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Cultura | 21/11/2023   04:59

|CRÍTICA|Sobre Salir del paso, radiografía de la lucha armada|Gisela Derpic|

Presentación del libro Salir del paso, en La Paz.

Brújula Digital |21|11|23|

Gisela Derpic

Buen título del libro de Gonzalo Mendieta y Rafael Archondo sobre la lucha armada en Bolivia. Extensivo a un contexto donde se toma en cuenta cada vez menos la complejidad de la realidad que, según Antonio Escohotado, es  “interminable en el espacio, el tiempo, los detalles”. Los detalles, donde está el diablo como dice Régis Debray, citado en el libro, que no interesan a quienes “le meten nomás”, que sólo saben dónde quieren llegar y no desde dónde, ni el trecho entre el dicho y el hecho.  

El eje principal de la obra son Guevara y su guerrilla. El resto, es resto. Leí pronto y sin pausa la primera parte. La segunda fue cuesta arriba por tantos datos, no siempre hilados con orden y concierto. Intitulada “Historia de tres ejércitos”, contiene antecedentes y entretelones cuya síntesis es que la aventura armada de Guevara fue anécdota en una red de mentiras e intereses de todo calibre, y las otras, menos que eso. Pruebas fehacientes del barro del que todos estamos hechos. El epílogo es coherente con la perspectiva de los autores y los hechos sustentados en datos de fuentes creíbles.

Recuerda el totalitarismo de Guevara, cuyo “hombre nuevo” es un descerebrado que anula hasta su instinto de conservación en culto a la idea; un asceta medieval, pero a la mala: o eres o mueres. Destapa su falsa conciencia de dueño del mundo, otro Aguirre con la ira de Dios, creyéndose un rey en el desastre: “Bolivia se sacrificará en aras de que las condiciones para la revolución se creen en los países vecinos” (p. 106). Desnuda su incompetencia militar.

Revela la mezcla de religión y política como base de la psicopatía de Northfuster, jefe de la CNPZ, con idas y venidas, crisis existenciales, incoherencias y mesianismo declarados por él mismo: “Mi confesión de vida: voy a ser un guerrillero del presente. Voy a vencer a la injusticia, al odio (al desamor), a la nada, en definitiva, a la muerte” (p. 113)”. Vencer a la muerte matando. “Despertar a las 6:30’ y dormir más allá de la medianoche, pensar en la propia muerte es un instrumento eficaz para mitigar el espíritu y no caer en consideraciones muy subjetivas” (p. 119). Hombre nuevo, masa. “No soy Cristo, pero no intento de algún modo convertirme en un fariseo. Ahora soy cristiano y marxista o, mejor dicho, alguien que, fascinado por Cristo y Marx, ha venido a América Latina para poder vivir la teología de la liberación y la política de liberación” (p. 120). Salvador condenado.

Desnuda a Felipe Quispe negador de Bolivia: “Jamás nos hemos fundido en ese crisol de la bolivianidad, sino que somos y seguiremos manteniéndonos con nuestra propia identidad histórica” (p. 123). Odiador y resentido: “Vendemos nuestro esfuerzo, sudor y dolor humano a un precio casi gratuito para que el patrón se vuelva más millonario y que viva zambullido sobre los dólares, feliz y contento en sus zonas residenciales, como Sopocachi, Obrajes, Miraflores, Calacoto, Achumani, fornicando con sus buenas hembras, llenos de lujo” (p. 123). Formado en Cuba –otro–, fue su comprador de armas frustrado (p. 126). Adoctrinado y colonizado: Unión de Naciones Socialistas del Qullasuyu “donde reine el colectivismo y el comunitarismo” (p. 124). Retrógrada.

Destaca personajes de reparto: Mario Monje y su carácter errático y contradictorio: “Lamento (…) no haber muerto con el Che” pero “siempre soñé vivir fuera de Bolivia” (pp. 108 – 109). El no matemático, violento en democracia, estudiante blancoide con visión “proletaria y comunitaria” (p. 135). Negador de sí mismo, reductor de la realidad a blanco y negro, cuya salvación va “de un gran movimiento social de búsqueda de la autodeterminación del trabajo comunitario por encima o en contra de la explotación y la opresión” (p. 133).

Informa la cercanía de Víctor Paz con el comunismo, su complicidad con Cuba para el tránsito de insurgentes a Perú por Bolivia en 1963 “con intercambio de favores” (p. 147). Destaca la dignidad de René Zavaleta y Líber Forti ante Castro, en testimonio de Elizabeth Burgos: “Debieron estar entre los únicos que le negaban algo a Fidel” (p. 166). Notable.

Repone al “trasvase” minero concebido como garantía de éxito militar por Debray recomendando Alto Beni como locación de la guerrilla, “porque allí había exmineros”.

Dibuja, sin profundizar, la sombra jesuítica sobre todo el recorrido de fierros y muerte.

Provoca profundizar en la vida personal de los jefes de las organizaciones armadas, la intervención cubana en América Latina desde 1959, los fracasos sucesivos de Guevara en el plano militar, el papel de Humberto Vacaflor en la cobertura de la guerrilla, las oscilaciones ideológicas y políticas de J. J. Torres, la benevolencia liberal de la Ley Blatman para los terroristas del EGTK, el anti marxismo de quienes desprecian la realidad y pretenden hacerla desde la teoría, con imposturas; en el colonialismo exudado por todos los poros de las aventuras guerrilleras.

“Salir del paso” aporta piezas importantes de un rompecabezas de armado interminable. Bien por sus autores.

Gisela Derpic es abogada.





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