuelva al camino del internacionalismo democrático mejorado por ese remolino de circunstancias. Y Trump termine su gestión diciendo que fue el mejor presidente de todos los tiempos (y quizá si las cosas se dan así, él tenga razón, por extraño que parezca).

En cualquier caso, mi predicción es que tarde o temprano volveremos al camino del internacionalismo democrático porque irremediablemente (lo quiera o no Trump) ya somos una aldea global en donde cada problema nos afecta a todos y es imposible evitar que lo bueno y lo malo se filtre por todas partes por más muros que queramos poner.

Gustavo Castellanos es comunicador social.





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