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Magazine | 19/05/2020

Grandes ensayos bolivianos: El problema social en el desarrollo económico de Bolivia

Grandes ensayos bolivianos: El problema social en el desarrollo económico de Bolivia

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Fernando Molina

Quizá resulte algo chocante la inclusión de este ensayo, muy poco conocido y citado, en una serie de “grandes ensayos bolivianos”. Pensaría diferente el sociólogo Fernando Calderón, quien lo resucitó para nosotros al incluirlo en una colección de obras sobre el cambio social publicada, en 2002, por el PNUD. El ensayo  se remontaba a noviembre de 1956. Su autor era el español José Medina Echavarría. (La nacionalidad de este nos indica que el adjetivo “bolivianos” de “ensayos bolivianos” significa tanto “escritos por bolivianos” como “referidos a Bolivia”).

Medina Echavarría escribió El problema social en el desarrollo económico de Bolivia mientras reflexionaba sobre los “aspectos sociales del desarrollo económico” en la CEPAL, donde fue investigador por muchos años. Justamente, Medina Echavarría ha pasado a la historia de la sociología latinoamericana por su trabajo en torno a las relaciones entre el cambio social y el cambio económico, tema que, podríamos decir, le vino impuesto por su contratación para la CEPAL, la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina.

Dirigida entre 1950 y 1963 por el argentino Raúl Prebisch, uno de los economistas más originales que ha dado Latinoamérica, la CEPAL fue un importante espacio de creación teórica sobre la cuestión que, en esa época, atraía todos los esfuerzos del pensamiento regional –cuestión a medias impuesta por la estrategia de Estados Unidos para Latinoamérica durante la Guerra Fría y a medias traída a colación por los intereses de las burguesías y pequeñas burguesías nacionales latinoamericanas, fortalecidas entonces por la prosperidad mundial de la posguerra–.

Esta cuestión, claro está, era la de cómo lograr el desarrollo económico que hasta entonces había resultado esquivo para la región. En especial, se trataba de identificar y difundir las formas jurídicas e institucionales, los hábitos productivos, los estados de ánimo colectivos que podían asegurarlo. O que se suponía que podían hacerlo, ya que así había ocurrido, previamente, en Europa y Estados Unidos.

La implantación de las condiciones más adecuadas para imitar la trayectoria económica de las grandes potencias se constituía, en esta época, en el programa reformista de las burguesías y pequeñas burguesías nacionales latinoamericanas, y se aplicaba, en general, por vías autoritarias o semiautoritarias, por ejemplo durante el peronismo en la Argentina y la Revolución Nacional boliviana, en los años 50, y los gobiernos militares desarrollistas brasileños, argentinos y bolivianos de la década posterior… La suposición implícita era que hacer progresar a América Latina en el marco del capitalismo, así fuera del “capitalismo de Estado”, podría impedir que la creciente rebeldía continental desembocara en el comunismo.

La teoría social latinoamericana se alineó con esta búsqueda continental, generando análisis y propuestas más progresistas o más conservadoras, según el caso. El papel del pensamiento de Raúl Prebisch en el desarrollismo daría para un análisis largo, que, por otra parte, ya se ha realizado, aunque no en cuanto a su relación con Bolivia.

El método de Medina Echavarría

Prebisch fue uno de los creadores de la Teoría de la Dependencia. Su contemporáneo Medina Echavarría también fue un pensador profundo. Weberiano en su origen, durante los años 50 y 60 se convirtió en introductor del funcionalismo en el continente. Esto significa que su interpretación de los enormes cambios sucedidos en Bolivia entre 1952 y 1956 se apartaba de las lecturas nacionalistas o marxistas que entonces estaban en boga. Este solo hecho ya constituye una importante novedad para la bibliografía boliviana.

Medina Echevarría, de obra menos original que la de Prebisch, aunque no exaltaba los cambios revolucionarios por las razones teleológicas propias de las ideologías radicales, tampoco los rechazaba porque, como decía Fernando Calderón, su método le exigía atenerse a la realidad como esta era; el suyo era un intento científico de comprensión de la sociedad.

La historia, escribía el español, que también trabajó en la CEPAL y murió en Santiago de Chile, debía aceptarse en su integridad, aunque esta actitud no fuera la “imperante”. Por lo común –añadía– “se cavila sobre lo que pudo ser, o bien se la analiza (a la historia) desde las perspectivas del presente en vista de las posibilidades del mañana. Entonces se mutila lo ocurrido en una u otra de sus partes, se acentúan las sombras de este o aquel periodo, se aviva la nostalgia por los brotes malogrados de épocas anteriores o, en la fuga de la evasión hacia el pasado, se encaja lo acaecido en los canales rígidos de un suceder que lógicamente se ve dirigido hacia un futuro previsible.”[1] Para él, en cambio, “toda revolución aparece como un hecho fatal una vez cumplida. Especular entonces sobre los actos de lucidez que pudieron evitarla es tarea vana. La obra del historiador queda reducida a formular con objetividad la cadena causal que a ella condujo”.[2]

Medina Echevarría cumplía su tarea sociológica con idéntico método antiespeculativo. En este ensayo, en concreto, trataba de establecer en qué medida los efectos sociales de los cambios revolucionarios, esto es, sus efectos en la organización de la vida colectiva, se estaban aclimatando y la forma en que esto podía influir en el desarrollo económico (un proceso cuyos mecanismos Medina Echavarría daba por sobreentendidos y cuya justificación histórica no ponía en entredicho. Tampoco consideraba la lucha de clases que se daba en torno a los supuestos, los medios y los objetivos del desarrollo económico).

Confusión en lugar de dualidad

Medina Echavarría consideraba que los principales problemas sociales bolivianos que impedían que la Revolución lograse sus objetivos desarrollistas eran dos: a) la heterogeneidad de la población, que conducía a que una parte “muy minoritaria” de ésta constituyera la clase dirigente del país (una observación que resulta, en su concisión y profundidad, admirable), y b) la heterogeneidad ideológica de la Revolución, que se traducía en la adopción de medidas desarrollistas incoherentes entre sí, ya que empujaban el carro, por decirlo así, en sentidos simultáneos y diferentes.

“Vehemencias implícitas en todo nacionalismo joven, residuos de ciertas influencias alemanas, aseveraciones doctrinales marxistas de toda clase y matiz, más elementos liberales y metas tecnológicas comunes a todos los pueblos de esta época, formaban una trama mental difícil de ordenar en decisiones claras, sostenidas y factibles”.[3] Era una mezcla antisistémica que necesariamente debía resultar antipática al funcionalista. De esta manera, decía, la Revolución no sabía “lo que se puede querer”, lo que era grave.

La percepción de Medina Echavarría resultaba más cercana a la realidad que los intentos de “ordenamiento” de las tendencias en lucha durante los primeros años de la Revolución Nacional que se guiaban por esquemas preconcebidos ideológicamente, y que servían como “lechos de Procusto” del análisis sociológico.

Uno de estos esquemas de interpretación, quizá el más influyente, ordenaba la pugna ideológica y política de este tiempo en una “dualidad de poderes” (así llamada por los trotskistas en ese momento, y por Zavaleta posteriormente), que se daba entre el proletariado, que buscaba su gobierno afirmando sus propias instituciones, y el gobierno conformado en 1952, y vigente entonces, de la pequeña burguesía. Medina Echavarría mostraba, y de una manera más plausible en tanto que se originaba en una motivación descriptiva antes que polémica, que el proletariado estaba lejos de buscar una sustitución de la clase dominante.

Para comenzar, el proletariado fabril acarreaba un inocultable atraso como clase ya que las industrias nacionales eran pocas, débiles y desagregadas y sus sindicatos carecían de agencia política; y, por otra parte, el proletariado minero empleaba su avanzada organización sindical en propósitos subalternos o integracionistas, como la mantención de la disciplina laboral en las minas, al contrario de lo que se suponía debía hacer desde la perspectiva de la teoría del “poder dual”.

En general, el sindicalismo era, durante estos años inaugurales de la Revolución Nacional, escribía Medina Echavarría, fuertemente prebendal y, por eso, de cuadros antes que de bases. Así nuestro autor describía, sin saberlo en ese momento, la aurora del corporativismo social que se convertiría, al correr del tiempo, en el principal  obstáculo del “Estado weberiano” que Medina Echavarría, que no en vano había sido seguidor del gran sociólogo alemán, consideraba que era el único moderno y correspondiente con el desarrollo económico. “Quiere esto decir que en muchas ocasiones no importa tanto la doctrina como las condiciones técnicas de su realización eficaz”.[4]

De lo dicho se desprende que, aunque las consignas, los debates, las proclamas, las conminatorias, los rituales obreristas eran en esta época de una riqueza y diversidad impresionantes, desde el punto de vista del desarrollo económico y sus presupuestos sociales, la Revolución Nacional había sido fundamentalmente una revolución campesina.

El elemento nacional que había cambiado más claramente en los años estudiados por Medina Echavarría no era otro que el indígena. No solo por la Reforma Agraria y el voto universal, como era lo esperable, sino por la multitud de reformas modernizadoras que se producían en ese momento (la sindicalización, la expansión del mercado, la aceleración de la urbanización, etc.) y que tendían a sustituir las relaciones de tipo personal por otras más objetivas, “abstractas” e igualitarias, y, por tanto, modernas.

“En un balance general humano de pérdidas y ganancias, habrá que contar entre estas, quizá para siempre, el forzoso y anormal proceso de racionalización a que [durante la Revolución] ha estado sometido el pueblo boliviano”.[5]

Medina Echavarría se preguntaba cuál sería el efecto de este proceso sobre estos bolivianos arrancados en cosa de pocos años desde una vida estancada y de sometimiento a la autoridad personal de los patrones a un presente dinámico y racionalizado. El sociólogo español no podía señalarlo, en el momento en que escribía. Como ya hemos sugerido, no se le escapaba la ausencia de conocimientos, instituciones y personal necesarios para la racionalización sistemática de la sociedad y el Estado. Un Estado weberiano, moderno, requeriría, de ciertos “aspectos sociales” que escaseaban en Bolivia: ciencia localmente asentada, masas adiestradas en el empleo de la racionalidad instrumental, universidades mejor orientadas y preparadas, instituciones previsibles (como la institución de la propiedad privada) y una burocracia capaz y responsable.

El problema social en el desarrollo económico de Bolivia permite observar algunos de los fenómenos y rasgos idiosincráticos de la sociedad “sin Estado” y corporativa boliviana,[6] en el mismo momento de su conformación.

Fernando Molina es periodista y escritor.



[1] José Medina Echavarría. “El problema social en el desarrollo económico de Bolivia”, en: José Medina Echavarría y la Revolución Boliviana. Cuadernos de Futuro 15, La Paz, PNUD, 2002, pág. 20.

[2] Op. cit., pág. 21.

[3] Op. cit., pág. 23.

[4] Op. cit., pág. 54.

[5] Op. cit., pág. 25.

[6] Cfr. mi artículo Estado y sociedad en los tiempos del coronavirus, inédito.



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