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Cultura | 03/01/2021   04:04

Grand Hotel, el culebrón aggiornado

Brújula Digital |03|01|21|

Rodrigo Ayala Bluske / Tres Tristes Críticos

39 capítulos de 55 minutos cada uno. Se trata de una de esas series útiles para copar en forma entretenida el tiempo libre que podamos tener a fin de año, que pueden “engancharnos” fácilmente si no buscamos trascendencia, pero que al mismo tiempo superan la media de los productos televisivos que tras la irrupción de las plataformas de streaming han proliferado intensamente.

Grand Hotel (2011-2013), que se emite actualmente en Netflix, no tiene ni las pretensiones ni la solvencia presupuestaria y técnica de La Casa de Papel (2017-2020), producto, a mi juicio, sobrevalorado en cuanto a sus valores narrativos, ni tampoco la originalidad conceptual de Merli (2015-2018), otra de las seriales destacadas con las que la televisión española ha aportado en los últimos años; y sin embargo se destaca por una adecuada recreación de época (se sitúa en los primeros años del siglo anterior), y sobre todo por una trama ágil y entretenida.

La principal virtud de la serie se encuentra en el adecuado planteamiento de su conflicto central: en un momento histórico de rigidez social y moral en España, con el marco físico y social de un hotel de lujo, cuyo público son las clases altas ibéricas, se plantea un romance entre una de las hijas de los dueños y un camarero de orígenes humildes. La heredera se ha visto obligada a casarse con alguien a quien no quiere y a lo largo de los 39 capítulos el romance se irá abriendo paso. Pero si usted piensa que se trata de un planteamiento exclusivamente romántico, está equivocado; el motor de la relación, más que por gestos amorosos, está alimentado por asesinatos, conspiraciones, robos y toda una amplia gama de hechos delictivos que se van sucediendo capítulo tras capítulo.

Como ocurre en estos casos, una de las principales razones del éxito de la serie se encuentra en una detallada construcción de los personajes principales, los que terminan convirtiéndose en entrañables para el gran público. Merced a la identificación que guionistas y directores logran que tengamos con los galanes, el mejor amigo, el policía (de apellido muy bien puesto), el ayudante, etc., garantizan que nuestro interés se mantenga. Pero por otra parte esta virtud también significa la principal limitante del planteamiento ya que la falta de ambivalencia de nuestros héroes (y de los villanos) evita que la serie trepe a alturas más interesantes.

Al tener como planteamiento central un enfrentamiento entre adversarios monolíticos desde el punto de vista moral, a los guionistas, para mantener el interés, no les queda más remedio que ir haciendo aparecer nuevos conflictos (y por tanto personajes) secundarios a cada momento, lo que finalmente, especialmente en la tercera temporada, hace que haya un desgaste marcado en la dinámica de la serie. De un momento a otro nos damos cuenta que el número de crímenes cometidos ameritaría la apertura de una sucursal policiaca en el lobby del hotel de marras.

Pero a pesar de todos los “peros”, Grand Hotel entretiene en una forma en la que los latinoamericanos somos especialistas: la de la telenovela, el culebrón clásico, que fue producto de varios países de esta parte el continente; allí podíamos pasarnos meses enteros, día tras día, observando como los villanos “malos-malos” hacían la vida imposible a nuestros héroes “buenos-buenos”, mediante todos los artilugios posibles. De alguna manera Grand Hotel recupera esta dinámica y la aplica en su estructura con relativo éxito.

Justamente, creo que uno de los fracasos que hemos tenido los latinoamericanos en estos últimos años ha sido el de no haber sabido renovar la telenovela, históricamente nuestro mayor aporte a la cultura televisiva mundial, y lograr que se inserte en las nuevas tendencias de la televisión globalizada. Se trata de una tarea pendiente que si no es encarada por la producción de nuestros países, lo será, como en este caso, por la de otros.

Gran Hotel se inscribe en otra de las tendencias actuales de la producción televisiva, la de los productos de época tipo Downton Abbey (2010-2016) o The Crown (2016-2020) afanados por buscar público en la exuberancia de la puesta en escena y la reconstrucción histórica.

¿Tiene usted algún tiempo de sobra en este fin de año electoral y de segundo brote de la pandemia?, ¿siente nostalgia por algún culebrón que marcó su adolescencia o su madurez temprana?, ¿quiere entretenerse sin forzar el raciocinio y sin pretensiones intelectuales desmedidas? Si es así, pruebe con Grand Hotel y seguramente no sufrirá decepciones. 





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