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Cultura | 01/10/2022   06:29

Utama, ¿una obra post indigenista?

Brújula Digital |01|10|22|

Carlos Torrico Delgadillo

¡Por fin llegó Utama a las salas del país, la película boliviana más laureada en festivales del mundo! Teniendo como trasfondo la sequía, efectos en el altiplano del cambio climático, la película gira en torno a la vida cotidiana de Virginio y Sisa, una pareja de ancianos quechuas. La trama toma cuerpo cuando reciben la visita de Clever, el nieto citadino, que busca persuadirlos de dejar el pueblo, Santiago de Chuvica, y migrar a la ciudad. Urgidos por los problemas de salud de uno de los protagonistas, además de la cruel falta de agua en la zona, el dilema es desgarrador: partir a la ciudad dejando todo en el campo y quizás alargar la vida en los hospitales, u optar por el apego a la tierra y a esa filosofía de vida que pregona por una manera digna de acabar el paso por este mundo “como lo hace el cóndor cuando se sabe viejo y débil”. 

La forma en la que los dilemas de esas vidas son tratados produce una inevitable empatía con el dolor de los viejos, el pueblo y el nieto. Así, sobre ese trasfondo altiplánico tan nuestro, las angustias y alegrías de los personajes se nos muestra de una manera tan eficaz y desarraigada, que uno podría situar la trama en el sur de Europa, por ejemplo, y la emoción y empatía que despierte sería la misma. Pues el altiplano, tan onírico y poéticamente mostrado, está ahí para dar asidero y contexto a la historia, pero no para imponerse como tema de la película. Es decir que, bajo una mirada contemplativa a un pedazo de “la sociedad tradicional”, nos hacemos partícipes de vivencias tan humanas como el amor (y el egoísmo), la vida en pareja (y el machismo) y el deseo de dignidad en la muerte, con todas sus miserias.

Quizás con Utama se esté iniciando un ciclo en el que, en nuestra producción artística (y no solamente), “el otro diverso” deje de ser visto con exotismo, como problema o como un ser sublimado. De hecho, en Utama no hay, no se ve, no se percibe a ese “otro” porque uno se siente involucrado en la vida de esas personas simplemente sintiéndose parte de “la gran aventura humana”. No se percibe, pues, ningún atisbo de “prejuicio étnico”, ninguna intención de sublimar a personas que por azares de la vida pertenecen a tal o cual realidad sociocultural; no se presupone alguna moral en particular a x “grupo étnico”; no se hace de la “singularidad autóctona” un discurso político, como ha sido el caso (quizás justificado por la historia) de buena parte del cine boliviano que tiene a grupos autóctonos como asidero de las historias contadas, y que ha venido a llamarse “indigenismo” e “indianismo”. Por su distancia con todo esto, Utama inaugura un nuevo ciclo.

De ahí que con Utama podríamos hablar de una “identidad tranquila”, expresión que le hace un guiño al célebre eslogan de campaña del que fuera el primer presidente socialista francés de La Quinta República, François Mitterrand, que hizo de la frase “La fuerza tranquila” su marca. La intención de Mitterrand era clara: proyectar tranquilidad, calmar, reconciliar a un país polarizado en aquellos años de Guerra Fría. Lo que Utama nos propone, a su manera, es vivir nuestra diversidad sociocultural asumiéndola totalmente y con tranquilidad, sin el tensionamiento ni la bipolaridad que cierto discurso político e intelectual busca.

Utama parece estar por encima de todo ello. Se advierte que es la obra de quienes han superado toda forma de racismo y paternalismo, incluso ese que se desprende de acciones bienintencionadas. Y ello se hace patente, como diría Macusaya, cuando en ningún momento “se le niega humanidad” a Virgilio, el anciano indígena (“identidad” que no haría falta precisarla), cuya visión del amor puede ser, a veces, como de cualquier otro, perturbadoramente egoísta, como de hecho juzga su nieto Clever.

Incluso, esa suerte de “distancia cultural” que podría suponerse en un nieto citadino que no sabe hablar la lengua de sus abuelos, no es tema de la trama. Lejos, muy lejos estamos de la producción artística boliviana que hace de los grupos étnicos una “singularidad”, que hace de la “distancia cultural”, “lingüística”, un problema político, un dilema identitario y un conflicto existencial.

En Utama no hay ese tipo de problemáticas. La “barrera lingüística” (¿y cultural?) que a veces impone el abuelo para limitar la fluidez del diálogo con su nieto, habla de “distancias generacionales” y psicología de los personajes, como es el temperamento colérico de uno de ellos, pero nada más. No se inscribe tal barrera en los tópicos de nuestra producción artística de “los desclasados”, etc. Por todo ello, Utama nos hace bien, nos propone una mirada reconciliada, profundamente “tranquila”, y sobro todo asumida de la diversidad que forma este país. En suma, si hace falta ponerle un nombre a este avance en la producción artística, diríamos que Utama es una obra “post indianista” y “post indigenista”.

Carlos Torrico Delgadillo es comunicador y sociólogo.





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