Como García Márquez y el periodista argentino Rodolfo Walsh, quien también se inició en el oficio como cronista policial, Salmón escribió durante todos esos años “sobre muertos, atracos y asesinatos”, e hizo “contactos –como él mismo decía– con el bien y con el mal”.
Brújula Digital|29|07|25|
Gabriel García Márquez dijo alguna vez que la crónica policial es la mejor escuela de periodismo y narrativa; que en esa escuela aprendió a “contar una historia verdadera como si fuera una novela”, porque en la crónica roja “lo importante no es el suceso en sí, sino cómo se cuenta”.
En esa misma escuela, la escuela de los grandes narradores, se hizo periodista Raúl Salmón de la Barra (1926-1990). Como García Márquez, el autor de Escuela de pillos hizo de la crónica roja su campo de entrenamiento como narrador.
En uno de sus pocos textos autobiográficos, publicado a manera de prólogo al libro H, un texto de apuntes periodísticos, Salmón rememoró: “Cuando comencé a garabatear frases, oraciones, me hice reportero policial y deambulé por comisarías de barrio y celdas colectivas “donde guardan al hombre convertido en fiera”.
Se diría que estaba predestinado al oficio, porque nació en la Plaza San Pedro, en una casa ubicada frente al Panóptico, “donde no están todos los que son, ni son todos los que están”, según comentaba con humor.
Salmón se inició a sus 20 años, en 1946, en el vespertino Ultima Hora. Siguió su carrera en los diarios La Noche, El Comercio, La Tribuna y El Diario de La Paz. En 1955 se trasladó a Lima, donde radicó hasta 1957, en lo que él denominaba un “exilio voluntario”. En ese lapso, trabajó en los periódicos Extra y Mundo, siempre como reportero policial, y en radio Central, como guionista.
Un índice bío-bibliográfico difundido en su momento por Radio Nueva América, menciona que viajó a México, Colombia y Europa como “enviados especial” y “corresponsal” de “varios diarios latinoamericanos” que no específica.
Como García Márquez y el periodista argentino Rodolfo Walsh, quien también se inició en el oficio como cronista policial, Salmón escribió durante todos esos años “sobre muertos, atracos y asesinatos”, e hizo “contactos –como él mismo decía– con el bien y con el mal”.
En esa escuela aprendió a reconstruir los hechos como si fueran escenas de cine o de teatro. El periodista y dramaturgo Humberto Palza Soliz opinaba que “las obras de Salmón son comunicaciones antes que creaciones”, elaboradas “dentro de lo realista y experimental”, con “la mayor desnudez, la suma crudeza, las crueldades y desgarramientos terribles en un mundo sucio, moral, espiritual”.
De sus andanzas con “detectives y lanceros, morreros y soplones”, según escribió en su breve texto autobiográfico, salió su obra Escuela de pillos, publicada en 1949, que él denominaba “engendro teatral”, una obra que estuvo casi dos años en cartelera, con más de 500 representaciones. De esa misma época datan El canillita y Fuera de la ley.
Uno de los personajes de Escuela de pillos es precisamente un reportero policial. Aparece en el último acto entrevistando en el penal a un “hombre convertido en fiera”, acusado del asesinato de un policía. Parco y rutinario en el interrogatorio periodístico, el reportero desliza un comentario que refleja muy bien la opinión del autor sobre la Justicia: si algún día se castigara la lenidad de la Justicia –dice–, “las cárceles se llenarían de jueces”.
Autodidacta, como todos los periodistas de su época, formó parte de esa generación que alternaba el trabajo con “la bohemia y el torbellino político”; cuando la labor periodística era a destajo y los periódicos se armaban en cajas de tipografía móvil y se imprimían en imprentas de prensa que no habían conocido la evolución posterior a Gutemberg, según recordó en un homenaje a Mario Guzmán Aspiazu, Ángel Salas, Víctor Hugo Villegas y otros colegas de su tiempo.
Describió al periodista de esa generación como un “hombre que, representando a la opinión pública, se convierte en fiscalizador del país a través de la noticia y de la opinión editorial”, y desarrolla su tarea “en un medio siempre conflictivo y siempre conflictual”, un trabajo que consideraba “ingrato”, porque “por cada halago, recoge diez desengaños”.
En su breve texto autobiográfico, dice que rompió “suelas de zapatos en caminatas juveniles por latinoamericanas calles de Dios”, donde ganó experiencias y pasó hambres; que dio “unas cuantas vueltas al mundo (…) en pos de nuevas experiencias” para su triple afición: el periodismo, la radio y el teatro.
“Lo que aprendí, aprendí del periodismo”, le confesó al escritor y periodista Ricardo Sanjinés Ávila, en una entrevista publicada en el libro Sin Límite.
Raúl Salmón o “RS”, como gustaba identificarse, es sinónimo de radio. Su nombre está indefectiblemente asociado a ese medio de comunicación y al propio periodismo radiofónico.
No existe mucha información sobre sus primeros años en el medio radiofónico. Hombre de radio al fin, en una época en que la incipiente técnica del audio no alcanzaba para salvar los archivos radiofónicos, los testimonios que pudo haber dejado se perdieron en el éter.
Su índice bío-bibliográfico menciona que en 1947, durante el gobierno de Enrique Hertzog, fue “encarcelado y luego confinado por razones políticas”, que no especifica, y que en 1948 se traslado a Buenos Aires en su primer “exilio voluntario”.
El Diario del 21 de abril de 1948 anunció su retorno de Argentina contratado por Radio La Paz, para –según precisaba el periódico– “dirigir y supervisar una serie de programas” de la emisora paceña que mostrarían una “nueva modalidad” en el quehacer radiofónico.
Volvió a salir de Bolivia a mediados de los años 50, en un segundo “exilio voluntario”, esta vez rumbo a Lima, donde trabajó en varios medios.
Hizo época en radio Central como guionista de radioteatros. La emisora estaba ubicada en el mismo edificio que radio Panamericana, donde trabajaba otro joven reportero, Mario Vargas Llosa. Allí se conocieron.
En una entrevista concedida al periodista Raúl Peñaranda en febrero de 2014, en ocasión de su última visita a Bolivia, el Premio Nobel de Literatura relató que Salmón fue “el primer escritor profesional” que conoció en persona y que lo buscaba mucho porque le “fascinaba su imagen”.
“Me iba constantemente a radio Central, que estaba en el mismo edificio, y era donde él escribía todos los radioteatros y todos los dirigía y todos los protagonizaba, realmente era multifacético y muy divertido”, relató Vargas Llosa.
En esa misma entrevista, negó, como ya lo había hecho varias veces antes, que hubiese pretendido escribir la biografía de Salmón en su novela La tía Julia y el escribidor, y afirmó que, como toda obra de ficción, exageró algunos de sus rasgos para dar vida a su personaje.
“Los modelos son solo eso; la novela estaba inspirada en ese personaje, pero hay muchísimas cosas que no tienen nada que ver con el Raúl Salmón de carne y hueso”, declaró.
En otra declaración de prensa, Vargas Llosa dijo que "ningún escritor tuvo jamás en el Perú el público de los radioteatros de Raúl Salmón”; que “los oían hasta las piedras” y que “los peruanos alfabetos, semialfabetos, desde la aristocracia hasta el proletariado estaban encandilados por Salmón”.
A su retorno a Bolivia, a fines de los 50, trabajó en radio Altiplano, propiedad de Mario Carrasco Villalobos, nieto del fundador del matutino El Diario, pero a inicios de los 60 lanzó su propio emprendimiento. Adquirió radio América, emisora que relanzó el 12 de marzo de 1961 bajo el nombre de Nueva América, que muy pronto se convirtió en una de las favoritas de la audiencia paceña.
La radio de entonces no era la de hoy. A fines de los 60 e inicios de los 70, Bolivia contaba con un total de 102 emisoras. La quinta parte estaba en La Paz. La televisión llegó en 1969, con un único canal, el estatal.
Solo cuatro emisoras –Altiplano, Fides, Illimani y Nueva América– contaban con redacciones de prensa propias. Sus reporteros fueron también los primeros en utilizar grabadoras portátiles –primero a cuerda y después a pilas–, toda una innovación tecnológica para el periodismo radiofónico de la época.
Salmón presumía de haber modernizado la radiodifusión boliviana con la creación de nuevos formatos recreativos, como los radioteatros y los programas en vivo, y también periodísticos.
Fue un innovador en el periodismo radiofónico al introducir los espacios de opinión, como Sepa usted, El informal y Anverso y Reverso, que competían con el editorial ¿Es o no es verdad? del padre José Gramunt, de Radio Fides, y también el comentario humorístico político, con Trapitos al sol, un antecedente de otros programas de ese mismo estilo que surgieron en los años posteriores.
En Sepa Usted y El Informal contó con el apoyo de un gran periodista de la época, Mario Guzmán Aspiazu, conocido por el pseudónimo de Sagitario.
También introdujo en los noticieros el “periodismo testimonial”, como él lo denominaba, un trabajo reporteril que consistía en la difusión de la noticia en directo y desde el mismo lugar de los hechos, un tipo de cobertura que no era común en la época.
En un artículo publicado en la Revista Boliviana de Comunicación, en octubre de 1986, escribió que la radio vivía entonces su “momentos de oro”.
Cuando el periodista Sanjinés Ávila le preguntó a qué atribuía el éxito de Radio Nueva América, dijo que hizo radio “cuando la radio era la mística de trabajo sin vueltas ni revueltas”.
Presidió en varias ocasiones la Asociación Boliviana de Radiodifusoras (Asbora) y fue el primer presidente de la Cámara Nacional de Medios de Comunicación Social, fundada meses antes de su fallecimiento.
La Sociedad Española de Radiodifusión (SER) le otorgó en 1986 el prestigioso Premio Ondas por “sus esfuerzos en la defensa de la libertad de expresión”, una distinción que trece años antes, en 1974, había recibido el padre José Gramunt, director de Radio Fides. Son los dos únicos bolivianos que recibieron ese galardón.
En una entrevista concedida al suplemento cultural Puerta Abierta del diario Presencia de La Paz, el 4 de agosto 1990, dos meses antes de su fallecimiento, resumió su ideario en materia de periodismo y radiodifusión.
Dijo que “la libertad de expresión nace con el hombre” y que “los comunicadores sociales resguardan esa libertad escribiendo y hablando con responsabilidad”, porque “es la única forma de no incurrir en el grave pecado del libertinaje”. Agregó que “en la naturaleza de todo medio debe estar impresa la obligación de defender la libertad de expresión que no es ningún tipo de beneficio otorgado por gobierno alguno”.
También se mostró contrario a cualquier reglamentación de la libertad de expresión. “La experiencia latinoamericana –dijo– señala que allí donde la ley hace prohibiciones en materia de medios de comunicación, es donde surge la trampa o la infracción”. En este sentido, se manifestó partidario de “mentalizar al público para que ejercite su derecho de elección y selección que consiste simplemente en mover el dial de un televisor”.
Creía en la función fiscalizadora del periodismo. A la pregunta de Sanjinés Ávila sobre si le había molestado la crítica de la prensa a su gestión edilicia, respondió: “Fui fiscalizador; y no me incomoda ser fiscalizado”. Al fin y al cabo, como decía de sí mismo, era un “periodista transitoriamente convertido en alcalde”.
En el homenaje que rindió a Sagitario, su compañero en Sepa Usted y El Informal, y al trazar su perfil, tal vez pensaba en su propia labor periodística. Elogió su “tozuda lucha por la libertad de expresión”, “la defensa del hombre víctima de la pobreza y la injusticia”, sus “tiernas crónicas en defensa del niño” y su “lucha comprometida –y por ello mismo digna– que no supo de claudicaciones, acomodos ni tentaciones”.
A pesar de haber dicho que se vacunó temprano “contra la politiquería y su mugre militante” y que, como “periodista independiente”, fue un “hombre sándwich, golpeado, permanentemente, por los de arriba y por los de abajo”, finalmente hizo carrera política como alcalde de La Paz.
Fue el primer radialista que se lanzó a la arena política, ejemplo que seguiría años después el compadre Carlos Palenque.
Tenía un gran sentido del humor, un humor –como escribió Alfonso Prudencio Claure, Paulovich– “extraído del pueblo mismo”, que se reflejaba no solo en sus comentarios periodísticos y su obra literaria, sino también en las opiniones que vertía sobre sí mismo.
Haciendo gala de ese humor, se presentó en uno de sus libros con el siguiente texto que denominó “autobombo”: “Doctor en Filosofía, Letras y Ramas Anexas; miembro de la Real Academia de la Mala Lengua Española; catedrático Honoris Causa y profesor de los Cursos de Castellano para extranjeros malhablados en la Universidad de “lo que natura no da, Salamanca no presta”; y autor, entre otros enjundiosos libros, de la Historia de las malas palabras iberoamericanas; Surrealismo, pesimismo y pistolerismo, y El boliviano feo y el chileno simpático.
Claro, no era la imagen que tenían de él destacados intelectuales de su época, como el escritor Fernando Diez de Medina, quien, en un artículo publicado en El Diario en noviembre de 1986 bajo el título “El hombre de Nueva América”, lo reivindicó como político y periodista, al describirlo como “paladín de las causas justas y veraz servidor de la cultura”.
“Su amor al bien y su culto a la verdad –escribió– le labraron numerosísimos amigos y no pocos enemigos, pues libró valerosas campañas denunciando peculados, tropelías políticas y actos ilícitos merecedores de sanción”.
Juan Carlos Salazar es periodista/Texto leído en ocasión de un reciente homenaje a Raúl Salmón