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Cultura | 22/11/2023   05:05

|CRITICA|Salir del paso, o los luchadores que salieron por la tangente|Arturo D. Villanueva|

Se puede advertir que Salir del paso no se propone solo develar asuntos y establecer (nuevas) verdades que durante mucho tiempo quedaron sin esclarecerse en el olvido, sino que expresamente se trata de un trabajo destinado a derribar mitos para deconstruir la historia.

Brújula Digital |22|11|23|

Especial de Arturo D. Villanueva 

Cada libro tiene una manera propia de abordar los hechos, y en el caso del trabajo de Rafael Archondo y Gonzalo Mendieta (Salir del paso, Ed Plural), destaca sin lugar a dudas su singular enfoque histórico. Quizás esta impresión se explica y surge, porque casi simultáneamente se publicó el libro póstumo de Gustavo Rodríguez Ostria (Con las armas. El Che en Bolivia, Ed Plural), que tiene el mismo carácter histórico sobre la misma temática.

Por ello, precisamente para describir y destacar (no calificar) las diferencias e innegables valores de ambos enfoques, se considera útil efectuar una comparación que permita un mejor acercamiento al contenido del libro que comentamos.

En principio, vale la pena destacar una coincidencia común en ambos enfoques históricos. A pesar de alguna empatía que a Rodríguez Ostria le provocaba la causa guerrillera, es posible sostener que tanto él como los autores de Salir del paso no están de acuerdo ni comparten la estrategia política, ni el modo práctico de encarar la lucha social y los problemas políticos que planteaba la guerrilla. Este articulista, tampoco.

La diferencia más destacable surge cuando se comparan ambos enfoques. En el caso de Rodríguez Ostria, él prefiere abundar en la indagación y profusión de datos, documentos, pruebas, fuentes y hechos que respalden minuciosamente sus afirmaciones, dejando preferentemente que sea el propio lector quien saque su propias interpretaciones y conclusiones acerca de los hechos relatados.

En aquellas situaciones donde no hay posibilidad de verificación y confirmación de algún hecho importante porque no ha sido posible acceder a las fuentes (fundamentalmente los archivos cubanos que hasta ahora han quedado ocultos y secretos), entonces el autor prefiere señalar el vacío y expresar la imposibilidad de acceso.

Sólo en casos excepcionales (sea donde la evidencia es contundente e incontrovertible, o cuando excepcionalmente no es posible obviar criterio), el autor expone su propia visión y conclusiones.

En el caso del trabajo de Archondo y Mendieta (en el que decididamente no hay siquiera una empatía con la causa guerrillera), el enfoque es explícitamente diferente. Ellos prefieren exponer de principio su visión y propósito.

Utilizando sus propias palabras, plantean “realizar un balance”, “saldar cuentas” y ensayar “una pequeña venganza patriótica”, “para decir lo que no se dijo en su momento contra la falta de respeto, el abuso y el atropello de la revolución cubana contra nuestra identidad y nuestra realidad”. Podría decirse que se trata de un enfoque similar y muy próximo a las versiones de militares bolivianos que participaron en la campaña antiguerrillera.

Con base a este enfoque histórico, inclusive toman la iniciativa de adelantar 50 conclusiones que el lector encontrará a lo largo del libro, en una reseña (fotos incluidas) que se adjunta a la publicación. En otras palabras, se puede advertir que Salir del paso no se propone solo develar asuntos y establecer (nuevas) verdades que durante mucho tiempo quedaron sin esclarecerse en el olvido, sino que expresamente se trata de un trabajo destinado a derribar mitos para deconstruir la historia.

El título elegido

Así, podría decirse que es un modo feliz y atractivo de despertar la atención y provocar el interés público, puesto que desde el título (como veremos inmediatamente), es un trabajo que interpela y busca generar polémica.

Salir del paso es un título (los propios autores lo reconocen), que en vez de provocar una sensación de certeza y certidumbre, que es lo que se espera de un trabajo acerca de la historia, más bien da cuenta de una noción vaga, imprecisa, de múltiples aristas que no siempre son compatibles.

Como el propio Archondo reconoce, las dudas surgen porque dicha noción puede ser entendida tanto como una cobardía, como un acto de preservación o inclusive como una estrategia para salir por la tangente y tomar desvío, con tal de no dar la cara y eludir (por ejemplo) la autocrítica y el debate. En otras palabras, una imagen que contrasta claramente con la práctica y las ideas de la guerrilla, que muy en contrario de escabullir, zafarse o evitar el enfrentamiento, no sólo militar, lo que hace más bien correspondería con la predisposición de Salir AL paso, que no tiene nada que ver con la cobardía, o de no dar la cara que se insinúa.

Es decir, que aquello que eventualmente pudo haber tenido el propósito de aclarar y añadir más expresividad a lo que los autores entienden que ha sido una de las principales características de las guerrillas (salir del paso); resulta que su efecto ha sido el contrario, al punto que solo cayeron en cuenta cuando el libro ya había salido de la imprenta.

Si bien es cierto que la insurgencia guerrillera bien puede calificarse como un acto de espontaneidad, improvisación, falta de prudencia e impaciencia, lo cierto es que simultánea y paralelamente, también implica una convicción inquebrantable, audacia, muchas agallas y alto sentido del propósito que se persigue (sin que ello signifique o quiera entenderse como una estrategia adecuada, correcta o viable).

La consecuencia de esta irónica situación es que al contrario de consignar un título claro e inapelable, lo que sucede es que despiertan una inquietud y sospecha acerca de lo que verdaderamente quieren transmitir.

“Violencia revolucionaria”

A renglón seguido e indisolublemente ligado al título, se hace referencia al análisis de lo que los autores expresamente quieren definir como “violencia revolucionaria”. Ellos dicen que “cuando la política abre sus puertas a la violencia, suele convertirse en otra cosa. A esa realidad acá la llamamos cautelosamente ‘violencia revolucionaria’”.

La importancia de esta definición no es secundaria ni puede pasar desapercibida. En vez de referirse por ejemplo al análisis de tres décadas de guerrillas o de lucha armada en Bolivia (que podría favorecer a una comprensión más imparcial y menos cargada) (de tinta), en este caso los autores apuestan a una especie de pleonasmo que no cumple su función. Veamos.

“Violencia revolucionaria” es una acepción absolutamente legítima de utilizar y adoptar (y la respetamos), pero tiene la triple dificultad de: a) no contribuir a dar una mayor claridad y comprensión a las palabras utilizadas; b) tampoco poseer un solo sentido interpretativo; y, c) de eludir (salir del paso en este caso) a un necesario abordaje conceptual y epistemológico, para sustituirlo con una simple resignificación de palabras, que a la postre las despoja de la riqueza, amplitud y rigor necesario. Es decir, empobrece y constriñe su comprensión a una sola acepción que no responde al fenómeno preciso que analizan.

Quizás en el ánimo de desmitificar conceptos Archondo y Mendieta parecen no caer en cuenta que dejan de lado e ignoran que la “violencia revolucionaria”, también puede ser entendida y atribuida desde un simple acto de violencia armada (puntual o extendida en el tiempo y espacio), hasta inclusive convertirse en un proceso de insurgencia social, de rebelión popular, de insurrección revolucionaria (política, social, económica, étnica u otros), o inclusive a un proceso de transformaciones (de diverso calado).

El problema reside en que cuando la práctica o puesta en acción de aquello que se quiere definir como “violencia revolucionaria” incluye (y/o se convierte) en atracos, atentados, asesinatos, ejecuciones extrajudiciales, definitivamente ya no tienen nada que ver con el concepto de “revolucionario”, tal cual ocurre con algunas de las acciones que se relatan en el análisis de las tres décadas. Así, la definición asumida no solo pierde consistencia, sino que tampoco corresponde a lo que se ve y pone en práctica en la realidad.

Arturo D. Villanueva es sociólogo





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