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Deportes | 12/04/2025   04:18

La importancia de llamarse Bolívar

Una victoria, nacional o internacional, de los colores celestes, desata una euforia en gran parte de nuestra sociedad. Y de eso se habla en todos los ámbitos. Y ese triunfo es una especie de regalo que los simpatizantes reciben, añoran, sueñan.

El periodista Miguel Velarde Tapia fue por años director de Hoy Deportivo y otros suplementos dedicados al deporte.
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Miguel Velarde Tapia, el autor de la siguiente columna de opinión, radica en el exterior.  Siendo jefe del prestigioso suplemento Hoy Deportivo del diario Hoy de La Paz, su labor lo llevó a conocer a Mario Mercado, a Luis Eduardo Siles y a muchos otros dirigentes de la historia celeste. “Muchos fueron memorables”, recuerda. 

La lejanía actual y el tiempo corto le impiden en esta fecha escribir un homenaje actual: “Bolívar, en su Centenario, merece más que una nota cualquiera”, responde. 

Por eso, con su autorización, recordamos esta columna escrita por Velarde Tapia hace ya un cuarto de siglo y que tituló con gran acierto: “La importancia de llamarse Bolívar”. 

 La importancia de llamarse Bolívar

Cuando el 12 de abril de 1925 nació Bolívar había otros clubes o equipos de fútbol que tenían vida, jugadores, dirigentes y simpatizantes. The Strongest cumplía 17 años. Los campeonatos de fútbol en La Paz se habían. iniciado en 1914. En otras ciudades del país se jugaban partidos y torneos. Muchas de las instituciones de entonces desaparecieron. Bolívar, como antes The Strongest, como después San José, Wilstermann, Oriente o Blooming, nació para perdurar.

Durante treinta años, la Academia (ese equivalente denominativo que Bolívar adquirió en los años treinta, se mantuvo, ganó el corazón de muchos, obtuvo campeonatos, forjó jugadores o los hizo famosos.

Como todos los clubes con "alma” -y ahí está la diferencia con aquellas instituciones que nacen, crecen, se estancan y vegetan- Bolívar resultó ser una toma de posición.

Una vereda. Una bandera.

Aquí se dice Bolívar y la gente siente algo. Unos se identifican con el nombre, otros se ponen enfrente.

Lo demás vino por añadidura. Tuvo dirigentes “De Bolívar”, y uno de ellos, Mario Mercado, suma décadas en los más altos cargos.

Bolívar hizo un estadio. Trató de ensanchar su patrimonio. Ganó y perdió torneos (cosas del fútbol), se equivocó o acertó en la elección de entrenadores y futbolistas, pero ya era fuerte.

A similitud de lo que ocurre en otros países, los stronguistas discutirán la primacía de Bolívar, y decir que un club es más popular que otro (especialmente cuando surgieron colores ganadores y populares en otras partes del país) resulta motivo de una discusión de nunca acabar.

Lo cierto es que no se puede ser boliviano e ignorar al club del emblema celeste, ése que eligiera sus colores inspirados en el inmaculado tono del cielo invernal de La Paz.

Su fundación fue una especie de respuesta ante la avanzada anglosajona en la denominación de nuestros clubes, de los que The Strongest -traducido, el más fuerte- era sin dudas el más importante y convocante. Los jóvenes que lo hicieron nacer pensaron en cortar la tendencia imperante. Buscaron un nombre representativo de Bolivia y lo encontraron con el de El Libertador.

Comenzó desde temprano a diferenciarse. Sería un club paceño por nacimiento y convicción, pero proyectaría, acaso como ningún otro, su influencia sobre toda la República. Es del Altiplano, pero también del valle y del llano, abarcando a través de la pasión que concitan sus hazañas -y también sus sufrimientos, a los que por supuesto no es ajeno- toda la geografía de Bolivia.

Pelea el techo de la popularidad con The Strongest, amparados uno y otro en la imposibilidad de un conteo exacto, que, por lo demás, no es necesario. Nunca ha sido aconsejable intentar computarizar los genuinos sentimientos que genera una divisa deportiva. Sería una discusión que puede comenzar en cualquier sitio, en la casa, en la oficina, en el colegio o en la calle, y prolongarse más de la cuenta.

Deberíamos volver al principio, y subrayar que Bolívar, como otros clubes en nuestra nación y en todo el mundo, es lo que ya anotamos: un modo de ser.

Me ha tocado, en una ya larga vida periodística, advertir las repercusiones de ese estado de ánimo.

Una victoria, nacional o internacional, de los colores celestes, desata una euforia en gran parte de nuestra sociedad.

Y de eso se habla en todos los ámbitos. Y ese triunfo es una especie de regalo que los simpatizantes reciben, añoran, sueñan.

Bolívar, como todos los clubes bolivianos, no vive de las cuotas que sus socios aportan. Nuestras entidades deportivas son diferentes. No se borran asociados cuando hay una mala época. Ni van a inscribirse por millares cuando se produce un éxito.

Los cambios están en la calle. y en el rostro de una parte de la población que está feliz. (Mientras otra parte calla, disimula, traga saliva y espera que le llegue el turno...)

Bolívar es una realidad boliviana, un nombre para la exportación y una marca de fábrica que cada tanto saca un producto (un equipo triunfador) y cobra bríos, vuelve a vivir (el club y sus hinchas) y eso no está mal.

BD/





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