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Cultura | 14/07/2022

Libro "La Valija", de Amalia Decker, lleno de voces maravillosas

Libro "La Valija", de Amalia Decker, lleno de voces maravillosas

Carlos Osterman (izq), Amalia Decker y Juan Carlos Salazar, en la presentación del libro La Valija.

Juan Carlos Salazar / Brújula Digital |14|07|22|

Texto leído por Juan Carlos Salazar durante la presentación del libro de cuentos La Valija, de Amalia Decker. El libro se puede solicitar el número de celular 79956772.

En el breve texto que me solicitó Amalia para la contratapa de su libro, recordé, a propósito del título, una frase de Ernest Hemingway, quien dijo alguna vez que vivimos esta vida como si llevásemos otra en la maleta. Recordé también a ese gran poeta popular que es Joaquín Sabina, quien evoca en una de sus canciones a aquellas mujeres que transitan por la vida con “maletas cargadas de lluvia”.

Dando la razón a Hemingway, escribí en ese breve texto que Amalia lleva muchas vidas en la valija que la acompaña en su errar por el mundo, y como las mujeres de Sabina, que arrastran maletas cargadas de lluvia, Amalia deja caer gotas cargadas de bellas palabras y voces maravillosas.

La Valija, la obra con la que Amalia debuta en el género del cuento, está integrada por 21 relatos breves, distribuidos en cuatro libros. Sus títulos sugieren una diversidad temática sin ligazón aparente alguna, cuentos que muy bien podrían tener una vida independiente como textos autónomos. Sin embargo, la disparidad es solo aparente, como en toda ficción.

Y son los propios personajes los que nos dan la pauta. Amalia nos ofrece, como también escribí, voces maravillosas, colmadas de amor y de pasión, pero sobre todo de nostalgia, una nostalgia por mundos que ella añora pero que no acaban de llegar; mundos que ella los inventa, una y otra vez, en la búsqueda de ese mundo que quisiera para ella y para los demás.

Como las “mujeres de ojos grandes” de Ángeles Mastretta, los personajes de Amalia Decker no llevan otro equipaje que la ilusión y el futuro.

Una valija no solo sugiere viajes. Evoca también al baúl del viejo desván, donde aparcamos cosas que creemos inútiles y que recobran valor cuando las desempolvamos. Baúles como la memoria, que guardan recuerdos que nos servirán con el tiempo para recuperar el pasado, pero también para perfilar el futuro.

Son los “guardados” de los que nos habla Amalia, los “guardaditos” que van conformando nuestra experiencia vital, nuestra propia existencia, para bien y para mal.

Son, pues, los recuerdos rescatados de esa valija los que dan vida a los personajes. Y son esos personajes, en su transitar por la vida, los que dan unidad al volumen.

Según un refrán popular, “solo los que vagan encuentran nuevos caminos”. Es lo que ha hecho Amalia en su vagar por el mundo con su valija a cuestas, buscar nuevos caminos, como lo hacen sus personajes, para dar razón a quien dijo que “no todos los que deambulan están perdidos”.

“Entre el ensueño y la pesadilla voy en busca del abrazo cálido de la ciudad que yo deseo”, dice uno de ellos, en una frase que refleja muy bien la añoranza de Amalia por ese mundo que no acaba de llegar, pero que ella lo inventa, una y otra vez, como todo hacedor de utopías, “con asombro y con miedo”, en un caminar titubeante.

Su recorrido, nos dice la autora en la presentación, fue “lleno de obstáculos, de desaciertos, de amores, de pasiones, de pérdidas y de dolor”, experiencias con las que fue llenando su valija. “Sentí que había muerto para volver a nacer y así contarle al mundo estas historias”.

Es tal vez el libro primero, titulado “Pasados por el tamiz del tiempo”, el que mejor refleja esas historias, las que nacen de su experiencia guerrillera, historias de las que Amalia dice que “estuvieron encarceladas en la valija de su memoria por una falsa lealtad”.

En los cinco cuentos, la autora dialoga con Marcela, que no es otra que su alter ego. Es, pues, un diálogo consigo misma.

Obviamente, no estamos hablando de literatura política, entre comillas, pero sí de la reflexión que cabe en toda ficción. En este sentido, sí podemos hablar de un ajuste de cuentas con el pasado, porque, como dice la interlocutora de Marcela, no es posible dejar la mente en blanco eternamente.

Marcela dice que ha corrido mucha agua bajo el puente, pero que no sabe cuánto más tiene que llover para borrar ese pasado que le ha dejado una huella indeleble, una militancia que describe como un “viaje de naufragios que le robaron los sueños juveniles”.

“Creíamos que éramos invencibles… Y en realidad, ya estábamos vencidos”, dice Marcela en su severa autocrítica.

No hay frustraciones que no generen utopías ni utopías que no terminen en frustraciones.

Y los textos reflejan el desencanto que sufre la protagonista, es decir Amalia, de su experiencia en la Cuba revolucionaria, la Cuba que para mi generación y la generación de Amalia era el faro que iluminaba el futuro colectivo.

Marcela, como todos los jóvenes de entonces, imaginaba que las enormes palmeras de La Habana eran mujeres preñadas que se mecían al ritmo suave de un son cubano.

Si las historias del libro primero estuvieron “encarceladas” en la valija de su memoria por una “falsa lealtad”, las historias de los otros tres libros son producto, como dice su autora, del “libre albedrío”, que le ha permitido imaginarlas e inventarlas, durante esas horas, como dice una de sus protagonistas, que “se disuelven solas o por inercia”.

Son las querencias de hombres y mujeres que caminan por las calles buscando el rostro o el olor del ser querido, para dar la razón a Pablo Neruda cuando decía que el amor es más corto que el olvido.

Todos sabemos que el "desamor” no existe, porque no se puede "desquerer”, como no se puede desandar un camino, aunque se retorne por el mismo sendero.

Los caminos son de ida y vuelta, es cierto, pero siguen siendo los mismos, solo que vistos desde perspectivas diferentes. El desamor, si existe, es la otra cara del amor o, si se quiere, la cal viva que suele repartir el destino por cada porción de arena que ofrece a lo largo de la vida.

Los personajes de Amalia, los malqueridos y los bienamados, recorren ese camino, algunos de ida, otros de vuelta, sintiendo, como dice uno de ellos, que no hay tierra debajo de sus pies.

No hay amor sin pasión, y no hay pasión sin deseo sensual, el que regala el placer de los cuerpos en la entrega incondicional a través de la imaginación y la fantasía. Los personajes de Querencias se entregan al juego erótico en pasajes que marcan una de las características de los relatos del tercer libro del volumen.

Es el caso del juego amoroso de Valentina y Joaquín en la mecedora de la abuela, donde los jóvenes amantes disfrutan sus encuentros clandestinos, espiados por la prima de Valentina.

“A ella también le gustaba que los espiara”, dice la fisgona. “Mientras los miraba amándose, mi cuerpo entero se erizaba… No solo me gustaba verlos sino sentir esa extraña sensación de cosquillo que me invadía en todo el cuerpo”, apunta la protagonista silenciosa de las citas amatorias.

O como Inés, que conduce paso a paso a su joven amante, Sebastián, por “el túnel de la pasión”.

El Edén es el sueño y la metáfora de la búsqueda de la riqueza y la realización personal––utopía al fin– a través de códigos y caminos del narcotráfico, personajes que diseñan su propio destino y llevan la vida marcada para siempre, de la que solo se puede salir con las botas por delante.

Es la mirada piadosa y adolorida de mujeres, como Eva, la Princesa del Edén, que pagan con su cuerpo y en metal los favores de los hombres del poder, de mujeres que terminan cediendo por las buenas o por las malas.

Los cinco cuentos de Inventando ciudades son, para mi gusto, los mejor logrados, los más íntimos y por ello mismo, las más reflexivos, escritos con la maestría de las mejores narradoras.

Son textos, como ella misma dice, que le permitieron transitar entre la nostalgia y la imaginación, volar y descubrir en los pliegues de su memoria el eco de los recuerdos y encontrar los rumores esenciales de la vida.

Los títulos de cada uno de ellos nos anticipan la poesía de su contenido: el rumor de vida, las voces del viento, el polvo de las hadas, la sinfonía de la vida.

Me quedo con el párrafo de unos de los textos: “Mis pies caminan en un camino ajeno, como si todo concluyera paradójicamente en una ciudad de extrañas pretensiones. Es un laberinto de espejos donde a pesar de buscarme no me encuentro”.

Es una bella metáfora de su búsqueda permanente, de su incesante persecución de utopías y del impulso que la empuja a inventar los mundos que añora.

Juan Carlos Salazar es periodista. Fue director de Página Siete. Ha ganado el Premio Nacional de Periodismo.

BD/RED



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