cerrarIMG-20250923-WA0008IMG-20250923-WA0008
Brújula digital EQUIPO 1000x155px_
Brújula digital EQUIPO 1000x155px_
Economía | 27/09/2025   09:13

|OPINIÓN|Banco Fassil: una lección sobre burbujas, política y dinero fácil|Elías Sánchez|

Bolivia tuvo una pluralidad de emisores, sí, pero siempre bajo concesión estatal y privilegios, con entidades estrechamente ligadas a la élite minera. Nunca experimentó una verdadera banca libre. ¿Será hora de pensar en ella por primera vez?

Clientes del quebrado Banco Fassil. Foto ABI. Archivo
Banner
Banner

Brújula Digital|27|09|25|

Elías Sánchez 

La quiebra de Banco Fassil no es un accidente aislado ni un simple caso de mala gestión. Es la expresión visible de una dinámica económica más profunda: el auge y estallido de burbujas especulativas alimentadas por políticas monetarias expansivas y distorsionadas. 

La tan denotada teoría económica austriaca de los ciclos es la mejor alternativa para describir este evento desde un punto de vista tanto económico como político.

Tras el político, Bolivia vivió un cambio radical en su sistema financiero. Los depósitos en dólares, que representaban más del 80% a inicios de los 2000, cayeron a menos del 15% en 2015; mientras que los depósitos en bolivianos superaron el 60% del PIB (Kehoe et al., 2019). Este torrente de medios fiduciarios expandió el crédito y derrumbó las tasas de interés desde 6,6%, en 2009, a apenas 0,7% en 2010 (Trading Economics, 2025).

En ese contexto de crédito barato y abundante surgió Fassil como el gran beneficiario de la burbuja.

El espejismo del crédito fácil

Los bancos, mediante el mecanismo de reserva fraccionaria, crean dinero a partir de los depósitos a la vista. Este proceso multiplica los fondos prestables y genera un espejismo de prosperidad: consumo creciente, liquidez abundante y un auge que parece no tener fin.

¿Cómo ocurre? El banco recibe depósitos –sus pasivos– y los transforma en créditos, generando activos que devengan intereses. Los prestatarios, a su vez, utilizan esos fondos en la economía, transfiriendo dinero a otros actores que nuevamente los depositan en el banco. La institución repite entonces la misma lógica: presta una fracción de lo recibido inflando progresivamente sus activos a costa de los pasivos que siguen siendo exigibles.

La lógica del ciclo es sencilla. Durante la burbuja, los activos bancarios –los préstamos creados a partir de depósitos originados de la nada– comienzan a depreciarse cuando los agentes económicos descubren que estos fondos fueron invertidos de manera masiva y errónea. Entretanto, los pasivos –los depósitos confiados originalmente por los clientes– permanecen intactos. Esta tensión entre activos inflados y pasivos exigibles desemboca inevitablemente en una crisis financiera.

Lo que aparenta ser un ciclo virtuoso resulta ser, en realidad, una trampa. Al apropiarse de los depósitos a la vista para expandir crédito, los bancos distorsionan los incentivos para asignar recursos de forma productiva. Los fondos se canalizan hacia el consumo inmediato o hacia sectores de capital poco sostenibles, alentados además por el moral hazard de operar bajo la expectativa de un rescate por parte del Banco Central.

En lugar de dirigirse a proyectos de capital e innovación, capaces de sostener la productividad y el crecimiento a largo plazo, la expansión crediticia financia inversiones artificiales y mal asignadas. Así, tarde o temprano, la burbuja estalla. Esta es, en esencia, la lógica de los ciclos económicos desde la perspectiva de la Escuela Austriaca.

Fassil: cuando la burbuja se mezcla con la política

En el caso boliviano, la historia es aún más turbia. Bajo el mandato del MAS de “apoyar el desarrollo económico y social”, Banco Fassil expandió su cartera de manera temeraria. Sus ejecutivos otorgaron préstamos vinculados a intereses internos, incluyendo “un millón de dólares a un joven de apenas 18 años con activos declarados de solo 5.000 dólares”.

No se trató simplemente de un acto de imprudencia financiera; fue la evidencia de un sistema donde política y banca se entrelazaron en un juego de favores y clientelismo. La expansión crediticia no solo respondió a objetivos políticos, sino también a la satisfacción de intereses privados de los propios banqueros.

En abril de 2023, la ASFI intervino por graves problemas de liquidez y gestión. Pero no lo hizo por virtud institucional, sino porque la alternativa era peor: de no intervenir, el colapso de Fassil habría arrastrado al sistema financiero en su conjunto, precipitando una caída inevitable que habría derrumbado el espejismo construido por el Movimiento al Socialismo a través de la bolivianización.

El desenlace y lo que revela

El caso Fassil tomó un giro más oscuro con la muerte del interventor Carlos Alberto Colodro, en mayo de 2023. Aunque oficialmente fue catalogada como suicidio, las dudas sobre presiones y posibles amenazas siguen abiertas en la opinión pública.

Más allá de este hecho, lo importante es lo que revela: un sistema financiero donde las instituciones no actúan con independencia y donde la política contamina los incentivos de bancos, reguladores y prestatarios.

La lección pendiente

El colapso de Fassil recuerda una verdad incómoda: las burbujas no surgen de la nada. Son el resultado de un marco institucional donde el crédito barato –producto de la distorsión de las tasas de interés por parte del banco central, ya que ni en teoría ni en la práctica es posible conocer la tasa de interés natural de una economía– se combina con incentivos perversos y, en el caso boliviano, con corrupción política.

Mientras el Estado continúe viendo a la banca como una herramienta de política –y no como una institución que debería sostenerse en la confianza y la disciplina monetaria –, episodios como el de Fassil volverán a repetirse. Y la factura, como siempre, la pagarán los ahorristas, los contribuyentes y la economía real.

Las soluciones existen. Una opción es la llamada banca Simons, propuesta por Henry Calvert Simons de la Escuela de Chicago: todos los depósitos a la vista estarían respaldados al 100% por reservas líquidas. De ese modo, los bancos solo podrían prestar con fondos de largo plazo (bonos, acciones o depósitos a plazo), eliminando el riesgo de corridas bancarias. El sistema sería más seguro, aunque menos rentable.

La alternativa más radical es la banca libre, donde la emisión y gestión de depósitos dependerían exclusivamente de la disciplina del mercado y de la competencia entre bancos, siempre bajo un marco jurídico sólido. Pero este último requisito –instituciones judiciales confiables– sigue siendo un horizonte lejano en Bolivia.

Muchos, conocedores de la historia financiera del país, podrían objetar: “volver a la banca libre es un error; en los años 1900 Bolivia ya la tuvo y fue una época de desigualdad regida por los barones del estaño”.   Sin embargo, aquello no fue banca libre en sentido estricto. Bolivia tuvo una pluralidad de emisores, sí, pero siempre bajo concesión estatal y privilegios, con entidades estrechamente ligadas a la élite minera.

Bolivia nunca experimentó una verdadera banca libre. ¿Será hora de pensar en ella por primera vez?

Elías Sánchez es economista.





BRÚJULA-colnatur diciembre-2024 copia
BRÚJULA-colnatur diciembre-2024 copia
Recurso 4
Recurso 4
ArteRankingMerco2025-300x300
ArteRankingMerco2025-300x300