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Cultura y farándula | 24/08/2025   02:58

La fuente de la juventud, The electric state, Rebel Moon: el blockbuster devaluado

El llamado blockbuster devaluado, en cambio, parece responder únicamente a la necesidad de cumplir con calendarios de producción y asegurar clics y horas de visionado.

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Brújula Digital|24|08|25|

Rodrigo Ayala Bluske|Tres Tristes Críticos|

Nunca me ha gustado el término Bockbuster. Originalmente significaba un superéxito de ventas, en cualquier rubro industrial o artístico, pero en el caso del cine se fue focalizando hasta designar a una película concebida y presupuestada para convertirse en un gran éxito de taquilla, lo que generalmente implica una enorme inversión.

El blockbuster como tal no es una novedad. Existió desde los principios del cine industrial, y allí, a lo largo de varias décadas brilló Cecil B. De Mille, considerado el cineasta de mayor éxito comercial de la historia, aún por delante de nuestro más conocido Spielberg, con éxitos como Los diez mandamientos (1956) y Cleopatra (1939).   Sin embargo, fue el mismo Spielberg, junto a George Lucas, quien en las décadas de los 70 y 80, renovó el concepto con títulos como Tiburón (1975), considerado como el modelo del blockbuster contemporáneo, y la trilogía original de la saga Indiana Jones (1981 -1989).  

El mérito de ambos realizadores fue el de redefinir el cine de acción y aventura, rescatando elementos del cine clásico y adaptándolos a la época. No se trataba solo de buscar la ganancia fácil de la temporada de verano o de fin de año cuando estas películas solían estrenarse, sino de realimentarlas y reconstruirlas. Por eso películas como Tiburón o Indiana Jones son clásicos no solo por su éxito comercial, sino también por su valor narrativo.

Con el paso de los años, el cine comercial, sobre todo el de las grandes productoras norteamericanas. fue posicionando cada vez más el blockbuster como herramienta de copamiento del mercado. Esto se intensificó a partir de los años 90 con la globalización y la apertura de nuevos mercados a la exportación industrial–cultural estadounidense (sobre todo el derrumbe del bloque socialista). La expansión de los multicines, donde el 95% de la cartelera está compuesta por cine norteamericano, consolidó el dominio de este modelo. En ese contexto, otros géneros y cinematografías fueron desapareciendo poco a poco.

En las décadas de 1970 a 2010, los blockbusters eran lanzados principalmente en las grandes temporadas de taquilla,  hoy, con la globalización y la ampliación del mercado, prácticamente cualquier momento del año sirve para estrenar blockbusters, que además se han convertido en franquicias: las sagas de superhéroes de Marvel, Harry Potter, Star Wars, entre otras. Cualquier historia conocida —sea literaria, de cómic o un remake— es material para un blockbuster. El último ejemplo es Barbie, donde incluso marcas populares se convierten en base para megaproducciones.

Sin embargo, con la aparición de las plataformas de streaming –primero Netflix– entramos en una nueva etapa que podríamos llamar la del “blockbuster devaluado”. En un principio, las nuevas plataformas parecían abrir un espacio para la diversidad: producciones nacionales, cine experimental, nuevos enfoques. Pero rápidamente se transformaron en un terreno de estandarización y repetición. Con cronogramas ajustados de estrenos y producción en serie se lanzan películas de gran presupuesto que, pese a contar con actores y directores reconocidos, resultan narrativamente pobres, repetitivas y carentes de creatividad.

Estas últimas semanas hemos tenido varios ejemplos. Uno de ellos es La fuente de la juventud, estrenada en Apple TV. Con actores de primer nivel como Natalie Portman y John Krasinski, dirigida por el sobrevalorado Guy Ritchie, innovador a principios de siglo y hoy absorbido por los encargos en serie. La película aparenta ser una gran producción, pero termina siendo un relato lleno de clichés, ecos de Indiana Jones y de varias otras películas. 

Caso similar es el de los hermanos Russo, que tras éxitos y fracasos en el cine convencional se han dedicado a dirigir costosas producciones para plataformas con escaso impacto. La última de ellas es The electric state que, según dicen los reportes, costó trescientos y pico millones de dólares. 

Otro cineasta conocido por una trayectoria dudosa, que ha encontrado refugio en las plataformas, es Zack Snyder, que se lanzó con títulos como 300 (2006), dirigió una buena parte de las superproducciones de la saga de Superman para Warner Brothers y, luego de su declive, acabó dirigiendo para  Netflix Rebel Moon, una costosa mezcla diluida de Los siete samuráis y Star Wars, de una calidad artística realmente pobre. 

Lo que diferencia a Indiana Jones o Tiburón de los productos actuales es la visión creativa: eran obras que buscaban reconceptualizar géneros y no solo repetir fórmulas para garantizar audiencia. El llamado blockbuster devaluado, en cambio, parece responder únicamente a la necesidad de cumplir con calendarios de producción y asegurar clics y horas de visionado. El futuro de estas producciones dependerá de la respuesta del público; mientras tanto, la verdadera creatividad sigue quedando confinada a espacios de menor difusión y mucho más bajos presupuestos.



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