En lugar de continuar las aventuras de este profesor levemente truhan para siempre, reemplazando una y otra vez a los actores que lo encarnasen, como ocurre con James Bond, la industria ha preferido que Jones siga la peripecia vital del actor que lo ha representado desde el principio, Harrison Ford.
Brújula Digital |15|07|23|
Tres Tristes Críticos / Fernando Molina
Con motivo de la quinta entrega de la saga de Indiana Jones, el arqueólogo aventurero imaginado por George Lucas, se ha dicho en diferentes partes que Jones parece un personaje de cómic, pese a que nació y se desarrolló en el mundo del celuloide. Sin embargo, hay que aclarar que se diferencia fundamentalmente de la mayoría de los personajes de cómic en un punto muy importante: no es eternamente joven.
En lugar de continuar las aventuras de este profesor levemente truhan para siempre, reemplazando una y otra vez a los actores que lo encarnasen, como ocurre con James Bond, la industria ha preferido que Jones siga la peripecia vital del actor que lo ha representado desde el principio, Harrison Ford. No se necesita más para subrayar la influencia que este artista ha tenido sobre la cultura pop contemporánea, a la que le ha legado dos personajes que no es posible disociar de él: “Indy” (Indiana) y Han Solo.
Como consecuencia de ello, “Indiana Jones y el dial del destino” será la última. Ford acaba de cumplir 81 años. Tenía 79 cuando la película se filmó, así que un desafío mayor para el director, que por primera vez en lo que va de la saga no fue Steven Spielberg sino James Mangold (el que hizo la mejor de las de X-Men: “Wolverine”), fue rodar la secuencia inicial. En ella Indiana Jones se topa por primera vez con “el dial del destino” en 1945, es decir, cuando aún era relativamente joven. (Mis cuentas son estas: el personaje tiene setenta-y-varios en 1969 porque la primera persecución se produce en medio del desfile por el primer alunizaje, en julio de ese año, y porque en ese momento estaba jubilándose de la docencia universitaria; ergo, tiene que haber nacido a fines del siglo XIX). La secuencia juvenil fue encarada con medios digitales y no quedó mal, aunque no deje de producir en el espectador la conciencia de que se trata de un truco (que es una muy mala conciencia para alguien que quiera sumergirse en la historia).
En 1945 el dial del destino está en manos de los nazis, que al final de la guerra lo transportan en un tren en el que corren por los pasillos Indy y su amigo Basil Shaw (bien interpretado por Toby Jones). Ya hemos visto tantas peleas de Jones dentro o sobre vehículos en movimiento, que la cosa se pone un poco aburrida (y va a empeorar), aunque la nostalgia también tenga su pegamento. El momento sirve para presentar al villano que busca el dial, que es un aparatejo realmente creado por Arquímedes, el griego ese que exclamó “eureka”. Claro está, en la película el dial tiene la capacidad de detectar “fisuras de tiempo” y hacer posibles los viajes al pasado.
Fundido a negro y nos trasladamos a la tediosa y triste actualidad de Jones, que transcurre, como ya dijimos, en 1969. Ha perdido a su hijo en la guerra de Vietnam, su esposa lo ha abandonado y sus estudiantes se aburren con él. Pero, desde algún lugar, todavía la aventura lo llama. El cuerpo ya no es el mismo, pero el arquearse de cejas y la sonrisa ladeada siguen intactos.
Desde ahí sigue una… de Indiana Jones: personajes picarescos, persecuciones y peleas entre serias y graciosas, nazis, un misterio que resolver que trae a colación un batiburrillo “histórico”, un montón de cavernas, cierto escarnio de los pueblos originarios (en este caso, romanos) caricaturizados como extras, otro montón de tonterías de hombre blanco (en “Indiana Jones y la calavera de cristal”, Indy sabe quechua porque anduvo por un tiempo entre los revolucionarios… mexicanos), el látigo y el sombrero.
No otra es la fórmula y Mangold le pone empeño, aunque no por eso logre un resultado comparable con “Los cazadores del arca perdida” o, peor, con “La última cruzada”, que a mi juicio es la mejor de la franquicia. Pese a toda la energía y la magia visual, la película del dial es aburrida en buena parte de su (muy largo) metraje, aunque, hay que reconocerlo, mejore sustancialmente hacia el final.
Las razones del deterioro son varias: a) Jones está viejo y, como saben sus alumnos, es más aburrido ahora que antes; b) la historia es previsible: calca todos los manierismos de la serie sin otro giro que el del final; c) los villanos son buenos, si se me disculpa el oxímoron, pero los personajes picarescos (la ahijada de Indy y su amigo adolescente) carecen de todo encanto; d) ¿ya dije que a la peli le sobra media hora de persecuciones y juegos de desapariciones?; e) las motivaciones de Indy para hacer lo que hace se deshilvanan a lo largo del filme; no puedo especificar por qué, ya que sería un imperdonable spoiler, pero recomiendo al espectador hacerse esta pregunta al final de su visionado: ¿qué es lo que realmente quería Indy en esta película? Y, ¿por qué su ahijada cambia la orientación de conducta en cierta parte? Es decir, la vemos cambiar, pero, ¿por qué lo hace? En mi opinión, un guion que no tiene bien resueltos los móviles de los personajes es causa segura de una película fallida.
Pese a todas estas deficiencias, no dudo de que los jóvenes disfrutarán de los efectos especiales y de los chistes y del carisma de Ford. Para quienes pertenecen a mi generación y crecieron con las películas de Indiana Jones, ir al cine esta vez es un deber. Debemos despedir al simpático héroe y decirle gracias. No nos gusta verlo viejo y es que no nos gusta haber envejecido a la par. Pero, como ya he dicho, la nostalgia tiene su propio pegamento.
Fernando Molina es periodista y escritor.