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Cultura | 16/01/2024

|CRÍTICA|Sobre Escape a los Andes, una historia desconocida|Alberto Bonadona|

|CRÍTICA|Sobre Escape a los Andes, una historia desconocida|Alberto Bonadona|

Brújula Digital|16|01|24|

Especial de Alberto Bonadona

En el año 39 del siglo pasado, Hitler se encontraba en el apogeo de su cruel y sangriento dominio. Persiguió a socialdemócratas, socialistas y comunistas, pero principalmente a judíos. Lo hizo no sólo en Alemania sino en todos los países a donde llegaron sus tropas, invadiendo y sometiendo a sus poblaciones. Aunque la persecución de los judíos había comenzado en años anteriores, en 1939 se agravó la persecución y masacre de cientos de miles de judíos. Muchos de ellos, por supuesto, buscaron refugio en otros países. Llamaron a todas las puertas de los países europeos y todos los países les cerraron las puertas en la cara. Intentaron ir a otros continentes, pero no todos estaban dispuestos a aceptarlos. Estados Unidos tenía una cuota para emigrantes alemanes judíos y no judíos, pero para estos últimos había desarrollado requisitos burocráticos tales que era como si la puerta estuviera prácticamente cerrada. En esa angustiosa circunstancia, un país, Bolivia, que nadie creía que fuera posible, abre sus puertas a los judíos para que encuentren refugio y se liberen de las condiciones en las que se encontraban: guetos, prisiones, campos de concentración y exterminio, y pogromos.

A principios de 1939 llegaron a Bolivia poco más de 1.000 refugiados, pero al final habían superado los 10.000. Bolivia abrió sus puertas a pedido de Mauricio Hochschild, un empresario minero que convenció al entonces presidente Germán Busch para que esto se hiciera realidad. La decisión boliviana que se conoció en Alemania parecía mentira. Los judíos perseguidos no podían creer que finalmente hubiera una puerta abierta. Acudieron en masa a consulados en países europeos, y, con trámites no bien definidos (ni siquiera estaban en Bolivia), ellos concedieron las visas. Una migración masiva de extranjeros se dirigió a un país que, aparte de intentar escapar de los estragos causados por la Guerra del Chaco, no había logrado emprender un camino de modernización y desarrollo desde su independencia.

La historia anterior proviene de una historia sorprendente y reveladora contada por dos reconocidos periodistas bolivianos, Raúl Peñaranda y Robert Brockman, en su libro Escape a los Andes. Es un libro extraordinario por muchas razones. A partir de archivos nacionales y extranjeros, entrevistas, documentos comerciales, cartas y testimonios, explican el contexto internacional y nacional con una sensibilidad y profundidad pocas veces encontradas. Tocan a la humanidad con pasión y van desde historias personales que comienzan en Europa hasta concluir, quizás en un paso transitorio, en Bolivia. Se describe el destino de los judíos en la sociedad alemana infectada de crueldad, así como el encuentro de resistencias que surgen de la bondad de los seres humanos. Nada de esto escapa a las dos plumas de estos admirables ponentes. Tocan el Holocausto con una visión profunda, histórica y esclarecedora.

Lo mismo ocurre con las descripciones en la sociedad boliviana; las principales ciudades se vieron abrumadas en sus alojamientos, restaurantes, calles y plazas por extranjeros que fueron acogidos por muchos mientras secreta o silenciosamente despreciados por otros. Bolivia contribuyó a la salvación de entre 12.000 y más de 20.000 judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Todo esto ocurrió en una sociedad abigarrada de concepciones políticas muy diferentes, de oligarquías opresivas sedientas de poder y masas oprimidas compuestas por clases sociales y etnias muy diversas. Una sociedad que se construye a un ritmo de lentitud exasperante está al mismo tiempo llena de necesidades apremiantes que no encuentran respuesta. Bolivia fue, y es, una economía y una sociedad con gran potencial, pero no halla la manera de impulsar su pleno desarrollo. Sigue siendo provinciana en sus percepciones del mundo; no incorpora a su desarrollo lo que el mundo le ofrece. No ve que hay mucho que aprender sobre el mundo y, al mismo tiempo, se cree en el centro de él. Percibí estos paralelos tanto en lo que los autores nos describen como en las sugerencias entre líneas que aclararon mi visión de este país y su relación universal.

En lo que respecta a Hochschild, está claramente establecido que ayudó a muchos seres humanos, aunque no quiso hablar de ello ni buscó dejar constancia alguna. Era de esas personas que hacían bien sin mirar quién, y que lo que hace tu mano izquierda, tu mano derecha no lo sabe. Hochschild era un hombre de negocios fríamente capitalista pero, sobre todo, un ser humano. Actuó en la época en que vivió y nació en un país propio de la civilización capitalista; amasó una fortuna extraordinaria, como pocas en el mundo y en su época. La usó para crecer, como lo hace un verdadero burgués, pero nunca dejó de pensar en su prójimo. En Bolivia fue perseguido, encarcelado, golpeado, secuestrado y casi fusilado. Finalmente, nacionalizaron sus empresas con compensaciones cada vez más reducidas.

Gracias a la masiva presencia judía en los centros culturales de vanguardia, Bolivia abrió una ventana a ese mundo. Aunque muy alejada de él y de la geografía mundial, conoció más sobre la música de diversos géneros y se abrió a los libros y su producción (en estas materias destacó Werner Guttentag). También aprendió nuevos oficios y conoció máquinas más allá de la minería y del tren, que ya habían llegado al país producto de la gran actividad minera.

Sin embargo, Bolivia no supo (y está aprendiendo lentamente y atrasada) cómo incorporar una gran masa de cerebros e intelectos que ya tenían conocimientos, y que podrían haber dado un impulso significativo a esta sociedad. Un camino a los Yungas, construido por prisioneros paraguayos, no fue suficiente para unir la geografía tropical con la poblada geografía andina. La agricultura de subsistencia prometió a los judíos la posibilidad de ser agricultores. Hubo pocos avances y los intentos fracasaron. Son muchos los apellidos que permanecen en los cementerios que diferentes comunidades de refugiados crearon en las ciudades más importantes de Bolivia, pero muy pocos de sus descendientes se encuentran habitando Bolivia.

Esos migrantes abandonaron el país porque no da cabida a profesionales ni a gente trabajadora, aún hoy, debido a la precariedad de su desarrollo. Era un país hotel, y lo sigue siendo, con venezolanos que llegan y se van a otros sitios buscando mejores días. Bolivia sigue abierta a una corrupción que cambia de máscara. Vendió pasaportes durante la Segunda Guerra Mundial, a los chinos a finales del siglo XX y hoy burocratiza las residencias.

El libro Escape a los Andes tiene un subtítulo: La historia de Mauricio Hochschild, “el Schindler de Bolivia”. Las comparaciones son odiosas, pero inevitables. Es una forma de dar a conocer la odisea humana del minero que formó parte del tejido, que tiene su origen en otro libro de una autora boliviana.

Sin embargo, la historia contada magistralmente por Peñaranda y Brockman es el resultado de una nueva investigación que descubrió algo desconocido hasta la publicación de este libro que hoy comento. Hochschild es el Hochschild de los Andes; es un judío universal. Un minero capitalista que logró una odisea sin buscar recompensa. Los países sudamericanos, en los que actuó como minero rescatador y explotador de mineros y minerales, le dieron reconocimiento como empresario. En Bolivia, el libro que han escrito Brockman y Peñaranda es el mayor reconocimiento a aquel hombre que contribuyó a la salvación de 20 mil seres humanos en los Andes bolivianos.

Alberto Bonadona es economista.



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