Brújula Digital |22|01|24|
Alejandro Mercado
Hace más de
60 años Joan Robinson escribía: “Llevo muchos años trabajando como profesora de
economía teórica. Quisiera creer que me gano honradamente la vida, pero con
frecuencia me asaltan dudas”.
Parafraseando a la destacada profesora de la Universidad de Cambridge yo podría decir que toda mi vida he estado dedicado a la enseñanza y la investigación y que, durante estos largos años de enseñanza de economía, he transmitido a mis estudiantes que la economía es una ciencia teórica que se asienta en solamente dos axiomas: la teoría subjetiva del valor y la racionalidad económica; todo lo demás, desde las sencillas funciones de oferta y demanda que nos enseñan en el primer semestre de la universidad, hasta los intrincados modelos matemáticos actuales que han hecho de la economía una ciencia esotérica, no son otra cosa que derivaciones lógicas de esos dos axiomas mencionados. Sin embargo, hoy me asalta la duda de que la segunda proposición sea verdaderamente un axioma.
Respecto a la teoría subjetiva del valor, es decir que el valor de las cosas está determinado subjetivamente por cada uno de los individuos y que, por tanto, los bienes no tienen un valor absoluto, a la fecha no existen mayores controversias; tanto su concepción teórica como su reflejo en la realidad han demostrado que ello es así y que la vieja y errónea teoría del “valor trabajo” lo único que generó fue un colosal embrollo que ha postergado por mucho tiempo el desarrollo de la ciencia económica.
El segundo axioma nos dice que los individuos son racionales, es decir que utilizan de la manera más eficiente posible sus limitados recursos para la toma de decisiones o, de manera más cotidiana, para elegir aquella alternativa que les proporcione mayor satisfacción. Lo cierto es que observando el comportamiento de los seres humanos y, a veces, el mío propio, tengo la duda de que nuestras decisiones y elecciones estén basadas en esta regla de racionalidad. Evidentemente, en el fondo, si la satisfacción es lo que gobierna nuestras acciones, pareciera que la racionalidad es verdaderamente un axioma, más allá de los problemas de información y de la interesante discusión que nos propuso el Premio Nobel de Economía de año 2002, el psicólogo social israelí-estadounidense Daniel Kahneman, cuyas investigaciones parecen desafiar la racionalidad incorporada en nuestra teoría.
Pues bien, veamos qué es en el fondo este axioma de racionalidad. Bertrand Russel nos dejó dicho: “El hombre es un animal racional. Eso es al menos lo que nos han contado. En el transcurso de mi larga vida he buscado diligentemente pruebas en favor de esta afirmación, pero hasta ahora no he tenido la fortuna de toparme con ellas”.
Lo cierto es que “la racionalidad no es un poder que un agente posee o no posee, como la
visión de rayos X de Superman. Es un juego de herramientas con el que se puede
alcanzar objetivos particulares en mundos particulares”.
Cuando a
Sigmund Freud le preguntaron: “¿Quiere usted decir que la mente humana es
irracional?, el creador del psicoanálisis respondió: Quiero decir que la razón
no es algo dado, hay que luchar para obtenerla”.
Este juego
de herramientas o, si se prefiere, caja de herramientas, para volver a usar una
expresión de la profesora Robinson, cuenta como su principal herramienta a la
lógica. La lógica aristotélica, que es uno de los fundamentos de nuestra
concepción occidental de la realidad. De allí se sigue que quienes no han sido
formados en esta tradición que viene desde la Grecia clásica o cuyos valores
responden a otro ámbito civilizatorio, probablemente no actúen en sus
decisiones y elecciones como predice nuestra teoría económica. Las otras
herramientas de nuestra caja, vale decir la filosofía, la probabilidad, la
causalidad y los juegos, dejan de tener relevancia si la lógica de nuestro
razonamiento transita por una vía distinta.
Evidentemente, como economista formado en la tradición neoclásica y últimamente fuertemente influenciado por la Nueva Macroeconomía Clásica, reconozco que no me siento a gusto al pensar que hay quienes no responden a la racionalidad económica de nuestra teoría e intrínsicamente, por mi sesgo de formación en la lógica aristotélica, tengo el deseo de rechazar estas dudas; sin embargo, como ya destaqué, el comportamiento de los seres humanos me lleva a dudar del comportamiento racional. Bueno, en fin, creo que debemos aceptar que hay celulares más inteligentes que sus dueños.
Alejandro Mercado es economista.