Brújula Digital|29|01|25|
Filip Jirouš
Desde su victoria electoral, Donald Trump ha insistido en su idea de incluir Groenlandia en Estados Unidos. Inicialmente, muchos subestimaron sus palabras: comprar la isla ártica sin descartar el uso de la fuerza si Dinamarca se niega. Sin embargo, después de su llamada al primer ministro danés, amenazando al aliado de la OTAN con aranceles, ahora se han dado cuenta de que el presidente estadounidense va en serio.
Estados Unidos ha intentado comprar o reclamar Groenlandia varias veces en el pasado, un precedente que da cierta lógica a lo que a primera vista parece un ridículo torrente de palabras vacías. Aparte de la seguridad nacional, la descongelación del hielo de Groenlandia proporcionará grandes beneficios en forma de minerales y petróleo a quien los explote. Algo que China ha entendido, lo que habría llevado a Estados Unidos a intervenir cuando empresas chinas pretendieron ejecutar proyectos e infraestructuras, algunos con posible uso militar.
Lo más probable es que Trump no compre Groenlandia a Dinamarca, ya que la isla es en gran medida autónoma y los daneses lo han descartado, aunque es legalmente posible. Sin embargo, el primer ministro de Groenlandia indicó su voluntad de una cooperación más estrecha con Estados Unidos, incluso en materia de defensa. Por lo tanto, es posible que Trump y Groenlandia lleguen a un acuerdo que sitúe a la isla como independiente dentro de la esfera de influencia estadounidense, aunque no dentro de la federación.
Groenlandia fue colonia danesa hasta 1953 pero, tras revelaciones sobre la brutalidad colonial, Groenlandia se decantó hacia una mayor independencia, logrando finalmente el autogobierno en 2009. En la actualidad, Dinamarca sólo gestiona la defensa y los asuntos exteriores de Groenlandia; el resto está en gran medida en manos del parlamento y gobierno locales. La mayoría de la población votaría en favor de la independencia en un referéndum.
Sin embargo, este escenario no está maduro. Dinamarca subvenciona el 50% del presupuesto isleño porque los yacimientos de petróleo y minerales siguen bajo el hielo y su explotación no es rentable y, por tanto, sus ingresos propios dependen en gran medida de la pesca. Pero ante la perspectiva de que la capa de hielo se derrita progresivamente, Groenlandia apuesta por los beneficios de la minería para hacer viable su independencia.
En ese contexto, después de 2009 llegaron empresas chinas prometiendo hacer realidad este sueño. Se presentaron en la isla afirmando ser neutrales y sólo interesadas en los negocios. Propusieron proyectos grandiosos para construir y ampliar explotaciones mineras e infraestructura incluidos dos aeropuertos, lo que fue bien acogido por los políticos groenlandeses. Se hicieron exploraciones, prometieron inversiones a largo plazo y acceso al mercado chino. Un boom económico. Todo demasiado bueno para ser verdad.
Pero a China no solo le interesa la lejana perspectiva de la minería en Groenlandia. En 2016, una empresa aparentemente privada intentó adquirir una antigua base naval en la isla. Esto alarmó tanto a Dinamarca como a Estados Unidos, que bloquearon la venta. Al año siguiente, China intentó construir allí una base terrestre para satélites de doble uso en colaboración con un científico local, que al desvelarse fue desechada. Las operaciones mineras chinas corrieron parecida suerte, en parte por la prohibición groenlandesa de extraer uranio.
La avalancha de propuestas de China fue probablemente una operación de influencia. El modelo es conocido. Empresas chinas de apariencia privada prometen grandes inversiones con el apoyo del Estado chino. Los políticos locales se lo creen y se sirven de estas promesas para ganarse a los votantes, mientras las élites son cooptadas por funcionarios chinos entrenados en influencia y manipulación, algunos de los servicios de inteligencia. Aunque ninguna de las inversiones se materializa, Pekín crea una red de aliados locales. Una red que podrá utilizar cuando las condiciones lo permitan.
Independientemente de lo que realmente guíe las acciones de Trump, Estados Unidos tiene quizá motivos de interés nacional suficientes para que Washington intente acercar la isla a su esfera de influencia. De hecho, Estados Unidos intentó comprarla y reclamarla en varias ocasiones en los dos siglos anteriores, lo que da cierta lógica a lo que algunos califican de “locura” por parte de Trump.
Por mucho que Trump afirme que el asunto “tiene que ver realmente con la libertad del mundo”, lo cierto es que Groenlandia se encuentra en una posición estratégica en el Ártico y muy cerca de Estados Unidos. Combinado con el interés geopolítico y militar de China, esto puede servir de argumento para que Washington actúe. Al tiempo, los groenlandeses han mostrado cierto interés en negociar con Trump. El primer ministro ha declarado estar abierto a una cooperación más estrecha con Estados Unidos en minería y, curiosamente, de defensa.
Una conquista militar de Groenlandia es muy improbable; una posibilidad que Trump seguramente planteó para obligar a Dinamarca y Groenlandia a responder. Ahora bien, si Estados Unidos proporciona inversiones, garantías y otras ayudas a Groenlandia, podría “comprar” realmente la isla. Por tanto, el escenario más probable es aquel para el que la población local se ha estado preparando: un referéndum de independencia que permita a Groenlandia alinearse con Estados Unidos (o con cualquier otro), que a su vez proporcione fondos para sostener y desarrollar la economía local.
En resumen, Trump puede “comprar” Groenlandia, pero no a Dinamarca. Y es bastante probable que los groenlandeses estén abiertos a llegar a un acuerdo con Estados Unidos, si las condiciones son favorables y hacen realidad su sueño político. Aun así, el destino de Groenlandia sigue estando en manos de los groenlandeses y los dirigentes estadounidenses deberían comprender esa realidad si quieren desterrar la influencia china del país.
Filip Jirouš es sinólogo e investigador independiente del sistema político de China y colaborador de Análisis Sínico en www.cadal.org