La decisión de buscar testigos-protagonistas ha sido poco comentada y menos apreciada, como si fuera poco importante. En realidad constituye una de las claves estéticas del documental. (Fernando Molina)
Brújula Digital |17|01|21|
Fernando Molina / Tres Tristes Críticos
Gran polémica ha causado el documental de Netflix
“Rompan todo. La historia del rock en América Latina”, dirigido por Picky
Talarico y producido por el célebre músico argentino Gustavo Santaolalla y por
Nicolás Entel, que escribió el texto original. En este tiempo en que todos
pueden hacer una suerte de reseñas de lo que consumen, o crear grupos y
tendencias en las redes sociales, el concepto “controvertido” se ha vuelto
mucho más diverso y virulento. No solo es que los críticos se dividan en dos
bandos, sino que “todos” parecen tener algo que decir sobre el asunto. Así, el
debate sobre este documental se ha vuelto sumamente engorroso, con acusaciones
muy pormenorizadas respecto a ciertas anécdotas históricas, reclamos por
ausencias y presencias, etc.
Al mismo tiempo, la discusión está cargada de una erudición que cabría calificar de bizantina. Típicamente, quienes escriben sobre y desde los géneros populares se apoyan en una profusión de fechas, nombres, conocimientos de obras, datos tangenciales y secundarios, en fin; produciendo un efecto pretencioso y farragoso que es raro en los estudios contemporáneos “serios”. Allí se les nota la hilacha, su gran deseo de adquirir, con estos expedientes, una respetabilidad académica que por alguna razón suponen no tener. “Rompan todo” ha generado unas peleas de erudición de cuidado. Cada uno de los participantes aferrado a su propia e incanjeable idea de lo que “realmente significa” la palabra rock, y por tanto sacando de la zona cubierta por ella a tales o cuales artistas y bandas, y metiendo a otros; cada uno, también, tratando de imponer sus propios gustos –y sus afiliaciones nacionales– como la última palabra de la objetividad.
Si nos ubicamos fuera de este debate –y debemos hacerlo para tentar una apreciación cinematográfica del documental que analizamos– diremos algo mucho más comedido y moderado sobre él:
1. “Rompan todo” busca demasiado, que es narrar la historia del rock latinoamericano en pocos capítulos, en unas pocas horas, y además con una técnica “testimonial” que lo hace más demorado, como explicaré enseguida. Como resultado de esta ambición exagerada, el documental a menudo entra en el “modo catálogo”, que es una desviación frecuente de las historias culturales. Sumatoria vertiginosa de pequeñas referencias que no se justifican más que por el objetivo de la completitud, la que finalmente no se logra, ya que de partida resulta imposible de lograr. En otros momentos, cuando su narración se concentra en el rock argentino y mexicano, la serie resulta más interesante, menos sumaria y escolar.
2. Talarico et al. también quieren que la historia la cuenten sus protagonistas, para lo que han realizado alrededor de 100 entrevistas. Desfilan por la pantalla muchas de las grandes estrellas de la música moderna latinoamericana, de Alex Lora, Charly García y Jorge González a Juanes, Fito Páez y Andrés Calamaro, sin olvidar una cantidad inusitada –en el rock– de mujeres: Julieta Venegas, Mon Laferte, etc.
La decisión de buscar testigos-protagonistas ha sido poco comentada y menos apreciada, como si fuera poco importante. En realidad constituye una de las claves estéticas del documental, que prefiere ser menos profundo y sintético, como hubiera logrado con un narrador impersonal, para en cambio presentarnos los hechos a través de unos personajes famosos y carismáticos que hablan de sus propias biografías, de sus amigos y (modosamente) hasta de sus enemigos. Esto tiene un indudable atractivo, resulta vívido y ameno, aunque, como he dicho, vuelva todavía más utópico el objetivo pan-histórico de “Rompan todo”.
Esta decisión también explica por qué algunos músicos aparecen más y otros menos: simplemente porque hablaron mejor o peor en sus respectivas entrevistas. Esta es una razón técnica con la que los periodistas estamos familiarizados y simpatizamos, pero que tiene que resultar filistea para los críticos musicales de las redes, que nunca deben de haber hecho este tipo de trabajo y que, además, como es sabido, muestran cierta tendencia a la paranoia. En todo caso, explica la calidad “oracular” de las intervenciones de Charly García, que ha causado reclamos, y que se debe simplemente a que el legendario músico no estaba en condiciones de hablar más.
3. “Rompan todo” intenta, así sea a grandes rasgos, darle un fondo socio-político a la evolución del rock latinoamericano, el cual se concibe –de una manera si se quiere algo simplona, pero no inválida– como un movimiento contestario y reprimido por el poder, por lo menos hasta que en los 90, con el fin de la guerra fría, logra un triunfo cultural y comercial consolidado, pero también, a la larga, pírrico.
El documental habla de lo evidente: la rebeldía juvenil de fines de los 60, la represión militar de esa rebeldía en los 70; y de lo no tan evidente: la deriva neoliberal de la reconquista de la democracia, la aparición de nuevos “movimientos sociales” como el étnico-popular y el feminista. Todo esto, claro está, a toda prisa. Al final, la tesis prospectiva es que el futuro del rock, hoy mismo superado en audiencia y creatividad por otros géneros de música popular, está depositado en las manos y las gargantas de las mujeres. De ahí la cantidad de testimonios femeninos de los que se echa mano.
4. Como toda historia, esta presenta la visión de los hechos de los autores. A la vez, éstos están divididos entre dos necesidades: la necesidad de expresarse, esto es, de pintar la realidad tal como la ven, y la necesidad de ser fieles a lo sucedido, para no perder credibilidad o, en el peor caso, marginalizarse. Se sabe que la segunda necesidad es más fuerte para los historiadores profesionales, mientras que la primera lo es para artistas como Santaolalla. Este, además, está involucrado como miembro y productor de muchos de los grupos de los que se habla en el documental. No cabe duda de que su presencia sesga el material, aunque, al mismo tiempo, corresponda con la concepción global de la obra como un testimonio en primera persona antes que una investigación histórica profesional. De ahí que, como se ha hecho notar, su subtítulo debió haber sido: “Una historia del rock latinoamericano en español” (esto último porque una de las grandes críticas ha sido la ausencia del Brasil en este recuento).
En todo caso, la inclinación pro-Santaolalla constituye un derecho de los autores y no cabe enjuiciarla; sería como criticar una autobiografía por enfatizar el lado más conveniente de su personaje. Además, porque no por esto “Rompan todo” deja de ser un documental, es decir, una obra periodística capaz de retratar una realidad externa a ella y de atenerse a la misma, eludiendo la arbitrariedad.
En esa medida, y tomando en cuenta sus pros y sus contras, podemos calificarla como una buena introducción a un tema que está estrechamente entrelazado con las vidas de muchos de nosotros, y una pieza audiovisual que puede verse con agrado y provecho.