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Cultura | 25/05/2024

|CRÍTICA|Un preludio al preludio de Fernando Sánchez|Diego Ayo|

|CRÍTICA|Un preludio al preludio de Fernando Sánchez|Diego Ayo|

Brújula Digital|25|05|24|

Diego Ayo

El historiador y militar (R) Fernando Sánchez, nos presenta Preludios y albores de la guerra de independencia, un libro extraordinario.

A decir del título, la narración se adentra en la inmensa historia que precede al momento fatídico de la independencia. Los antecedentes del estallido que duró en la región desde 1809 a 1825. En Sudamérica, la cantidad de víctimas ronda por el medio millón de habitantes en un planeta que albergaba a mil millones de habitantes. Hoy la cifra rasca los ocho mil millones. Vale decir, esos 500 mil muertos equivalen a cuatro millones de hoy en día. Esa fue la carnicería que asoló el continente americano. Sin embargo, el general Sánchez no se inserta en este tiempo mortuorio. No, detalla el camino que trasladó a América Latina a ese instante adobado de sangre. 

No es usual es elección temática en las ciencias sociales. A decir, del profesor Iván Krastev: “En su maravilloso libro, El Jinete pálido, la divulgadora científica británica Laura Spinney nos muestra cómo la gripe española fue la mayor tragedia del siglo XX, por mucho que en la actualidad haya caído prácticamente en el olvido. Hace un siglo la pandemia infectó a un tercio de la población mundial, la abrumadora cifra de 500 millones de personas y acabó con la vida de entre 50 y 100 millones de personas, entre el primer caso registrado, el 4 de marzo de 1918, y, el último de marzo de 1920.

Si se mide en términos de pérdida de vidas debidas a una sola causa, la Gripe Española superó tanto a la Primera Guerra Mundial (17 millones de muertos) como a la Segunda (60 millones de muertos). Es posible que matara tantas personas como las dos guerras juntas.

Y, sin embargo, como señala Spinney, ‘Cuando se pregunta cuál fue el mayor desastre del siglo XX, casi nadie responde la Gripe Española’.

De forma, incluso más sorprendente, los propios historiadores parecen haber olvidado este mal. En 2017 había registrados en World Cat –el mayor catálogo bibliográfico del mundo– unos 80.000 libros sobre la Primera Guerra Mundial, en más de cuarenta idiomas, y apenas 400 sobre la Gripe Española, en cinco idiomas. ¿Cómo es posible que una epidemia que mató al menos cinco veces más gente que la Primera Guerra Mundial haya producido doscientas veces menos libros? ¿Por qué recordamos las guerras y las revoluciones y olvidamos las pandemias a pesar de la forma tan radical en la que han cambiado nuestras economías, políticas, sociedades y arquitecturas?”.

Me he permitido extenderme en la cita para dejar en claro que, académicamente, la muerte seduce. Mas no cualquier muerte. Aquellos decesos producidos por alguna enfermedad cobran menor protagonismo y se convierten en noticia pasajera. A los académicos parece conmover, con mayor intensidad, los ríos de sangre vertida a punta de espadas y balas. En nuestro caso, esa es la tarea a la que se sumerge el historiador Sánchez: develar los prolegómenos del estallido social. No regodearse con el último capítulo de la novela sino con los detalles que desembocaron en aquel desenlace.

Para lograr ese propósito, tomamos la mano del autor Fernando Sánchez y buscamos comprender, ante todo, el crisol de ideas que tuvo lugar en la Ilustración. Ese es el primer capítulo del libro, titulado El pensamiento, que pone sobre el tapete un tópico decisivo en el mundo y, por supuesto, en América Latina: la posibilidad de pensar por nosotros mismos.

Esa es la denominada pomposamente como la Ilustración: el derecho a llenar el cerebro de razonamientos propios capaces de conducirnos a tomar decisiones propias. Ya no se depende de dioses, seres demiurgos, vírgenes y santos que piensen por uno. Ya no pueden decirnos salmos, tripas de paloma u hojas de coca lo que debes y no debes hacer. Ya no. La revolución más trascendental ha tenido lugar: “decido yo”. El genial académico religioso Henrique Urbano afirmó en su libro Tradición y modernidad en los Andes, que un hombre vestido con ojotas y poncho que decide vivir entre Berlín y El Alto, criar a sus hijos bajo códigos de reflexión incesante y discutir sobre Aristóteles o Marx en quechua, es moderno a pesar de su apariencia. Eso es lo que explica con voracidad intelectual el general Sánchez, abundando sobre la Enciclopedia, los doctos jesuitas y/o, para nuestro orgullo, la deslumbrante Academia Carolina, todos espacios de enterramiento de los que “se debe hacer”, pues así está estipulado, e iniciación de lo que “queremos y debemos hacer” bajo la conducción de Voltaire y Descartes.

Refundación del pensamiento 

Un segundo capítulo no es menos seductor. Arremete con copioso detalle en la búsqueda del origen de aquel momento de refundación del pensamiento: la Revolución Francesa. No es sólo un momento de auge de la pólvora usada para eliminar contrincantes, es el momento de quiebre del orden establecido: la monarquía y, junto a ella, su séquito de sangre azul. Es pues un instante de construcción de una realidad exenta de privilegios naturales. Aquellos nacidos como reyes, príncipes, barones, duques quedan privados de la última palabra. Ya no más. El académico Sánchez nos describe este episodio de la historia sumergiéndose en la puesta en escena del guion televisivo del terror revolucionario, el Consulado y Napoleón.

¿Qué tiene que ver ese mundo con nosotros? Mucho más de lo que parece en tanto España, aquella España de los Borbones, iría a desaparecer. La herencia cedería terreno ante los méritos. Lo dado se derrumbaría frente a lo que se venía dando. ¿Cómo pudo contagiarse ese ánimo independentista? La ciencia política no es necesariamente auspiciosa con semejantes irrupciones de violencia, visualizadas como sucesos de rápida expansión, aunque de resultados miserables, o, a la inversa, sucesos de lenta expansión, pero notables impactos. Kurt Weyland estudia esta dinámica en su notable estudio Haciendo olas. Contiendas democráticas en Europa y América Latina desde la revolución de 1848. El autor pone en evidencia que el despertar europeo en 1848 en Francia tuvo un súbito contagio por Europa que a pocos meses y/o años ya sólo eran recuerdo. Los regímenes que vivieron el auge de sublevación terminaron por ratificarse y el magnífico contagio de revuelta social se extinguió.

Exactamente lo contrario ocurrió con Revolución Rusa de 1917 o la democratización mundial que tuvo lugar desde aproximadamente 1980. Su expansión fue lenta, pero su consolidación uniforme promoviéndose el socialismo y/o la democracia representativa. ¿Dónde queda el proceso independentista en esta doble opción de rapidez en el contagio, pero retorno a las instituciones previas, o, lentitud en el contagio, aunque con rapidez en el diseño de un nuevo molde institucional? No es ese efecto final que interesa a nuestro académico, pero si se luce poniendo en evidencia el lento desmoronamiento del sistema. Se acopla al segundo escenario visualizado por Weyland, detallando la secular maraña de eventos que la historia latinoamericana heredaba con una paradójica parsimonia: pausada, pero efectiva. Eso es de lo que precisamente versa el tercer capítulo. 

Un tercer capítulo, pues, sigue ese formato de película con la misma erudición que exhibe nuestro general-historiador en cada página. ¿Qué es lo que presenciamos? El contagio: la violencia es el rasgo definidor en el tortuoso ciclo histórico borbónico. El general Sánchez ahonda en los sucesos permitiendo comprender a detalle la Guerra de Sucesión Española de 1701 a 1713 como el suceso de inauguración de un nuevo tiempo: aquel borbónico, caracterizado por ese espíritu de la Ilustración de modo errado: “implementemos reformas YA y que nadie ose oponerse”. La eficiencia impuesta, pierde magnanimidad y la Ilustración acaba imponiéndose de modo sorprendente: no son los ilustrados españoles los que vencen sino los criollos, mestizo e indígenas de este continente quienes ilustradamente se imponen.

Son las ilustres movilizaciones indígenas de Tomás Katari, Tupak Amaru, Andrés Amaru y Tupak Katari las que ablandaron la Corona. Sabemos que aquella sangre derramada concluyó, años más tarde, con aquello que Josep Colomer denomina en Grandes imperios, pequeñas naciones, como el quiebre de los imperios y la sedimentación de múltiples naciones. No es, únicamente, un fenómeno latinoamericano. Sabemos que América Latina pasó de los cuatro virreinatos existentes a la aparición de quince naciones. Aquello sucedió también tras la Primera Guerra Mundial y la derrota de los imperios austrohúngaro, otomano y ruso y el surgimiento de 10 nuevas naciones. Asimismo, finalizando la Segunda Guerra Mundial supuso el nacimiento de 40 nuevos estados independientes entre 1945 y 1960 y unos 30 más hasta 1975.

Desmoronamiento ruso

Finalmente, el desmoronamiento ruso anunció la fundación de veinte nuevas repúblicas. De aproximadamente cincuenta naciones a comienzos del siglo XX pasamos a poco más de doscientas en el presente. Todo aquello comenzó en los albores de 1700 y es eso lo que el general Sánchez narra con exquisita precisión. El inicio de ese voluminoso proceso de nacionalización y “achicamiento” de las franjas territoriales ocurrió acá, en este continente y la pluma de nuestro privilegiado narrador se encarga de documentar con holgada consistencia.

Un cuarto y quinto capítulos ya entran con sobrado aplomo a la fiesta. O, mejor dicho, no entran, pero llegan a la puerta. Aquello parece de menor orden desde una perspectiva coyuntural. Parece que ya todo lo que tenemos hoy en día estaba sólidamente prefigurado. Sin embargo, no es así. No lo es en absoluto. He ahí la relevancia de este texto: el periodo previo al largo periodo independentista va a dibujar lo que hoy en día es América Latina. Esa es la importancia, en hacer un seguimiento riguroso a lo que sucedía y venía sucediendo día a día.

Sin la Junta de Sevilla, la presencia portuguesa de Carlota Joaquina o las invasiones inglesas que narra Sánchez con toda lucidez, ¿habríamos desembocado en la creación de Chile, Bolivia, Argentina exactamente como devino este parto geográfico? No, posiblemente no. Los hechos se fueron dando, no estaban prefijados. El grandioso estudio de Donatella Della Porta, ¿Dónde fue la revolución? Política beligerante y la calidad de la democracia, se ocupa de desentrañar esta temática: los sucesos no existen (o preexisten) sino ocurren según quiénes actúen, qué lógicas negocien, cuánto interés presten y/o qué fuerza exhiban.

Esa imponente volatilidad histórica es la que el general Sánchez desarrolla con impecable paciencia. Se somete a hilos históricos aparentemente inconectados como ser la marcha de la revolución estadounidense, los levantamientos indígenas de los Karari y Amaru y/o la victoria antiesclavista haitiana con Toussaint Louverture posibilitándonos entender que ese imaginario de la Ilustración fue el denominador común: “ya no necesitamos dueños, nos bastamos nosotros”. Ese, precisamente, esa ilusión tan racional, guio el destino de este continente. Gracias a nuestro general-escritor podemos acercarnos gustosos a aquellos días, comprendiendo lo que se fue gestando. 

Este texto es el prólogo del libro Preludios y albores de la guerra de independencia. Diego Ayo es politólogo.



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