Brújula Digital|04|08|24|
Fernando Molina | Tres Tristes Críticos |
Acaba de inaugurarse la 28 feria del libro de La Paz, que espera la visita de alrededor de 100.000 lectores y de escritores famosos de diversas partes del mundo. Esta exposición, que es la más importante actividad cultural boliviana, coexiste con otra de carácter permanente, admitida por las autoridades, que se dedica a los libros “piratas”. La historia de ambas ferias comienza en el mismo punto: el quiosco montado por el escritor y editor Antonio Paredes Candia en una céntrica calle de la ciudad, a principios de los años 80.
Paredes era un proficuo autor, sobre todo de recopilaciones de leyendas y folclore bolivianos. Dueño de la editorial Isla, comercializaba personalmente las obras que producía en un puesto que logró instalar en el céntrico paseo paceño de El Prado. Se constituyó en una llamativa figura, siempre al alcance de quienes quisieran conversar de literatura con él.
La crisis económica de entonces lo rodeó de otros vendedores, junto a los que llevaba las novedades libreras a las capitales y los pueblos importantes de la república, como hacían los gitanos trashumantes de “Cien años de soledad”.
Con el tiempo, la “feria de El Prado” se volvió una tradición, pero también una amenaza: comenzó a llenarse de los libros ilegales que, gracias a las tecnologías de reproducción que aparecían en ese momento, producía el Perú. Incluso se comenzó a “piratear” al propio Paredes, que, fiel a su filosofía de democratización de la lectura, no hizo nada al respecto.
Los libreros formales, en cambio, pidieron el cierre de la feria, un deseo que chocó fuertemente con el público, que ya se había acostumbrado a que los libros fueran a la gente y no al revés. Además, para la mayoría la piratería se justificaba por la pobreza y, simultáneamente, por la necesidad de cultivarse de la población.
La solución fue típicamente boliviana, es decir, ecléctica: las autoridades sacaron a los vendedores informales de El Prado, pero les cedieron un pasaje peatonal cercano, el Marian Núñez del Prado, donde trabajan hasta hoy con ediciones precariamente impresas de bestsellers como “Juego de Tronos” o “Las 50 sombras de Grey”, pero también con libros de Karl Popper o Patrick Modiano, para poner dos ejemplos de escritores elitistas. “La defensa de los derechos intelectuales nunca ha sido importante para el Estado, excepto cuando se trata de autores nacionales, y aun así”, según la Cámara del Libro.
En la misma época, esta Cámara creó la feria que ahora llega a su 28 versión. Esta comenzó en la sede de un club social, con apenas 20.000 visitas, y ahora ocupa dos pabellones en el principal salón de exposiciones del país y ha multiplicado cinco veces sus visitas.
¿En qué se diferencia la feria paceña de
las grandes reuniones bibliográficas del continente? “En nada, porque lo que
queremos es emular las ferias internacionales”, según los libreros. Sin
embargo, la peculiaridad boliviana se
expresa a pesar de todo, por ejemplo en la gran cantidad de “libros institucionales”
que presentan las reparticiones estatales y las organizaciones no
gubernamentales cada año, y en el hecho de que la bibliografía política sea tan
importante.
Uno de los actores protagónicos de la feria es la Biblioteca Boliviana del Bicentenario
(BBB), que este año se ha reactivado y presenta cuatro libros nuevos, entre
ellos, “Los últimos días coloniales del Alto Perú” de Gabriel René Moreno, con
un estudio introductorio del crítico Mauricio Souza, y “Espacio urbano y
dinámica étnica: La Paz en el siglo XIX”, de la historiadora Rossana Barragán.
La BBB es una iniciativa estatal que prometía publicar las 200 obras fundamentales del país en homenaje al Bicentenario. Como este está a la vuelta de la esquina, se debe pensar esta colección como un esfuerzo editorial de más largo plazo.
A causa de los problemas económicos que son de conocimiento general, este año la feria ofrece sobre todo nuevos títulos nacionales, mientras que la diversidad y la actualidad de su sección extranjera son mucho menores. En realidad, casi no están las obras últimas de los escritores europeos, algo que ya ocurría en la gigantesca feria de Buenos Aires de este año, donde también predominaron los libros producidos localmente, a causa de las dificultades de importación.
La feria de La Paz, en su dimensión ensayística, refleja las inclinaciones políticas de la sociedad: hace una década, los filósofos y sociólogos radicales extranjeros Foucault, Badiou, Zizek, o el local García Linera, entre otros muchos, eran los autores que más despertaban el interés de los visitantes. Ahora, en cambio, en muchos stands es posible encontrar las obras de los escritores de la literatura de ultraderecha, sobre todo de los argentinos agrupados en torno a Milei, como su biógrafo Nicolás Márquez (“La revolución que no vieron venir”, con Marcelo Duclos), o como el ultraconservador Agustín Laje (“La batalla cultural”). También abundan los títulos de los liberales extremos, como Rothbard, Von Mises, Rand, etc.