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Cultura | 12/12/2021

Dune de Denis Villeneuve

Dune de Denis Villeneuve

Por: Rodrigo Ayala Bluske

Las sagas Fundación (1942- 1957) y Star Wars (1977 – 2019), literaria la primera y cinematográfica la segunda, tienen en común, a pesar de sus diferencias temáticas y estilísticas, el haberse inspirado en la decadencia del imperio romano. Está claro que la ciencia ficción, para crear imágenes de un posible futuro, tiene que tomar elementos del pasado y del presente. En ese sentido la novela Dune (1965) de Frank Herbert, realiza una combinación relativamente inusual: la descripción de su “imperio galáctico” nos recuerda a la primera edad media, con la fuerte competencia existente entre los monarcas y las influyentes casas feudales que disputaban el poder, pero sin embargo el planeta Arrakis, donde se centraliza la acción tiene una clara referencia al mundo árabe.

La novela narra la historia de Paul, heredero de una de las casas nobiliarias de la época, que, tras caer en desgracia por la traición del emperador, se convierte en líder (mesías) de un planeta desértico, en el que se produce una sustancia que posibilita el transporte interestelar de la época.

El encargado de realizar la adaptación cinematográfica en este caso (en 1984 David Lynch llevó a cabo una primera adaptación), es Denis Villeneuve, uno de los más talentosos narradores del cine comercial contemporáneo. La primera incursión en la ciencia ficción de este realizador canadiense, se dio con La Llegada (2016), probablemente su mejor película, en la que tuvo la habilidad de describir con originalidad un primer encuentro entre una civilización extraterrestre y la humanidad. La enorme virtud de esa cinta fue la de poder combinar el suspenso, con la descripción del poder del lenguaje como herramienta de conocimiento y de comprensión de la realidad. De esa manera logró que sintamos una percepción nueva de un elemento que forma parte de nuestra vida cotidiana, algo similar a lo que logró Christopher Nolan con el espacio-tiempo en Interestelar (2014).


Villeneuve realizó su segunda incursión en el género con Blade Runner 2049 (2017), evidentemente un desafío de primer orden, en la medida en que la Blade Runner original (1982) de Ridley Scott, como todos sabemos, es objeto de culto por parte de millones de cinéfilos, entre los que se encuentra quien suscribe estas líneas. Sorprendentemente Villeneuve salió bien librado del reto, en la medida en que logró desarrollar tanto la estética de la película original, sin traicionarla, como su temática (la ética en relación a la vida artificial y su relación con la esclavitud). Sin embargo, hay que decir que los logros centrados en el desarrollo de los elementos originales, se vieron ensombrecidos por una historia demasiado fría, quizás tendiente a la grandilocuencia en algunos momentos.

Si en Blade Runner 2049, Villeneuve tenía la misión de realizar una secuela de una cinta admirada, en Dune, más bien tenía que realizar una nueva adaptación de una novela que al volverse película anteriormente tuvo un sonoro fracaso, a pesar del prestigio de David Lynch, su director.

Si vemos en perspectiva las dos cintas, nos damos cuenta que ambas tienen el mismo problema respecto a la obra original; centran su acción en la trama, pero son incapaces de reproducir los temas de la construcción que hacen a la novela memorable; las reflexiones sobre la relación entre el hombre y el entorno natural en Arrakis por ejemplo, o el seguimiento las “manipulaciones” genéticas (relacionadas con el tema hombre – superhombre) llevadas a cabo por la orden de brujas- madres superioras Bene Gesserit.

Lynch en su momento, probablemente por las limitaciones presupuestarias, pero también por sus propias tendencias estilísticas, se centró en el desarrollo de los rasgos excesivos de los personajes, especialmente de los villanos de la Casa Harkonnen. Por su parte Villeneuve se centra especialmente en los aspectos visuales y estilísticos. Nadie puede negar la belleza y la majestuosidad de los mundos reconstruidos por el director canadiense, así como la espectacularidad de las diversas batallas que se suceden durante el metraje. Pero al igual que en Blade Runner 2049, y quizás con un poco más de énfasis, los personajes se destacan por su frialdad y poca empatía.

A momento da la impresión de que esta Dune está hecha solo para los fans; los iniciados que tienen como referencia la novela o la anterior película, ya que realmente es difícil imaginar que un público sin dichos antecedentes, pueda engancharse en la historia, a pesar del mérito de los aspectos formales.

Este nuevo Dune solo abarca la mitad de la historia, y dado que, según los reportes de prensa, a pesar de todos los “peros”, ha obtenido réditos económicos aceptables, es dable pensar que pronto veremos la continuación. Y lo deseable en todo caso es que Villeneuve, un buen narrador por excelencia, después de cumplir con este tipo de encargos monumentales, vuelva a las cintas de presupuesto mediano, donde ha obtenido sus mayores logros narrativos, el caso de la ya mencionada La Llegada, o de Sicario (2015), por dar algunos ejemplos. 

Rodrigo Ayala es cineasta y ensayista



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