El historiador Niall Ferguson describe a Estados Unidos como un "imperio inconsciente" que, sin quererlo, domina económica y culturalmente, enfrentando retos como China, la UE y la caída de su hegemonía.
Brújula Digital|24|02|25|
César Rojas Ríos
Estados Unidos es un “imperio inconsciente” que ha negado su carácter de tal, pero hoy “los estadounidenses deben reconocer las características imperiales de su propio poder actual, y si es posible aprender de los aciertos y los errores de los imperios del pasado”. Esta es la tesis que sustenta el historiador inglés Niall Ferguson en su libro “Coloso. Auge y decadencia del imperio americano”.
Ferguson plantea que todos los grandes imperios universales de la historia “aspiran a mucho más que a la dominación militar de una vasta y heterogénea frontera estratégica”, pretenden conseguir un predominio económico, cultural y político dentro (y a veces fuera) de esa frontera. Estados Unidos lo habría conseguido sin necesidad (casi) de empuñar la mano militar. Los demás países habrían seguido la misión democratizadora que se habría (auto) impuesto, y en este afán altruista Estados Unidos resulta distinto a los ambiciosos imperios anteriores. Quizás no aspiran a dominar, pero sí desean que los demás se gobiernen a la manera estadounidense.
“De modo que Estados Unidos es ahora algo que preferiría no ser: un coloso para algunos, un Goliat para otros, un imperio que no se atreve a decir su nombre”. ¿Por cuánto tiempo perdurará este imperio que no acepta su condición de tal? “La respuesta que ofrece Coloso es: no mucho, dada la falta de una sustancial revaluación de lugar de Estados Unidos en el mundo.
¿Qué significaría ejercer un poder real imperial? Uno, significa un control monopólico directo sobre la organización y el empleo de la fuerza militar; dos, control directo sobre la administración de justicia y su definición; y tres, control sobre lo que se vende y se compra, los términos de intercambio y la licencia para comerciar.
Respecto a este último punto, el historiador inglés se pregunta: ¿Cómo y por cuánto tiempo Estados Unidos permanecería adscrito al libre comercio una vez que otras economías, beneficiándose precisamente del orden económico liberal que había posibilitado su hegemonía, comenzarán a ponerse a su nivel? Hasta ahora Estados Unidos habría preferido con pocas excepciones “el dominio indirecto al directo, y el imperio informal al formal”. De ahí su notable falta de apetito voraz por la expansión territorial ultramarina que caracterizó a los imperios europeos, pues piensan como escribió Herman Melville en White Jacket, “nosotros los estadounidenses somos el pueblo especial, el elegido, el Israel de nuestro tiempo; preservamos el arca de las libertades del mundo”.
Antiimperialismo imperial
La participación de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial fue decisiva. Pues terminada la conflagración mundial, la cabeza del Coloso surgirá por encima de todas las demás, ampliando su supremacía económica y disfrutando de una influencia tan directa, profunda y difundida. Su intervención en Europa, particularmente en Alemania, así como en Japón, “más que un imperio por invitación se trataba de un imperio por improvisación”.
De esta manera se fue generando un comercio internacional cada vez más liberal, creando mercados nuevos y dinámicos para las exportaciones estadounidenses. El expresidente Truman dijo en voz alta lo que sus paisanos pensaban en voz baja: “Somos el gigante del mundo económico”. Pero enfrente surgió otro coloso con características para las que no estaba preparado: la ex Unión Soviética, “animada por una fe fanática, antitética a la nuestra, y buscaba imponer su autoridad absoluta sobre el resto del mundo”.
¿Qué le tocó hacer frente a la hoz y el martillo? La doctrina de la contención, o sea, una estrategia de contención a largo plazo, paciente pero firme y vigilante, frente a las tendencias expansionistas rusas. De la ex Unión Soviética, pasando por otro fanatismo, esta vez religioso en el mundo islámico, de “bolchevismo islámico” si se quiere, hoy tiene enfrente a China.
¿Y la Unión Europea? Su parte de la población mundial es la mitad de lo que era en 1820. Su proporción en la producción mundial se ha reducido a un quinto, comparada con el más de un tercio de 1870. ¿Decadencia relativa? Para muchos estadounidenses, la principal importancia de Europa no es la de ser un rival estratégico sino un destino turístico. Para Ferguson “el carácter introvertido de la UE sugiere que es mejor comprenderlo como una entidad que dirige sus esfuerzos hacia la preservación de su propio equilibrio interno antes que hacia el ejercicio del poder más allá de sus fronteras”.
El dragón rojo
Mao Tse-tung movilizó exitosamente al campesinado empobrecido, solo para hundir a la sociedad china en la peor hambruna provocada por obra humana en la historia (el “gran salto adelante”) y en uno de los peores trastornos sociales promovidos por un gobierno (la revolución cultural). Su sucesor, Deng Xiaoping, se concentró en liberalizar su economía manteniendo un control férreo sobre la política a partir del Partido Comunista Chino (PCCh). El resultado ha sido un crecimiento espectacular en la tasa de crecimiento económico.
“La gran divergencia está dando paso a una gran vuelta a la convergencia, que verá cómo China recupera su merecido lugar en el sistema mundial”. Las puertas entre América y Asia hoy parecen entreabiertas, pero crece el temor de que se puedan cerrar con un sorprendente portazo. Nada está dicho, sobre todo cuando en Estados Unidos cada vez más se ve a China como un “desafío estratégico del futuro”.
Entonces, ¿qué? “Hoy Estados Unidos es un imperio, aunque uno de un tipo peculiar. Es enormemente rico; desde un punto de vista militar no tiene rival; su alcance cultural es asombroso”. Pero como el veleidoso teniente Pinkerton de Puccini, la intervención estadounidense en el extranjero solía pasar por tres fases: ardiente en el primer acto, ausente en el segundo y angustiada en el tercero.
Estados Unidos niega cualquier interés en adquirir nuevos “lugares bajo el sol”. Sus conquistas no son solo temporales, ni siquiera son consideradas como tales. “El historiador victoriano J.R. Seelen acertó al decir en broma que los británicos habían construido un imperio ´en un acceso de distracción´. Los estadounidenses lo hacen mejor; la distracción se ha convertido en una miopía total. Pocas personas fuera de Estados Unidos dudan hoy de la existencia de un imperio estadounidense; que Estados Unidos es imperialista es una perogrullada a los ojos de la mayoría de europeos cultos.
Pero como el teólogo Reinhold Niebuhr observó en 1960, los estadounidenses insisten “con frenesí en evitar reconocer el imperialismo que ejercen en los hechos”. ¿Es importante esta negación del imperio? Para Ferguson “el problema con un imperio que se niega a sí mismo es que tiende a cometer dos errores cuando opta por intervenir en los asuntos de estados más pequeños. El primero puede ser asignar recursos insuficientes a los aspectos no militares del proyecto. El segundo, y más grave, es intentar la transformación económica y política en un marco temporal breve y falto de realismo”.
Si Estados Unidos se asume como un imperio a toda regla tendría la tenacidad para terminar lo que ha comenzado, es decir, podría cumplir mejor no peor la tarea de vigilar un mundo siempre en riesgo de orillarse hacia el desorden. Para el historiador inglés podría Estados Unidos tratarse de un “imperio liberal, que mejora su propia seguridad y prosperidad precisamente proporcionando al resto del mundo bienes públicos de alcance general: no solo libertad económica sino también las instituciones necesarias para que los mercados florezcan”.
Ahora bien, un imperio que se asume de cuerpo y alma como tal, ¿no es acaso aquel que pone por delante y por encima sus intereses nacionales en desmedro de todos y de todo los demás? Estados Unidos siempre mostró, con mayor énfasis desde la presidencia de Woodrow Wilson, una inserción mundial responsable y principista (alentó la descolonización y la democratización en el mundo); hoy con Donald Trump podría llegar a su fin sin mayores aspavientos la responsabilidad, que representa precisamente la contracara de ese principio central en su ideario fundacional y nacional: la libertad.
¿Esto implicaría que el mundo debería prepararse para padecer el despotismo estadounidense que agradecer su benéfico liberalismo?
César Rojas Ríos es comunicador social y sociólogo.